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Con una mezcla de rasgos más modernos y más arcaicos, el descubrimiento del Homo naledi causó conmoción en la comunidad paleontológica. © Mark Thiessen/National Geographic |
El misterio de nuestros ancestros acaba de volverse aún más intrigante. Un nuevo estudio sobre el sistema de cuevas Rising Star, en Sudáfrica, sugiere que una especie extinta de homínidos de cuerpo pequeño y cerebro diminuto pudo haber enterrado a sus muertos hace más de 240.000 años. Si esto es cierto, no solo cambia la historia de nuestra especie, sino que adelanta en el tiempo la aparición de un comportamiento que hasta ahora creíamos exclusivo de Homo sapiens.
La investigación, publicada en la revista eLife, combina análisis esquelético, geológico y espacial para proponer que el entierro intencional es la explicación más lógica para los restos encontrados. En otras palabras: estos homínidos no dejaron sus muertos al azar; alguien los llevó allí a propósito.
La historia de este hallazgo comienza en 2013, cuando el paleoantropólogo Lee Berger reunió a un equipo capaz de arrastrarse por los angostos pasajes de la cueva Rising Star, cerca de Johannesburgo. Algunos túneles tienen apenas 20 centímetros de ancho, lo que obligó a elegir investigadores muy delgados para alcanzar las cámaras más profundas. Lo que encontraron fue impresionante: más de 1.500 huesos pertenecientes al menos a 15 individuos de una especie desconocida hasta ese momento, bautizada como Homo naledi.
Estos homínidos medían menos de metro y medio de altura y tenían una mezcla fascinante de características: hombros parecidos a los de un simio, manos y pies casi humanos y un cerebro del tamaño de un tercio del nuestro. Desde el primer momento, los científicos se preguntaron cómo habían terminado esos cuerpos en un lugar tan inaccesible.
En 2015, Berger lanzó una hipótesis que encendió el debate: Homo naledi habría colocado intencionalmente a sus muertos en la cueva. La idea fue polémica, porque enterrar a los muertos suele considerarse un indicador de pensamiento simbólico, algo que asociamos con humanos modernos. Muchos expertos respondieron con escepticismo, sugiriendo que los huesos pudieron haber llegado allí por causas naturales como inundaciones o movimientos de sedimento. Otros criticaron la falta de revisión externa en las primeras etapas de la investigación, sobre todo después de que el descubrimiento fue presentado al público en un documental de Netflix.
Ahora, un equipo internacional de 28 investigadores de seis países ha vuelto sobre el caso, esta vez de manera sistemática. Diseñaron una hipótesis mínima de “entierro cultural” y la contrastaron con otras posibles explicaciones. Su conclusión es clara: el entierro intencional sigue siendo la opción más probable.
Los nuevos análisis revelaron dos agrupaciones adicionales de restos en el subsistema Dinaledi y la cámara Hill, con cerca de 90 huesos y 51 dientes, incluidos de individuos jóvenes. Lo más impactante es que varios huesos estaban aún en posición anatómica: un pie y tobillo casi completos, una mano y muñeca parciales, costillas y mandíbulas en secuencia. Este tipo de alineación es difícil de explicar si los cuerpos hubieran sido arrastrados por agua o depositados por accidente.
El análisis de los sedimentos refuerza la idea de que no hubo intervención de procesos naturales. La cueva presenta condiciones secas, sin rastros de flujo de agua que pudiera haber movido los huesos. Los pasajes en pendiente bloquean el ingreso de sedimentos de forma natural. Tampoco hay marcas de dientes de carnívoros, lo que descarta la acción de animales carroñeros.
Algunos entierros parecen haber sido perturbados después, tal vez por otros grupos de Homo naledi que desplazaron los restos más antiguos. También se halló un objeto de piedra solitario colocado en el suelo de la cámara, cuyo propósito sigue siendo un enigma.
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Mapa del subsistema Dinaledi y detalle que muestra la superficie de la cámara Dinaledi y la antecámara Hill. Crédito: eLife (2025). DOI: 10.7554/eLife.89106.3 |
Si estos actos fueron intencionales, implican que Homo naledi practicaba comportamientos mortuorios más de 100.000 años antes de los entierros más antiguos de Homo sapiens. Esto abre la posibilidad de que el pensamiento simbólico y la planificación surgieran en distintas ramas de nuestra familia evolutiva, incluso en especies con cerebros más pequeños.
Este hallazgo recuerda otros debates, como el famoso “entierro de las flores” de los neandertales en la cueva Shanidar, en Irak, o el arte rupestre y uso de herramientas avanzadas atribuidos a especies arcaicas. Cada nuevo descubrimiento borra un poco más la línea que separaba lo “moderno” de lo “primitivo”.
El sistema Rising Star no muestra evidencia de que Homo naledi viviera allí: no hay herramientas, restos de fuego ni señales de comida. Todo indica que la cueva se usaba exclusivamente para colocar cuerpos, a pesar del riesgo y el esfuerzo que implicaba entrar en sus pasajes. Esto sugiere que había un motivo que iba más allá de la mera eliminación de cadáveres.
Los investigadores concluyen que el entierro cultural es la explicación que mejor encaja con todas las pruebas reunidas. Si esta interpretación se confirma, nuestra visión de la evolución humana cambiará de nuevo: los rituales y la complejidad social podrían no ser una invención exclusiva de Homo sapiens, sino un rasgo compartido por otras especies de homínidos que nos precedieron.