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No es una necesidad superflua. Se puede vivir sin hacer deporte, sin viajar, sin tener hijos. Pero no se puede vivir sin historias…
Yves Lavandier, cineasta francés (2003).
Desde la antigüedad, los sueños han despertado el interés tanto de filósofos como de científicos. Por ejemplo, Aristóteles (siglo IV a. e. c.) creía que eran fragmentos de nuestra vigilia en los que perdemos el control de los sentidos. Mucho tiempo después, en 1899, Sigmund Freud los interpretó como la expresión de deseos ocultos, mientras que para Carl Jung (1939) estaban relacionados con aspectos de nuestra personalidad.
Sin embargo, el médico italiano Sante de Sanctis (contemporáneo de Freud) ya tenía una visión parecida a la que nos ofrece actualmente la neurociencia, sugiriendo que los sueños nacen de la mezcla de nuestras experiencias, nuestro estado personal y nuestra historia de vida.
Hoy sabemos que el cerebro sigue activo mientras dormimos. Durante ese periodo de descanso se activan procesos que consolidan la memoria, eliminan toxinas y generan experiencias oníricas. Pero ¿sirven estas de algo? ¿Tienen alguna función importante para nuestra supervivencia?
Un recorrido por el cerebro dormido
El sueño no es un estado uniforme: pasa por distintas fases, cada una con funciones específicas. Estas se diferencian por la actividad cerebral y cambios en el flujo de neurotransmisores.
1. Fase N1 (No-REM): la puerta de entrada al sueño. Cuando empezamos a dormir, nuestro cerebro reduce su actividad. En este momento, sustancias como la melatonina y la adenosina ayudan a que nuestros sistemas se desconecten. Una vez que disminuyen los niveles de orexina, el neurotransmisor que nos mantiene alerta, caemos en el sueño. Por ejemplo, la narcolepsia se produce por un desequilibrio en este proceso.
En La fase N1 se producen los llamados sueños hipnagógicos (de hypnos, ‘sueño’, y agogós, ‘guía’). Estas ensoñaciones suelen recrear imágenes o pensamientos fugaces, sin una historia estructurada ni emociones intensas. Aquí, principalmente, se comienza a consolidar la memoria explícita inmediata, procesando y seleccionando información de los eventos recientes.
Quienes se despiertan en esta etapa suelen recordar fragmentos del sueño y generar ideas creativas, un fenómeno del que se valieron figuras como Edison o Dalí, y que ha sido respaldado por un estudio del Paris Brain Institute (2021). Este recuerdo vívido podría verse favorecido por niveles residuales de neurotransmisores promotores de la vigilia, facilitando la codificación en memoria a corto plazo.
2. Fase N2 (No-REM). Consolidación de memorias recientes. A medida que el sueño avanza, sigue decayendo la actividad cerebral y aparecen unos patrones cerebrales llamados “complejos K” y “husos del sueño”. Estos parecen relacionarse con el aprendizaje, especialmente de habilidades motoras y visoespaciales, como escribir en un teclado o recordar localizaciones.
Leer más: ¿Podemos controlar lo que soñamos? La ciencia de los sueños lúcidos
Los neurotransmisores de la vigilia siguen reduciéndose y el cerebro se desconecta progresivamente de los estímulos externos, preparando el cuerpo para un sueño más profundo. Aquí, las ensoñaciones resultan menos frecuentes, aunque son más estructuradas y aún guardan relación con eventos recientes.
3. Fase N3 (No-REM): descanso profundo. En la actividad cerebral aparecen ondas lentas, denominadas “delta”. A lo largo de este período, se fortalecen el sistema inmunológico y los músculos, y se liberan hormonas esenciales para la salud.
En 2019, investigadores de la Universidad de Boston mostraron que, durante la fase N3, el cerebro elimina desechos, como la proteína beta-amiloide asociada al alzhéimer, al compás de la actividad de ondas lentas.
