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Rolando era una cafetería-restaurante ubicada en la calle del Correo, al lado de la Puerta del Sol (Madrid). Su ubicación céntrica y su precio moderado atraían a una clientela numerosa y plural: turistas, vecinos, oficinistas, obreros, estudiantes, viajantes, gente de paso y funcionarios de todo tipo, como los administrativos y policías de la cercana Dirección General de Seguridad.
Como explicamos en la obra Dinamita, tuercas y mentiras (Tecnos), el viernes 13 de septiembre de 1974, sobre las 14:00 horas, una pareja de jóvenes franceses se sentó en el salón-comedor. Al poco tiempo, con la excusa de que ella se había mareado, cuando el camarero fue a buscarle una tisana, salieron del establecimiento. Habían dejado una maleta-bomba bajo la mesa. Explotó a las 14:30.
Fue una masacre. Resultaron heridas más de 70 personas y murieron otras 11: el camarero Manuel Llanos, el cocinero Francisco Gómez, el jubilado Luis Martínez, el empleado de Renfe Antonio Lobo, la administrativa Concepción Pérez, la maestra Francisca Baeza, los recién casados Antonio Alonso y María Jesús Arcos, el matrimonio formado por Baldomero Barral y María José Pérez y, en el contiguo restaurante Tobogán, la estudiante María Ángeles Rey. Debido a sus graves heridas, el empleado de artes gráficas Gerardo García falleció el 29 de septiembre de 1974 y el inspector Félix Ayuso, el único policía de la lista, el 11 de enero de 1977. El balance final del atentado ascendió a 13 víctimas mortales.
Los terroristas habían elegido el momento en el que había más clientes en la cafetería: la hora de la comida. Por añadidura, reforzaron el artefacto, compuesto por entre cinco y ocho kilogramos de dinamita goma 2E-C, con 1 000 tuercas como metralla. Sus intenciones eran inequívocas.
Según el informe del Parque y Maestranza de Artillería de Madrid, causar “el mayor daño posible”. Se trató del primer atentado indiscriminado de la historia de ETA.
Atentados de otras bandas
No fue el único que se registró en el mundo durante aquel año. A pesar de que operaban en coyunturas políticas muy diferentes (desde democracias consolidadas hasta dictaduras) y de sus divergencias doctrinales (extrema izquierda, ultraderecha y nacionalismo radical), la actuación de las bandas de la tercera oleada internacional de terrorismo era bastante similar.
A lo largo de 1974 la lealista Ulster Volunteer Force, el IRA Provisional, el Frente Armado Antijaponés de Asia Oriental, el neofascista Ordine Nero, ETA e Ilich Ramírez (Carlos El Chacal) utilizaron bombas para cometer atentados indiscriminados en lugares públicos.
De acuerdo con la Global Terrorism Database, entre 1970 y 1975 Europa occidental fue el principal foco de este tipo de violencia política: acumuló el 46 % de los atentados y el 68,3 % de las víctimas mortales. En 1974 se convirtió en el escenario de 400 de los 517 asesinatos cometidos por organizaciones terroristas en el planeta: el 77,3 %.
La “guerra revolucionaria” de ETA
La bomba de Rolando no solo respondía al contexto de la tercera oleada internacional de terrorismo, sino también a la estrategia de acción-reacción-acción que ETA había adoptado en 1965: provocar mediante acciones violentas una represión brutal contra la población vasca y navarra para que esta se uniese a la “guerra revolucionaria”.
El objetivo final de ETA era doble. Por un lado, la independencia del País Vasco, que se anexionaría los territorios limítrofes para conformar una Gran Euskadi. Por otro, implantar una dictadura de partido único al estilo de la Cuba castrista o la Argelia del Frente de Liberación Nacional.
Aunque no alcanzó tales metas, a partir del asesinato del guardia civil de Tráfico José Antonio Pardines, su primera víctima mortal, el 7 de junio de 1968, los atentados de ETA sí lograron que la dictadura franquista respondiese con una torpe y feroz represión, con hitos como el proceso de Burgos (diciembre de 1970). La espiral de acción-reacción-acción aumentó las simpatías de una parte de la sociedad hacia la banda.
Matar y mentir
Ahora bien, el atentado indiscriminado de la cafetería Rolando podía producir el efecto contrario. Un sector de la dirección de ETA temía que la masacre dañase su imagen, por lo que el asunto fue objeto de un agrio debate. Al final, en vez de reivindicar el crimen, la organización decidió culpar a la ultraderecha y al propio régimen franquista.
Los autores materiales del atentado, Bernard Oyarzabal y María Lourdes Cristóbal no fueron arrestados. Su cómplice, Eva Forest, sí fue detenida el 16 de septiembre de 1974. Aunque había pruebas de su implicación, no llegó a ser juzgada. Forest fue excarcelada el 1 de junio de 1977.
En octubre de ese año las Cortes aprobaron la Ley de Amnistía, que extinguió la responsabilidad penal de los atentados de la banda. También la de la bomba de Rolando. No obstante, para la izquierda abertzale nada había cambiado.
Ni el final de la dictadura ni la recuperación de la democracia parlamentaria ni la autonomía vasca hicieron que abandonase la violencia.
ETA acumuló 853 víctimas mortales hasta marzo de 2010. Operativamente derrotada por el Estado de derecho, la banda se autodisolvió en mayo de 2018. En un boletín del mes anterior había reconocido la autoría de la masacre de Rolando.
Gaizka Fernández Soldevilla trabaja en el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.