El tic-tac del metabolismo: así influye la hora de comer en la salud de los niños

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La obesidad infantil es uno de los grandes desafíos de salud pública a nivel mundial. Según la World Obesity Federation, para 2035 se estima que dos de cada cinco menores de entre 5 y 19 años tendrán sobrepeso u obesidad.

España no escapa a esta preocupante tendencia, ocupando el vigésimo lugar entre los países con mayor proporción de menores con un índice de masa corporal elevado. El estudio ALADINO (Alimentación, Actividad física, Desarrollo Infantil y Obesidad, desarrollado por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición) reportó en 2023 una prevalencia de 20,2 % de sobrepeso y 15,9 % de obesidad en niños de 6 a 9 años.

A la luz de la crononutrición

En este contexto, los hábitos alimentarios cobran un rol clave. Pero más allá de qué y cuánto comen los niños, un nuevo enfoque ha ganado fuerza en los últimos años: la crononutrición, que estudia cómo el momento del día en que se ingieren los alimentos puede afectar el metabolismo. Este enfoque parte de la idea de que nuestros ritmos biológicos, regulados por el llamado reloj circadiano, influyen en los procesos metabólicos y la regulación corporal.

Con este marco teórico, el grupo de investigación VALORNUT de la Universidad Complutense de Madrid llevamos a cabo un estudio con el objetivo de analizar si el horario de las comidas y la duración de la ventana de alimentación (el intervalo entre la primera y la última comida del día) impactan en la calidad de la dieta y el estado nutricional de niños y niñas españoles.


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El trabajo se realizó con una muestra de 880 escolares de entre 8 y 13 años, procedentes de cinco provincias: A Coruña, Barcelona, Madrid, Sevilla y Valencia. A través de cuestionarios respondidos por los padres y evaluaciones realizadas en las escuelas, se recogieron datos sobre horarios de comida, calidad de la dieta, parámetros bioquímicos y medidas antropométricas.

Principales resultados

Uno de los hallazgos más llamativos fue que, a diferencia de algunos estudios previos desarrollados especialmente en adultos, ni un desayuno tardío (a partir de las 8:53 h), ni una cena tardía (a partir de las 21:10 h), ni una ventana de alimentación prolongada (más de 12 horas entre la primera y la última comida) se asociaron con un peor estado nutricional o mayor obesidad. Sin embargo, esto no implica que no produzcan efectos negativos, como veremos.

Lo que sí detectamos fueron efectos metabólicos importantes: los escolares que desayunaban más tarde de la hora indicada mostraban niveles más bajos de glucosa y colesterol LDL (el llamado “colesterol malo”) y niveles más altos de colesterol HDL (“colesterol bueno”).

Por otro lado, una ventana de alimentación prolongada se vinculó con valores menos favorables de glucosa y colesterol, además de mayores índices aterogénicos (indicadores para medir el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares a largo plazo).

Y, por último, también observamos que tanto desayunar como cenar tarde se relacionaban con una peor calidad global de la dieta. En general, tomar tarde la primera o la última comida del día implica una menor planificación de la alimentación y más improvisación, lo que afecta a esa calidad nutricional.

Impacto metabólico

Estos resultados podrían explicarse por distintos mecanismos relacionados con los ritmos circadianos: durante la noche, el cuerpo gasta menos energía, responde peor a los carbohidratos y grasas y se altera la síntesis y acción de hormonas como la insulina, la leptina o la grelina, implicadas en el metabolismo y la saciedad.

Por otro lado, si el desayuno se realiza de forma muy temprana, puede tener efectos negativos al coincidir con unos niveles elevados de melatonina, que podrían mantenerse altos durante la madrugada. Comer cuando dichos niveles suben podría suprimir la liberación de insulina o la sensibilidad a la insulina, desembocando en una intolerancia a la glucosa.

Un dato relevante fue que el 60 % de los escolares con ventanas alimentarias prolongadas también cenaban tarde, y además dormían menos horas. La falta de sueño, sumada a estos patrones, podría agravar el impacto metabólico, especialmente en una etapa de crecimiento como la infancia.

¿Cuál es su aplicación práctica?

La principal recomendación derivada del estudio es adelantar la cena y acortar la ventana diaria de alimentación (comer dentro de un período de menos de 12 horas al día, desde la primera hasta la última ingesta), priorizando una alimentación más concentrada en las horas del día en que el cuerpo está más activo.

Si bien se trata de un estudio observacional, sus hallazgos refuerzan la importancia de considerar el “cuándo” se come como un factor más en la prevención del sobrepeso infantil, especialmente en países como España donde la cena suele realizarse tarde. Incorporar buenos hábitos desde pequeños será un factor clave para afrontar ese desafío de salud pública.

Desde el grupo de investigación VALORNUT sugerimos seguir trabajando en esta línea, incorporando variables como el cronotipo (si el niño es más activo por la mañana o por la noche), la duración de las comidas o los niveles de melatonina, para entender mejor cómo el reloj interno influye en nuestra salud desde la infancia.

The Conversation

Nada que declarar

Adrián Cervera Muñoz, Ana M. López Sobaler, Aránzazu Aparicio Vizuete, Esther Cuadrado-Soto, Laura Mª Bermejo López, Liliana Guadalupe González Rodríguez, María Dolores Salas González, Mª del Carmen Lozano Estevan, Rosa María Ortega Anta y Viviana Loria Kohen no reciben salarios, ni ejercen labores de consultoría, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del puesto académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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