Los sueños siguen formándose desde eventos recientes, pero se empiezan a asociar con recuerdos semánticos (aquellos relacionados con el conocimiento general y consciente del mundo externo). Las memorias favorecidas por esta fase son, principalmente, tanto de carácter declarativo (que requieren pensamiento consciente) como procedimental (difíciles de verbalizar y que se llevan a cabo de forma automática y no consciente)
4. Fase REM: los sueños vívidos salen a escena. Según avanza la noche, entramos en la fase REM –siglas de “movimientos oculares rápidos” en inglés–, cuando el cerebro se reactiva y los sueños se vuelven más intensos y emocionales. En esta etapa, el pensamiento lógico, regulado por la corteza prefrontal, se desconecta temporalmente de las áreas encargadas de la percepción y las emociones, lo que permite la aparición de imágenes y narrativas extrañas.
Aunque el cerebro actúa casi como en estado de vigilia, el cuerpo se paraliza, impidiendo que actuemos conforme a lo que experimentamos en nuestros sueños.
La reducción en los niveles de noradrenalina y de serotonina –dos neurotransmisores clave para la vigilia– hace que el cerebro se libere de asociaciones lógicas. Esto facilita la combinación de ideas inesperadas y la creación de imágenes extravagantes, un proceso similar al efecto alucinógeno del LSD.
Además, junto al aumento de acetilcolina –un neurotransmisor esencial para la memoria– se favorecen la resolución de problemas y el aprendizaje a largo plazo, especialmente de aspectos no declarativos y emocionales.
Relación con nuestras emociones y la consciencia
El neurocientífico portugués Antonio Damasio propuso que nuestras decisiones están influidas por emociones ligadas a experiencias pasadas. Durante el sueño, cuando el cerebro repasa recuerdos, se activan conexiones emocionales asociadas a ellos, reforzando el vínculo entre lo vivido y lo sentido. Este proceso podría explicar cómo aprendemos en concordancia con emociones y por qué aparecen en los sueños.
Si, además, consideramos la Ley de Hebb (“la activación repetida de grupos neuronales fortalece sus conexiones”), el sueño actuaría como un mecanismo de integración: al activar recuerdos recientes y emociones, también podría reactivar conexiones débiles con eventos pasados que compartan algún rasgo, volviendo a reforzar esa asociación.
Por su parte, el neurocientífico estadounidense David Eagleman sugiere que el cerebro “crea historias” para dar coherencia a conexiones que la consciencia no puede integrar del todo. En esta línea, el psiquiatra también estadounidense J. Allan Hobson (1933-2021) propuso que los sueños surgen como subproductos de estados de conciencia atenuada. Así, la recreación narrativa nocturna reflejaría la “tendencia natural del cerebro a establecer conexiones y darles significado”, algo que probablemente fuera necesario para nuestra evolución como especie.
Buscando soluciones útiles
También podríamos pensar en los sueños como un taller muy antiguo de innovación. La teoría Next-Up, presentada en el libro de Antonio Zadra y Robert Stickgold When Brains Dream (2021), sugiere que soñar no es solo repetir lo vivido, sino que nuestro cerebro aprovecha la experiencia onírica para explorar ideas y consolidar soluciones útiles para la vida diaria.
Diversos estudios apoyan la hipótesis, mostrando que esas experiencias nos ayudan a aplicar lo aprendido a nuevas situaciones y a mejorar nuestras habilidades cognitivas.
Durante el día, el cerebro “marcaría” problemas sin resolver. Luego, en la fase No-REM, revisaría estos eventos para resaltar los más relevantes. Finalmente, en la etapa REM, seríamos capaces de combinarlos con recuerdos lejanos, reorganizándolos de formas novedosas. Esto explicaría por qué los sueños suelen parecer raros o ilógicos.
Así que, la próxima vez que tenga un sueño extraño, piense que su cerebro no solo está creando historias para dar sentido a su propia actividad, sino que también está explorando nuevas conexiones entre recuerdos lejanos y emociones. Tal vez, con ese guion onírico aparentemente absurdo estemos ensayando soluciones inesperadas para comprender mejor el mundo… y a nosotros mismos.

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.