Robert De Niro, un antihéroe neoyorquino en Cannes

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De Niro en un fotograma de la icónica 'Taxi Driver', de Martin Scorsese. FilmAffinity

El actor, director y productor Robert De Niro, que nació en Nueva York un 17 de agosto de 1943, ha intervenido en más de cien películas, convirtiéndose en un referente para varias generaciones.

De Niro personifica la esencia del “actor del método”, una técnica interpretativa desarrollada por el director ruso Konstantín Stanislavski consiste en sumergirse de lleno en el personaje que se interpreta, en todos los sentidos.

Sus transformaciones camaleónicas han sido, y siguen siendo, legendarias, engordando, adelgazando, aprendiendo el siciliano, tocando el saxofón, musculándose o pidiéndole a un dentista que le desconfigurase los dientes para luego volver arreglárselos.

Del mismo modo, el sinfín de papeles que ha encarnado a lo largo de su carrera –perdedores, mafiosos, policías, hombres corrientes…– es antológico, quedando patentes sus innumerables registros.

Sin duda, sus papeles en el cine han ido evolucionando a medida que han ido pasando las décadas (de un cine independiente a otro más comercial), dejando, en todo caso, una profunda huella en el séptimo arte.

A lo largo de su carrera profesional, De Niro ha recibido múltiples galardones. Y en este 2025, se les sumará la Palma de Oro de Honor del Festival de Cannes.

Un ascenso lento

Conocido por sus amigos como Bobby, creció en las calles de Manhattan, no lejos del barrio conocido como Little Italy. Sus padres, Robert De Niro senior y Virginia Admiral, eran artistas. Cuando se separaron Bobby siguió viviendo con su madre. Como buen neoyorquino por sus venas corre sangre irlandesa, holandesa, germana, británica y gala, pero también italiana –por parte de sus bisabuelos paternos–. De ahí que encarne tan bien el arquetipo de italoamericano que le ha granjeado alguno de sus papeles más significativos.

Cartel de _Malas calles_, de Scorsese.
FilmAffinity

Inquieto, tímido e inteligente no supo encontrar su sitio como estudiante hasta que a los 16 años decidió dedicarse a la interpretación. Finalmente, sería aceptado en la prestigiosa academia de interpretación Actor’s Studio. Tras unos años bohemios de juventud viviendo en París, en 1965 intervino, aunque sin aparecer en los títulos de crédito, en su primer filme Tres habitaciones en Manhattan. Desde entonces, su presencia en pantalla ha sido casi permanente.

Sin embargo, fue su interpretación de Johnny Boy en Malas calles, de Martin Scorsese, la que catapultó su carrera, a sus ya 30 años. Su primera película con Scorsese no sólo le granjeó el reconocimiento, en su alocada y desquiciada interpretación, sino que daría lugar a un tándem fabuloso de actor y director. Ambos se conocían del Bronx y hablaban el lenguaje de sus calles. En esta primera etapa, su estrecha colaboración hizo que los dos firmasen páginas imborrables de la historia del cine.

De Corleone a LaMotta

Su segundo gran éxito fue El Padrino II, su ratificación como estrella. El director, Francis Ford Coppola, ya se había fijado en él cuando se presentó a las audiciones para interpretar a Sonny (que acabaría en manos de James Caan), pero aquella oportunidad perdida le abrió a un papel aún más significativo: interpretar al joven Vito Corleone (a quien había encarnado Marlon Brando en la primera parte).

Un hombre en traje en una celebración abraza a un niño.
Robert De Niro en un fotograma de El Padrino II. FilmAffinity

De Niro viajó a Sicilia para aprender el idioma específico de la isla y la mayor parte de sus diálogos en el filme son en él. Fue todo un éxito que le hizo ganar su primer Óscar, como actor de reparto. Al poco, volvió a trabajar con Scorsese en Taxi Driver, convirtiéndose en un taxista existencial cuyo fin era salvar a una joven prostituta. Violenta y controvertida, fue recibida con un sonoro aplauso por la crítica. A partir de ahí, su agenda estuvo llena de proyectos.

