‘Happy slapping’: cuando la agresión física y la humillación se hacen virales

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Egoitz Bengoetxea/Shutterstock

En un mundo hiperconectado, donde las pantallas median nuestras relaciones y la viralidad define lo que merece ser visto, la violencia también ha encontrado nuevas formas de manifestarse.

Uno de los fenómenos más preocupantes que han surgido en este contexto es el llamado happy slapping, práctica que combina la agresión física con la difusión digital, creando un espectáculo donde la víctima es humillada ante una audiencia global.

En los últimos años, el fenómeno ha ganado notoriedad debido a varios incidentes alarmantes. Por ejemplo, en su memoria del año 2023, la Fiscalía General del Estado de España advertía del incremento de delitos graves cometidos por menores, como el acoso escolar, ataques contra la libertad sexual, violencia intrafamiliar y delitos cometidos a través de redes sociales.

Además, organizaciones como Save the Children han manifestado su preocupación por el aumento de la violencia entre niños y adolescentes y han subrayado la necesidad de implementar medidas preventivas y educativas. Precisamente, esta oenegé publicó un informe en 2019 donde se estimaba que 76 643 jóvenes en España habían sufrido happy slapping durante su infancia.

Estos casos subrayan la urgencia de abordarlo como una forma de violencia digital que no solo afecta a las víctimas directamente involucradas, sino que también perpetúa una cultura de agresión y humillación en línea.

¿Qué es el happy slapping y cómo surge?

El término happy slapping (literalmente, “bofetada feliz”) nació en el Reino Unido a principios de los años 2000, cuando comenzaron a reportarse agresiones físicas registradas en vídeo con teléfonos móviles.

La dinámica es simple: uno o varios agresores atacan a una víctima mientras otro los graba. Posteriormente, el vídeo se comparte en redes sociales o aplicaciones de mensajería, convirtiendo la violencia en un contenido de entretenimiento.

Aunque el nombre pueda sugerir una acción menor, los ataques han ido desde simples bofetadas hasta palizas brutales, algunas con desenlaces fatales. Un estudio destaca cómo la difusión digital aumenta la revictimización, ya que las imágenes pueden compartirse indefinidamente.

Además, otras investigaciones recientes han señalado que estos actos pueden vincularse con comportamientos de violencia en la adolescencia, al reforzar dinámicas de grupo que premian la agresión como un acto de validación social.

Y dada su cercanía con el alumnado joven, los profesores también pueden ser en ocasiones, por desgracia, víctimas del happy slapping

El atractivo de la violencia viral

¿Por qué alguien grabaría una agresión en lugar de intervenir? La respuesta se encuentra en la lógica de las redes sociales y la gamificación. En la era del “me gusta”, las visualizaciones y la validación digital, cualquier contenido que genere impacto se vuelve valioso. La viralidad puede influir en el comportamiento de los jóvenes, incentivando la participación en actos violentos para obtener reconocimiento social.

Este tipo de violencia digitalizada tiene paralelismos con otras prácticas como el ciberacoso o el revenge porn o “porno venganza” (difusión de imágenes sexuales de alguien sin su consentimiento), donde la tecnología no solo facilita la agresión, sino que la convierte en un espectáculo. La diferencia radica en que aquí la violencia es física, aunque su alcance y permanencia se amplifican online.

Impacto psicológico y social

Las víctimas de happy slapping no solo sufren consecuencias físicas, sino también un profundo daño psicológico. La humillación pública y la sensación de desprotección pueden derivar en trastornos de ansiedad, depresión e incluso ideación suicida. La difusión del vídeo intensifica la agresión, ya que las imágenes pueden ser vistas y compartidas indefinidamente, convirtiendo el sufrimiento en un espectáculo sin fin.

Diversos estudios han analizado el impacto psicológico de este fenómeno. Una investigación de hace algunos años describía cómo 41 adolescentes de tres grandes ciudades inglesas debatieron sobre el happy slapping, proporcionando perspectivas sobre su percepción y consecuencias. Por ejemplo, algunos chicos hablaron de cómo ciertos comportamientos violentos eran vistos por sus amigos como signos de “masculinidad” o “control”.

A nivel social, el happy slapping normaliza la violencia y refuerza la idea de que el entretenimiento puede estar por encima del respeto y la dignidad humana. Además, la participación pasiva de quienes visualizan y comparten estos contenidos sin denunciarlo refuerza la impunidad de los agresores. La exposición a contenidos violentos en redes sociales puede aumentar la tolerancia a la violencia y reducir la empatía en adolescentes y jóvenes.

¿Cómo podemos frenar este fenómeno?

Combatir esta práctica requiere una estrategia multidimensional que abarque la educación, la regulación digital y la responsabilidad colectiva.

  • Educación y concienciación: es fundamental enseñar a los menores sobre el impacto del happy slapping y otros tipos de violencia digital. La educación digital debe incluir la ética del uso de las redes, la empatía y las consecuencias legales de estos actos.

  • Regulación y responsabilidad de las plataformas: las redes sociales deberían reforzar sus políticas para identificar y eliminar este tipo de contenido rápidamente. Además, tienen que implementar mecanismos para denunciar más eficazmente estas agresiones.

  • Acción legal: en muchos países, el happy slapping puede considerarse un delito de agresión, acoso o incluso incitación a la violencia. Sin embargo, es necesario un marco legal más sólido y ágil para perseguir tanto a los agresores como a quienes difunden los vídeos.

  • Responsabilidad social: como espectadores, tenemos el poder de frenar la difusión de estos vídeos no compartiéndolos y denunciándolos en las plataformas. La viralidad no es inevitable: depende de nuestras decisiones individuales y colectivas.

Un problema de todos

El happy slapping no es un problema exclusivo de las víctimas y los agresores. Es un reflejo de una cultura digital que premia lo impactante sin cuestionar sus consecuencias. Si queremos un entorno más seguro y humano, debemos asumir la responsabilidad de lo que consumimos, compartimos y permitimos en el espacio digital.

La violencia no debería ser un espectáculo. Y la dignidad humana no puede ser moneda de cambio en la economía de la atención.

The Conversation

Oliver Serrano León no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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