Mujeres en la literatura: ¿ser o no ser (soltera)?

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En 'Mujercitas', Jo se enfrenta a un dilema cuando su mejor amigo, Laurie, le pide matrimonio. FilmAffinity

El 11 de noviembre, por obra y gracia de una archiconocida plataforma de comercio online china, se ha convertido en el Día del Soltero. Se presenta como una alternativa a San Valentín para caer en una vorágine febril de compras antes de los descuentos del Black Friday y las compras navideñas.

Y es que la cifra de solteros no es baladí. En EE. UU. según datos de 2023, el 29 % de los hogares están compuestos por una sola persona. Más de la mitad de los de la Unión Europea son unipersonales, y en España, en 2024 uno de cada cuatro hogares pertenecía a solteros.

En 2015 Kate Bolick publicó el libro Solterona: la construcción de una vida propia. En él reivindicaba la opción de permanecer sin pareja buscando inspiración en las escritoras Charlotte Perkins Gilman (que se casó dos veces pero denunció las miserias del matrimonio en El papel pintado amarillo), Edna St. Vincent Millay (también casada durante 26 años, aunque ella y su marido tuvieron numerosas relaciones extramatrimoniales) y Edith Wharton (que se divorció tras 28 años de matrimonio).

Recientemente se han viralizado en TikTok vídeos de mujeres muy felices de estar casadas y ser esposas tradicionales. Esta corriente antifeminista parece declarar que la mejor manera de que una mujer se sienta realizada es dedicándose en cuerpo y alma a su marido (no sabemos qué hará él para autorrealizarse, pero no parece que sea atender hasta los más mínimos deseos de su esposa).

Como contrapeso, se han viralizado también defensas de la soltería.

Allá cada cual para elegir el estilo de vida que le haga más feliz. Pero este contexto sirve de excusa para volver la vista atrás, hacia Augusta Jane Evans, una escritora americana del siglo XIX que, aunque defendió la soltería en su novela Macaria (1864), refleja la complejidad del debate.

Felicidad en pareja (o no)

Portada de _Macaria, o los altares del sacrificio_.
Portada de la primera edición de Macaria, o los altares del sacrificio. Internet Archive

Macaria fue escrita durante la guerra de Secesión estadounidense (1861-1865), la “guerra de Lo que el viento se llevó”. Evans era una apasionada partidaria del Sur (la Confederación), y creía firmemente que su bando saldría victorioso. También era una defensora de la libertad de las mujeres (blancas, ya que la emancipación de los esclavos no era un tema por el que mostrara ni la más mínima preocupación).

La guerra causó un número enorme de bajas de soldados: 620 000 fallecidos. Evans intuyó que muchas mujeres no encontrarían marido, dada la escasez de hombres resultante del horror bélico.

Y así, las protagonistas de la novela, Electra e Irene, aunque tienen posibilidad de casarse, permanecen solteras por elección propia, sacrificándose por la Confederación. Electra rechaza la proposición matrimonial de su mentor, mientras que Irene se opone a los deseos de su padre de casarla con su primo Hugh.

Evans pone en boca de una de sus protagonistas las siguientes palabras:

“Electra, es muy cierto que las mujeres solteras enfrentan dificultades que un mundo feliz e irreflexivo no comprende. Pero las vidas solitarias no son necesariamente desdichadas; deberían ser, entre todas, las más útiles. Recuerda que la mujer que se atreve a vivir sola y a ser objeto de burla es más valiente, más noble y mejor que la que escapa de ambas cosas en un matrimonio sin amor. Es cierto que tú y yo nos sentimos muy solas, y sin embargo, nuestro futuro nos depara mucho. Tú tienes la profesión que tanto amas y nuestra nueva escuela de diseño para ocupar tus pensamientos; y yo tengo mil demandas de mi tiempo y atención”.

Sin embargo, su siguiente novela, St. Elmo (1866), todo un éxito de ventas (un millón de ejemplares en solo cuatro meses en un país arruinado por la guerra), envió un mensaje radicalmente distinto.

Retrato de una mujer vestida de negro.
Retrato de Augusta Jane Evans Wilson en 1890. Alabama Department of Archives and History

Edna Earl, la protagonista, aspirante a escritora, renunciaba felizmente a su ambición literaria para contraer matrimonio con el apuesto truhán St. Elmo Murray. Su futuro marido decretaba que “¡No se escribirán más libros! ¡No más estudios, no más ansiedades, no más penas! Y ese querido público que tanto amas incluso tendrá que buscarse la vida y pedirle a gritos una nueva mascota. Ahora me perteneces solo a mí, y yo cuidaré de la vida que casi has destruido con tu ambición desmesurada”. Evans se plegaba así al gusto por los finales felices en forma de boda de las lectoras de la época.

Curiosamente, Evans se casó con posterioridad a la publicación de su novela y tuvo un matrimonio muy feliz. No obstante, su nuevo papel como la señora Wilson hizo que su producción literaria disminuyera tras la boda.

De St. Elmo a Mujercitas

Otra autora contemporánea a Evans, pero del bando del Norte, fue Louisa May Alcott, de fama mundial gracias a Mujercitas. Firme defensora del sufragio femenino (al que Evans, dicho sea de paso, se oponía), decidió no casarse para dedicarse a su carrera literaria. Afirmaba que prefería ser una solterona y “remar ella sola su propia canoa”.

Retrato de una mujer vestida de negro sentada y apoyada en una mesita.
Retrato de Louisa May Alcott en el libro Talks about authors and their work. Internet Archive Books Images

También afirmaba que la libertad era mejor marido que el amor. Pero Alcott, cabeza de familia, sí que tenía a cargo a sus padres, su hermana viuda, sus dos sobrinos huérfanos y, tras la muerte de su hermana menor, a su sobrina recién nacida. Todos ellos le quitaron también muchas horas de trabajar en sus novelas, demostrando que las responsabilidades familiares no eluden a las mujeres solteras.

La escritora tenía intención de dejar a Jo, su alter ego en Mujercitas, igualmente soltera. Pero la presión del público la “obligó” a casarla. Su “venganza” fue hacerlo con el anodino (a gusto de sus juveniles lectoras) profesor Bhaer y no con su amigo y vecino Laurie.

Podemos leer a Evans y Alcott como ejemplo de dos escritoras que en sus novelas y en sus vidas experimentaron las dificultades de la vida como mujer soltera. Visto que el debate sobre si una mujer debe casarse y tener hijos o no continúa muy vivo, queda claro que la cuestión de ser soltera es aún remar una canoa a contracorriente.

The Conversation

Carmen Gómez Galisteo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.



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