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Un reciente estudio canadiense ha planteado una posible asociación entre la intolerancia a la lactosa y la frecuencia de las pesadillas, reavivando el viejo mito de que el queso provoca sueños perturbadores.
Aunque el hallazgo resulta intrigante, la investigación presenta, como veremos, limitaciones importantes. Porque a pesar de la atención mediática, aún estamos lejos de poder afirmar que la dieta tenga una influencia directa y comprobada sobre los sueños.
Los “sospechosos habituales”
Desde hace décadas circula la creencia de que comer ciertos alimentos o cenar tarde pueden afectar negativamente la calidad del descanso nocturno y alterar el contenido de los sueños, volviéndolos más vívidos, perturbadores o incluso pesadillescos.
Entre los “sospechosos habituales” se incluyen comidas pesadas, alimentos muy condimentados, dulces ricos en azúcar refinada y, con particular frecuencia, los productos lácteos. ¿Tiene alguna base científica esta percepción?
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Otra encuesta canadiense realizada en 2015 ya exploró la cuestión. El estudio recogió respuestas de 396 personas y reveló que el 17,8 % de los participantes relacionaban algún tipo de alimento con sueños desagradables. En concreto, los lácteos (leche, queso, helado) y los dulces azucarados eran los productos más frecuentemente señalados.
Por otro lado, algunos participantes también afirmaron que ciertas comidas, como frutas o vegetales, les generaban sueños positivos, lo que apunta a una posible dimensión subjetiva y simbólica de la relación entre alimentación y contenido onírico.
Otro factor relevante es la hora de la cena. Diversas investigaciones han mostrado que cenar tarde –particularmente dentro de las dos horas previas al sueño– puede alterar la calidad del descanso.
El nuevo estudio, publicado en Frontiers in Psychology, retoma el asunto y vuelve a apuntar a los lácteos como principales responsables. ¿Cómo de sólidas son las evidencias?
Más de mil estudiantes entrevistados
Los científicos –liderados por Tore Nielsen, el mismo investigador que dirigió el trabajo de 2015– entrevistaron a 1 082 estudiantes universitarios. El cuestionario incluía preguntas sobre la calidad del sueño, la frecuencia e intensidad de los sueños, los hábitos alimenticios, la salud mental y física, y cualquier relación percibida entre los alimentos consumidos y el contenido de las vivencias oníricas.
Un objetivo importante era analizar las creencias subjetivas sobre si ciertos tipos de comida afectaban o no a su descanso. Este enfoque, aunque útil para identificar percepciones sociales, tiene una limitación crucial: se basa en autoinformes, sin verificación objetiva de las condiciones fisiológicas del sueño o la digestión.
Lo que reportaron los voluntarios
Los resultados revelaron varios datos interesantes:
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Aproximadamente un tercio de los encuestados declaró experimentar pesadillas frecuentes, si bien las mujeres mostraron una mayor tendencia a recordar sus sueños y reportar trastornos del sueño.
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En total, un 40 % de los participantes consideró que comer tarde o ciertos alimentos afectaban negativamente su descanso, y un 25 % afirmó que ciertos productos empeoraban la calidad del sueño. Entre los alimentos más señalados se encontraban los dulces, las comidas picantes y los lácteos.
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Un 5,5% de los encuestados afirmó que lo que comían influía directamente en el contenido o tono de sus sueños, y muchos de ellos describieron que los lácteos y los dulces los volvían más vívidos o inquietantes.
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Y, por último, uno de los hallazgos más citados fue la relación entre intolerancia a la lactosa y pesadillas: quienes reportaban este trastorno también manifestaban síntomas gastrointestinales nocturnos, peor calidad del sueño y mayor frecuencia de sueños negativos.
Sin relación causa-efecto
La interpretación de estos datos exige cautela. Como ha explicado Tore Nielsen, los resultados apuntan a una asociación, pero no prueban una causalidad. Es decir, que dos fenómenos coincidan (por ejemplo, consumir queso y tener una pesadilla) no implica que uno cause el otro. El trabajo no se diseñó para establecer una relación causa-efecto entre ingerir lácteos y la aparición de sueños angustiosos.
Además, no fue un experimento controlado, sino una encuesta basada en percepciones subjetivas. No se utilizaron mediciones fisiológicas ni registros polisomnográficos del sueño, y tampoco se controló de forma objetiva qué alimentos se consumieron, en qué cantidad o bajo qué condiciones.
Malas noches sin un claro culpable
Otro aspecto a tener en cuenta es que las molestias digestivas nocturnas pueden, efectivamente, alterar el sueño. Estudios en gran escala muestran que síntomas como dolor abdominal, hinchazón, gases y reflujo se asocian con mayor fragmentación del sueño, despertares frecuentes y mala calidad del descanso.
Además, entre pacientes con trastornos funcionales gastrointestinales como el síndrome del intestino irritable, se ha observado una disminución del sueño profundo (etapa N3) y un aumento de microdespertares. Estas interrupciones, aunque breves o imperceptibles, pueden generar estados intermedios de conciencia durante los cuales los sueños se vuelven más vívidos, fragmentados o emocionalmente intensos, sobre todo si hay malestar físico.
Sin embargo, esto no implica que el queso sea el culpable. Muchas veces, las personas tienden a identificar a los lácteos como la causa de un malestar por influencia de discursos populares y narrativas difundidas en redes sociales, más que por evidencia personal comprobada. Además, en la práctica diaria no solemos ingerir alimentos de manera aislada, lo que dificulta atribuir un efecto específico a un solo ingrediente.
Más preguntas que respuestas
En sus conclusiones, los propios autores de la investigación subrayan la necesidad de replicarla con muestras más amplias y diversas –en edad, cultura y patrones alimentarios–, así como emplear métodos más rigurosos, como estudios experimentales con grupos controlados, monitorización del sueño y administración de alimentos bajo condiciones controladas.
El estudio ofrece una pista interesante sobre cómo la alimentación podría, en algunos casos, interferir con el descanso nocturno, especialmente en personas con intolerancias alimentarias. Sin embargo, aún no hay evidencia concluyente que respalde la afirmación de que los lácteos –ni ningún alimento específico– provoquen pesadillas de forma directa.

Álvaro Astasio Picado no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.