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El cardenal estadounidense Robert Francis Prevost ha sido elegido este 8 de mayo como nuevo papa, bajo el nombre de León XIV, reflejando no solo una continuidad pastoral con el legado de Francisco, sino también la posibilidad de un nuevo enfoque social en el seno de la Iglesia.
A pesar de que todavía hay que esperar unos días para oírle pronunciar grandes discursos como pontífice, y con la esperanza de que puedan ser enfocados en asuntos como el hambre o la desnutrición, su trayectoria como obispo en Perú invita a pensar que estos temas podrían ocupar un lugar central en su agenda.
Un pastor en las periferias
Antes de llegar a Roma, Prevost desempeñó el cargo de prior general de los agustinos, y en 2015, fue nombrado por el papa Francisco obispo de Chiclayo, en el norte del Perú, una región marcada por altos niveles de pobreza, desnutrición crónica infantil, anemia y migración rural.
Durante su episcopado en Perú, priorizó las visitas pastorales a comunidades rurales, muchas de ellas con acceso limitado a servicios básicos y programas de nutrición.
Más adelante, se pudo observar su compromiso en situaciones más complicadas como durante la pandemia del covid-19. Tal y como indicó la directora del semanario Expresión, Rosa Chambergo Montejo, en esta ciudad peruana –conocida como la Capital de la Amistad– el entonces obispo consiguió levantar dos plantas de oxígeno para los afectados por la enfermedad. Su estilo era más el de un prelado de “rostro humano” que el de un administrador eclesial.
Esa cercanía con las poblaciones más vulnerables fue coherente con la idea de Iglesia promovida por el papa Francisco.
¿Por qué importa su experiencia en Perú?
Durante años, Perú ha sido un país símbolo de los contrastes propios de América Latina, donde se vivía un crecimiento económico sostenido, pero con profundas desigualdades sociales.
Así lo reflejan los datos oficiales, que muestran cómo la desnutrición crónica infantil afectaba al 12,1 % de los niños menores de cinco años en el primer trimestre de 2024. Se registran tasas más altas en regiones rurales (20,9 %), frente a las áreas urbanas (8,5 %), como es el caso de Chiclayo, en el departamento peruano de Lambayeque.
Por eso, sus primeras palabras como papa refuerzan el papel de la Iglesia en este sentido, al considerar que “debe estar especialmente cerca de los que sufren tanto”. Así, su experiencia peruana le va a servir probablemente en su apostolado para enfocarse en los más pobres y desnutridos.
El hambre como desafío moral global
La desnutrición y el hambre no son únicamente cuestiones de asistencia alimentaria, también constituyen problemas estructurales profundamente ligados a la desigualdad, la guerra, el cambio climático y el colapso de los sistemas agrícolas.
Para la Iglesia, este tema tiene además un fuerte componente moral, que se ha reflejado en las encíclicas de los últimos papas. Desde Populorum Progressio, de Pablo VI, a Laudato Si’, del papa Francisco, pasando por Sollicitudo Rei Socialis, de Juan Pablo II, y Caritas in Veritate, de Benedicto XVI.
Francisco ya había definido el hambre como “una injusticia criminal” y defendido el acceso al alimento como un derecho humano.
León XIV, heredero de ese pensamiento, podría profundizar este enfoque con un estilo más pastoral y regionalmente comprometido, sobre todo con América Latina.
Además, su formación como agustino refuerza esta visión: la Regla de San Agustín insiste en compartir los bienes como base de la vida cristiana.
No sería extraño que, a corto plazo, veamos al nuevo papa impulsando nuevas iniciativas vaticanas relacionadas con el acceso a la alimentación, el derecho al agua y la sostenibilidad ecológica.
¿Un papa para los “hambrientos de justicia”?
Desde un punto de vista simbólico, el hecho de que un estadounidense, un país que lidera el gasto alimentario mundial, haya optado por vincular su vida episcopal con las periferias peruanas, no es menor.
Su experiencia vital lo ha puesto en contacto con el rostro más duro del hambre; no el que aparece en estadísticas globales, sino el que se manifiesta en madres que diluyen la sopa para que rinda más, o niños que faltan a clases por no tener qué desayunar.
León XIV tiene la oportunidad de ser una voz relevante en foros internacionales donde se discuten políticas alimentarias y agrícolas.
La Santa Sede ya participa en organismos como la FAO y el Programa Mundial de Alimentos, pero su rol podría fortalecerse bajo un liderazgo papal sensible a estas causas.
Aún es pronto para saber qué rumbo tomará León XIV. Pero si su vida anterior al papado sirve de indicio, podemos esperar un liderazgo donde las cuestiones alimentarias, tanto físicas como espirituales, no serán secundarias.
En un mundo donde casi 800 millones de personas siguen padeciendo hambre, y donde millones de toneladas de comida se desperdician cada año, el mensaje del nuevo papa podría ser sencillo, pero poderoso: el pan no debe faltar en ninguna mesa.

José Miguel Soriano del Castillo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.