El acoso escolar es una puerta de entrada a las adicciones

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Entre los 10 y los 19 años el ser humano pasa por una de las fases de la vida más sensibles: la adolescencia. Un periodo clave lleno de cambios y desafíos que le acompañan desde la niñez hasta la edad adulta.

Esos retos tienen su origen en tres contextos claramente diferenciados: el hogar, el centro educativo y el grupo de amigos, y desde cada uno de ellos surgen las demandas que el adolescente debe atender.

Estos entornos, en ocasiones, son percibidos como estresantes, y por tanto, como una posible fuente de problemas de salud mental entre los adolescentes.

Ámbitos que generan estrés

En la escuela se ubica uno de los estresores sociales más relevantes a día de hoy: el acoso escolar o bullying. Un problema crucial tanto en nuestro país como en el resto de Europa, donde el número de casos no hace sino crecer.

Cuando hablamos de bullying, solemos pensar en las secuelas emocionales más conocidas, como la ansiedad, la baja autoestima o la depresión. Pero ¿y si el acoso escolar fuera el paso previo en el desarrollo de algo más profundo y duradero?

El estrés crónico que provoca el bullying no solo afecta al estado de ánimo, también la química cerebral se ve alterada. Esto puede modificar el sistema de recompensa y aumentar la probabilidad de que una persona busque alivio en conductas de gratificación inmediata, como el uso problemático de internet o el consumo de sustancias.

Este tipo de estrés pone en funcionamiento de forma continua el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA), elevando los niveles de cortisol, lo que, a largo plazo, modifica el funcionamiento del cerebro, afectando a la regulación emocional y aumentando el riesgo de conductas impulsivas o autodestructivas.

Aunque no se trata de una relación directa ni inevitable, sí es terreno abonado: un entorno de sufrimiento constante, con escasos recursos emocionales y un sistema nervioso sobrecargado, donde el acoso escolar puede actuar como un factor de riesgo temprano en el desarrollo de adicciones.

En búsqueda de la gratificación inmediata

Aunque una de las vías de escape más conocidas es el consumo de drogas ilegales, lo cierto es que no es, ni de lejos, la única. De hecho, muchas veces, los adolescentes buscan acallar su dolor, su vacío o su insatisfacción con estímulos al alcance de cualquiera, como el alcohol, el tabaco, la comida ultraprocesada o las pantallas.

Esta conducta está impulsada por la necesidad de gratificación inmediata. El cerebro intenta calmar el dolor emocional buscando recompensas rápidas, lo que favorece el desarrollo de patrones de afrontamiento desadaptativos, incluido un mayor riesgo de consumo.

Una de las adicciones que más han crecido en los últimos años son las llamadas adicciones comportamentales: videojuegos, redes sociales o apuestas online. De hecho, se ha demostrado la existencia de una relación entre victimización escolar y adicción a internet, mediada por factores como la soledad y la impulsividad emocional.

Antes del consumo está el contexto

Para intentar que el adolescente no llegue a una situación de adicción es imprescindible intervenir lo antes posible y, en todo caso, antes de que comience el consumo. Debemos actuar donde se origina el dolor: en las aulas, los pasillos y en las redes sociales.

De esta manera, evitaremos una exposición prolongada al acoso escolar. Esto es vital, ya que está probado que incrementa el riesgo de aislamiento, sufrimiento emocional y búsqueda de escapes como las adicciones.

Dimensión social del acoso

Prevenir el bullying no es solo una cuestión de empatía o de convivencia, también es una medida de salud pública.

Programas como KiVa, desarrollado en Finlandia, han demostrado que fomentar la cohesión grupal y entrenar la empatía reduce tanto la incidencia del acoso como sus secuelas psicológicas.

En el ámbito familiar, el acompañamiento emocional es clave. Escuchar sin juzgar, validar lo que sienten los adolescentes y ofrecer alternativas saludables para canalizar el malestar puede marcar una gran diferencia. El apoyo parental percibido actúa como un potente factor protector frente a los efectos psicológicos del acoso escolar.

También es esencial formar al profesorado y al personal educativo en la detección precoz. El silencio, muchas veces, no es señal de que todo vaya bien, sino de que algo se está ocultando. Y lo que no se nombra, no se puede cuidar.

Una herida invisible, pero prevenible

El acoso escolar no siempre deja moratones, pero sí puede dejar cicatrices profundas. Comprender su impacto a largo plazo –incluido su papel como factor de riesgo en el desarrollo de adicciones– nos obliga a mirar más allá de lo evidente.

La buena noticia es que estas trayectorias no están escritas en piedra. Intervenir a tiempo, crear espacios seguros y apostar por la prevención emocional es una inversión en salud mental futura. Porque cuando cuidamos hoy el bienestar de los más jóvenes, estamos protegiendo también su mañana.


Elena Donat Serrano, personal investigador en formación del Departamento de Psicobiología de la Universidad de Valencia, ha colaborado en la elaboración de este artículo.


The Conversation

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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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