¿Qué aprendimos del caso Tylenol? El analgésico que cambió el diseño de los fármacos

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En 1982, siete personas murieron en Estados Unidos tras ingerir cápsulas del analgésico Tylenol contaminadas con una sustancia letal. El caso conmocionó al país y cambió para siempre la forma en que se formulan, protegen y diseñan los medicamentos que usamos hoy.

Más de 40 años después, el lanzamiento del documental “Caso no resuelto: Los asesinatos del Tylenol”, en Netflix, ha vuelto a poner esta historia en el centro del debate.

La tragedia que lo cambió todo

El 29 de septiembre de 1982, Mary Kellerman, una niña de 12 años de Chicago, se despertó con un resfriado. Sus padres le dieron una cápsula de Tylenol, uno de los analgésicos más usados en Estados Unidos. La pastilla contenía acetaminofén, conocido en Europa como paracetamol. A las pocas horas, Mary murió.


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En los días siguientes, otras seis personas fallecieron en circunstancias similares. Las cápsulas habían sido manipuladas con cianuro de potasio, un compuesto muy tóxico que actúa en cuestión de minutos.

La alteración del medicamento no ocurrió durante la fabricación, sino después, cuando los frascos ya estaban en las farmacias. Nunca se identificó al responsable, pero el episodio marcaría la historia de la seguridad de los medicamentos.

¿Qué es exactamente “la forma” de un medicamento?

Cuando pensamos en un medicamento, solemos fijarnos en el principio activo. Pero igual de importante es su forma farmacéutica: cápsula, comprimido, jarabe, inyectable… En esencia porque establece cuándo, dónde y cómo actúa el medicamento.

En este proceso entra en juego la tecnología farmacéutica, que diseña cómo debe presentarse el fármaco para que sea eficaz, estable y seguro. También para que sea fácil de usar y difícil de manipular. Mientras que la forma de un medicamento era una debilidad del sistema en 1982, hoy constituye un criterio básico de seguridad.


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Una lección de responsabilidad

Ante la tragedia acontecida, McNeil Consumer Products, empresa subsidiaria de Johnson & Johnson y responsable de la producción de Tylenol, retiró 31 millones de frascos del producto del mercado. La respuesta fue reconocida como efectiva y responsable: aunque la manipulación había ocurrido fuera de sus instalaciones, pusieron por delante la seguridad del paciente.

Previo a aquella crisis, Tylenol tenía más del 35 % del mercado de analgésicos. Semanas después, su cuota cayó al 8 %. Sin embargo, gracias a una comunicación honesta, visibilidad pública y decisiones éticas, lograron recuperar la confianza de los consumidores.

El nacimiento de los medicamentos seguros

Un año después, en 1983, el Congreso de Estados Unidos aprobó la apodada como “ley Tylenol”, cuyo nombre oficial es Federal Anti-Tampering Act. Esta ley convirtió en delito federal cualquier intento de alterar o manipular el envase de productos de consumo, especialmente los medicamentos. Su objetivo era claro: proteger al público y evitar que un suceso similar se repitiera.


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A partir de ese momento, todos los medicamentos sin receta tuvieron que incorporar envases resistentes a manipulaciones. La empresa McNeil fue pionera en aplicar un sistema de triple seguridad: tapas a prueba de niños, sellos de seguridad y envases que revelan intentos de apertura.

Además, se redujo el uso de cápsulas duras en medicamentos de venta libre, ya que eran más fáciles de alterar. En su lugar, se empezaron a usar comprimidos recubiertos, más difíciles de manipular sin dejar rastro.

Formular también es proteger

Diseñar la forma de un medicamento no es un detalle técnico: es una decisión terapéutica. Hoy existen comprimidos de liberación prolongada, cápsulas que se liberan solo en una zona concreta del cuerpo y recubrimientos que protegen el contenido hasta que llega a su destino. Un diseño pensado para mejorar la eficacia y reducir riesgos.

Además, esta tecnología también mejora la adherencia, es decir, el grado en que un paciente sigue las indicaciones de su tratamiento. Cuanto más sencillo, cómodo y seguro es un tratamiento, mayor es la probabilidad de que las personas lo sigan correctamente y, por tanto, de que funcione.

En cuando a los envases, actualmente existen envases inteligentes, que recuerdan al paciente cuándo tomar la dosis, detectan si el producto fue abierto antes de tiempo o alertan si se rompió la cadena de frío.


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Una lección que aún salva vidas

Cuando pensamos en un medicamento, solemos tener en cuenta su principio activo, la dosis o el nombre comercial. Pero pocas veces nos fijamos en su forma, en el tipo de envase, en el color del blíster o en el sistema que evita que un frasco se abra por accidente. Sin embargo, todo eso también importa. Y mucho.

El caso Tylenol lo dejó muy claro: un medicamento eficaz puede dejar de ser seguro si su diseño no considera todas las etapas de su uso.

La protección del paciente no depende solo del contenido de un fármaco, sino también de cómo se formula, se administra y se protege. Y ahí es donde la tecnología farmacéutica cumple una función clave: garantizar que un tratamiento actúe cuando y donde debe, sin margen de error.

The Conversation

María Rosselló Gelabert no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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