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Hace unos 10 000 años, una enigmática población humana dibujó en un abrigo rocoso imágenes que representan un grupo de personas nadando. Esta noticia no sería sorprendente si no fuera por la ubicación de la cueva, la historia de los personajes que la descubrieron y la secuenciación del ADN de los artistas que la pintaron.
Las imágenes se encontraron en una cueva situada en la meseta de Gilf Kebir, en el suroeste de Egipto, junto a la frontera con Libia. Los dibujos representan figuras humanas nadando en uno de los lugares más áridos del mundo. Era tal su calidad, delicadeza y sensibilidad que fue denominada “La Capilla Sixtina del desierto”, en referencia a la famosa obra de Miguel Ángel.

La cueva de los nadadores y el Sahara verde
Las imágenes, al principio, se interpretaron como representaciones de almas flotando en un océano ancestral, según las creencias egipcias antiguas. Pero, junto a estos dibujos, también había jirafas y antílopes, lo que permitió proponer otra idea: que la región había sido un oasis en el que los humanos disfrutaban de chapuzones y convivían con exóticos animales.
Esta propuesta se confirmó en 2007, con el descubrimiento de los restos de un gran lago subterráneo de más de 30 000 km2 bajo las arenas del desierto. Ello demostraba que hace 14 500-5 000 años el Sahara era una región próspera con aguas cristalinas, un vergel exuberante en el que sobrevivieron los humanos, periodo conocido como el Sahara verde.

Aventuras épicas de espías
Pero este sorprendente hallazgo contenía otras maravillosas historias. En 1992 se publicó la novela de Michael Ondaatje titulada El paciente inglés, llevada al cine en 1996. La obra narra la vida del conde húngaro Ladislaus de Almásy, piloto, espía alemán e integrante de las fuerzas del Mariscal Rommel durante la Segunda Guerra Mundial.
Este aventurero invirtió gran parte de su vida en buscar el oasis de Zerzura, una ciudad mítica que documentos del siglo XV situaban al oeste del río Nilo.
A pesar de sus esfuerzos, Almásy nunca encontró este lugar, aunque en sus múltiples expediciones al desierto libio sí que tuvo la suerte de descubrir, en octubre de 1933, la cueva de los nadadores.
En su libro El Sahara desconocido (1939), defendía que las escenas eran reales y que representaban imágenes cotidianas de los habitantes de la región y, por lo tanto, que el Sahara había sufrido un cambio climático. La propuesta fue rechazada por sus contemporáneos, aunque el tiempo y los nuevos descubrimientos han demostrado que tenía razón.
La salida de Homo sapiens de África
En esta fantástica historia, todavía quedaban muchos misterios por desvelar. ¿Quiénes eran los creadores de las imágenes de la cueva de los nadadores? ¿De dónde procedían?

Un equipo internacional ha publicado los genomas de dos momias de 7 000 años de antigüedad procedentes del refugio rocoso de Takarkori, próximo a la meseta de Gilf Kebir. Se trata de genomas antiguos correspondientes al periodo del Sahara verde y que, dada su ubicación y cronología, posiblemente representen a las poblaciones que pintaron la cueva de los nadadores.
Para comprender la importancia de este estudio, hay que revisar la teoría Out of Africa sobre el origen de nuestra especie, que defiende que Homo sapiens procede de África subsahariana y, siguiendo la ruta del Nilo, hace entre 60 000 y 50 000 años, ocupó todo el planeta.
En este proceso expansivo, nuestros ancestros contactaron en el Oriente Medio con otros grupos humanos que habían abandonado miles de años antes el continente africano, los neandertales.
Esto implicó que todos los humanos del mundo, excepto los procedentes de África subsahariana, tengamos en nuestro ADN entre 1 %-3 % de material genético neandertal.
Sin embargo, los restos analizados en Takarkori tenían diez veces menos aporte neandertal que las poblaciones humanas fuera de África, lo que sugiere que, aunque fue una población que permaneció aislada durante el período del Sahara verde, debió de tener algunos intercambios genéticos con poblaciones que ya poseían algo de ADN neandertal.
La paleogenómica aclara nuestro pasado
Los restos de Takarkori demuestran, por una parte, que provienen de una rama del árbol genealógico humano que se separó del resto de poblaciones africanas en el mismo momento en el que nuestros ancestros abandonaban África, hace unos 50 000 años.
Además, estos genomas no presentaban huellas de ascendencia subsahariana, lo que demuestra que, en contra de lo que se creía, el Sahara verde no fue solo un corredor migratorio que conectaba el norte y África subsahariana, sino que fue un espacio geográfico en el que se produjeron intensos intercambios culturales, testigo de la expansión y práctica del pastoreo.

Desgraciadamente, esta historia de paleogenomas, aventuras y cambio climático se ve empañada por la desidia y la irresponsabilidad humana. Desde el estreno de la película, el lugar ha ganado popularidad y ha sido visitado por una multitud de turistas que han deteriorado casi de forma irrecuperable esta joya arqueológica.
Otro testigo mudo de nuestra historia amenazado por la ignorancia.

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