De hecho, se fue atreviendo con personajes alejados de su área de confort. Pero donde se encontraba más a gusto era en papeles complejos, torturados, amargados y, ante todo, de frágiles antihéroes.

Las otras dos películas que le consolidaron como uno de los mejores actores de su generación fueron El cazador y Toro salvaje. En la primera interpretó a un joven inmigrante que tenía que ir a la guerra de Vietnam, en un tremendo alegato fílmico contra el conflicto. Y en Toro salvaje, por la que logró su segundo Óscar, esta vez como mejor actor principal, se convirtió en el boxeador Jack LaMotta. Su transformación fue tremenda –aprendiendo a boxear, engordando y zambulléndose en el personaje– y se considera todo un hito.

Dos hombres de traje sonríen en una boda.
John Cazale y De Niro en El cazador, de Michael Cimino. FilmAffinity

El actor de las infinitas caras

En las décadas siguientes, y además de ser el protagonista de la epopeya Érase una vez en América, de Sergio Leone, De Niro fue añadiendo nuevos perfiles a su larga trayectoria y destacó en filmes como secundario de lujo (como El corazón de Ángel o Los intocables de Eliot Ness). También se acercó a la comedia en Huida a medianoche y la fallida Nunca fuimos ángeles.

Destacó como paciente psiquiátrico en Despertares, monstruo en Frankenstein de Mary Shelley o delincuente de medio pelo en Jackie Brown. Y volvió a ponerse a las órdenes de Scorsese como sicario irlandés en Uno de los nuestros, inquietante psicópata en el remake El cabo del miedo y director de un casino que trabajaba para la mafia en, precisamente, Casino.

Además, habría que añadir el encuentro largamente esperado con Al Pacino, en el soberbio thriller Heat, de Michael Mann. Ambos habían participado en El Padrino II, pero sus personajes formaban parte de dos líneas temporales diferentes, y nunca antes habían coincidido en pantalla.

Tres hombres alrededor de una mesa charlando.
El director Michael Mann habla con Al Pacino y De Niro en el rodaje de Heat. IMDB

En esos años también destacó su papel de jefe mafioso con traumas psicológicos en Una terapia peligrosa y su continuación, comedias que desmitificaban el mundo del hampa y que le abrieron con éxito las puertas del género.

A partir de los 90 ha seguido interviniendo como secundario en algunas películas consideradas menores, buscando conjugar el cine dramático con comedias de éxito. En 2012 volvió a ser nominado al Óscar como secundario por El lado bueno de las cosas. Y en los últimos años destacan sus colaboraciones con Scorsese en El irlandés y Los asesinos de la luna, o su participación en Joker, haciéndole un guiño a su papel en El rey de la comedia.

Así mismo, en esa inquietud de tocar todos los géneros y estilos, en los últimos años ha participado en series televisivas como la argentina Nada y la recientemente estrenada en plataformas Día Cero.

No hay ninguna duda de que la variedad y enorme cantidad de registros de este singular y talentoso actor han sido inmensos a lo largo de su ya extensa filmografía, adaptándose a su tiempo y a su propia maduración personal.

Sus otros proyectos

Ha realizado también dos filmes muy interesantes como director. En 1993 debutó con Una historia del Bronx, ambientada en Little Italy, donde mostraba la fascinación que producía la mafia en los jóvenes del barrio. Y en 2005 estrenó El buen pastor, un drama agridulce sobre los orígenes de la CIA.

Un hombre dirige a un joven en el set de una película.
De Niro rodando Una historia del Bronx. FilmAffinity

Igualmente, se ha implicado en la producción cofundando Tribeca Productions y el Festival de Tribeca de cine independiente. Lo hizo con el fin de revitalizar su barrio, que se vio profundamente afectado tras el 11-S, y en este 2025 celebrará su vigésimo cuarta edición.

De Niro ha sido un actor todoterreno, versátil, camaleónico y un fascinante y querido antihéroe por excelencia. Y es un indiscutible merecedor de la Palma de Oro de honor 2025.

The Conversation

Igor Barrenechea Marañón no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.



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