Los robots ya bailan, pero no sobrevivirían a un turno en la fábrica

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El robot Optimus de Tesla, en una demostración de baile, 2025. Tesla.

En la década de 1980, Número 5 y Robocop eran los protagonistas de las películas que llenaban las salas de cine. La sociedad soñaba con robots inteligentes, útiles y carismáticos. Casi cuatro décadas desde sus estrenos, asistimos hoy a una batalla entre empresas y países por demostrar quién ha diseñado el robot que se mueve con más fluidez.

China presumía de su tecnología en plena guerra comercial con Estados Unidos. Y hace unos días, Tesla mostraba las habilidades de su robot Optimus.

El robot Optimus, de Tesla, en una demostración de baile.

Sin embargo, en la robótica, como en el cine, una cosa es la escena de acción y otra, la logística del rodaje. Bailar en una sala vacía y controlada es un logro técnico. Pero no es nada comparable con lo que implica que un robot opere de forma autónoma, sin errores, en un entorno industrial real, rodeado de humanos, piezas móviles, sensores, sistemas complejos.

Bailarín sí, operario no (todavía)

No podemos quitar mérito al desarrollo técnico de Optimus. Es un gran ejemplo de control de movimiento, aprendizaje automático, equilibrio activo… Pero hay que ser realistas: no tiene que compartir espacio con un trabajador que ha dormido poco, una carretilla que da marcha atrás sin avisar o una caja de tornillos olvidada sobre su ruta. Su pista de baile está despejada, su música está sincronizada con el baile y nadie grita “¡cuidado!” a mitad de la coreografía.

Cuando un robot trabaja en una fábrica, debe enfrentarse a grandes retos (en los que, a veces, los humanos no nos paramos a pensar porque ya hemos interiorizado el entorno). Los centros de trabajo son lugares altamente dinámicos. En ellos, hay cambios constantemente: rutas bloqueadas, materiales que se agotan u obstáculos imprevistos.

Los humanos convivimos con las máquinas e interactuamos con ellas (o a pesar de ellas). Sin embargo, no siempre seguimos protocolos: improvisamos y hablamos entre nosotros sin mirar si hay un robot cerca.

Cuando todos los robots son iguales, la cosa se simplifica. Pero, en realidad, las máquinas de una fábrica son heterogéneas. No todos son del mismo modelo ni entienden las mismas órdenes.

También debemos tener en cuenta que, en entornos industriales, hay sistemas críticos. Si el robot falla, no se cae el ritmo, aunque puede caer la producción. Y, a veces, algo peor.

Ciencia y ritmo: los pasos que no salen en cámara

Para que un robot funcione de verdad en un entorno compartido, se necesita más que una buena cadera mecánica. Hay que asegurarse de que no colisione con nada, que no provoque riesgos laborales, que no interrumpa la cadena logística y, por supuesto, que no esté un humano reiniciándole cada cinco minutos. Para conseguir eso, se necesitan varios elementos.

Para empezar, una percepción multimodal basada en sensores que integren visión, profundidad, sonido y proximidad para interpretar contextos complejos.

La planificación autónoma y distribuida permitirá que cada robot negocie su tarea, ruta y prioridades, sin un jefe que lo coordine.

Otra clave está en la comprensión del lenguaje humano: nadie va a programar una línea de código para decir “oye, no pases por ahí, que hay un charco”.

Por último, es imprescindible la gestión del riesgo en tiempo real: si un robot falla, no puede quedarse bloqueado. Tiene que replanificar, retirarse o pedir ayuda.

¿Y si esto fuera una película de ciencia ficción?

Si se hiciese una nueva versión de la película Yo, robot, el protagonista seguro que se movía como Optimus. Pero ni siquiera el mejor de los robots que existen hoy en día puede improvisar en una fábrica como lo haría cualquier operario humano.

La robótica industrial está avanzando mucho y muy rápido. Sin duda. Aunque lo hace con más prudencia que espectáculo. En una fábrica, el robot no tiene que bailar, pero quizás sí mover 50 kilos de material en una nave con poca cobertura, mientras esquiva operarios que no aparecen en el mapa con el que fue programado, adaptándose si encuentra alguna pieza u obstáculo fuera de sitio sin avisar.

La orquesta invisible: cómo coordinar múltiples robots que no se conocen

Uno de los retos de la robótica moderna es la coordinación de máquinas heterogéneas. No basta con que cada una funcione bien por separado. En la vida real, hay vehículos móviles, brazos articulados, robots colaborativos y sensores fijos que deben trabajar juntos… y no hablan el mismo idioma.

Conseguir que funcione una “orquesta robótica” sin director (y sin parar la fábrica, ni estrellar nada, ni atropellar a nadie ni activar constantemente las alarmas de emergencia) implica usar protocolos de comunicación abiertos, plataformas de gestión adaptativa, algoritmos de negociación y consenso en tiempo real, e interfaces que permitan entender lo que hacen los humanos sin estar constantemente preguntando.

Entonces, ¿los robots bailongos no sirven para nada?

Todo lo contrario. Estas demostraciones de robots bailando demuestran los avances en el área. Hay una gran mejora en la ingeniería del movimiento, lo que atrae inversión y talento al sector. A la vez, hace que el gran público se interese por la robótica.

Lo más importante aquí es no confundir el show con el sistema. Optimus baila como Michael Jackson, pero aún no está listo para hacer un turno de 8 horas trabajando en una fábrica. Y ese, precisamente, es el desafío que se está resolviendo en la industria, los laboratorios y los centros de investigación: cómo hacer que los robots convivan con nosotros sin que nadie acabe cantando Smooth Criminal por accidente.

Conclusión: para los robots, la pista de baile es fácil. La fábrica, no tanto.

The Conversation

Este trabajo forma parte del proyecto "Plataforma Inteligente y cibersegura para la optimización adaptativa en la operación simultánea de robots autónomos heterogéneos (PICRAH4.0)", con referencia MIG-20232082, financiado por el MCIU/AEI/10.13039/501100011033.



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