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Simulación de la NASA de un agujero negro binario. (Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA/Jeremy Schnittman y Brian P. Powell) |
Por primera vez en la historia, los astrónomos lograron capturar una imagen de radio que muestra a dos agujeros negros orbitándose entre sí. Este hallazgo no solo confirma la existencia de pares de agujeros negros, sino que también marca un antes y un después en la observación del cosmos. Hasta ahora, la humanidad solo había conseguido obtener imágenes de agujeros negros individuales.
El logro pertenece a un equipo internacional de científicos que consiguió visualizar el dúo de agujeros negros en el corazón del cuásar OJ287, un objeto extremadamente brillante cuyo resplandor proviene del material cósmico que es devorado por un agujero negro supermasivo en el centro de su galaxia. Anteriormente, los astrónomos ya habían fotografiado el agujero negro en el centro de la Vía Láctea y el de la galaxia Messier 87, pero nunca algo tan complejo como este sistema binario.
El profesor Mauri Valtonen, de la Universidad de Turku (Finlandia) y autor principal del estudio publicado en The Astrophysical Journal, explica que OJ287 es tan luminoso que incluso puede ser observado por astrónomos aficionados con telescopios privados. Lo fascinante es su patrón de luz: “sabíamos que variaba cada 12 años, lo que indicaba que podría haber dos agujeros negros girando uno alrededor del otro”, comenta Valtonen.
Lo curioso es que este cuásar fue descubierto por accidente. A finales del siglo XIX, cuando los astrónomos apenas comprendían el cielo nocturno, OJ287 apareció en fotografías tomadas con otros propósitos. Nadie podía imaginar entonces que esos puntos de luz escondían algo tan colosal. Décadas más tarde, en 1982, Aimo Sillanpää, entonces estudiante de maestría en la Universidad de Turku, notó que el brillo del objeto seguía un patrón regular de doce años. Su hipótesis de que se trataba de dos agujeros negros orbitándose cambió el rumbo de la investigación astronómica moderna.
Durante los últimos cuarenta años, cientos de astrónomos han seguido de cerca a OJ287 para confirmar la teoría. Y hace apenas unos años, el enigma orbital fue finalmente resuelto gracias al trabajo del investigador Lankeswar Dey, de la Universidad de Mumbai, quien calculó con precisión el movimiento de los agujeros negros. Solo quedaba una pregunta pendiente: ¿podríamos llegar a verlos a ambos al mismo tiempo?
La respuesta vino del satélite TESS de la NASA, que detectó la luz proveniente de los dos agujeros negros, aunque en las imágenes ópticas aparecían como un único punto. Para distinguirlos era necesario alcanzar una resolución 100,000 veces superior, algo posible únicamente con telescopios de radio.
El equipo comparó sus modelos teóricos con las nuevas observaciones de radio y, efectivamente, los dos agujeros negros estaban allí, justo donde se había predicho. Por fin se confirmaba que los pares de agujeros negros existen realmente.
Lo más sorprendente es que los científicos también detectaron un fenómeno nuevo: un chorro de partículas “ondulante” que emerge del agujero negro más pequeño. Este chorro, similar al agua saliendo de una manguera giratoria, se curva y cambia de dirección a medida que el agujero negro menor orbita al mayor. Los investigadores lo describen como una especie de “cola que se mueve” que continuará variando su orientación con el paso de los años, conforme cambie la velocidad y dirección del movimiento orbital.
La hazaña fue posible gracias al sistema de telescopios de radio que incluía al satélite RadioAstron, cuyo plato parabólico llegó a operar a mitad de camino entre la Tierra y la Luna. Esa distancia permitió obtener una resolución sin precedentes, imposible de alcanzar solo con observatorios terrestres.
Con esta imagen, la astronomía no solo confirma la existencia de parejas de agujeros negros, sino que también abre una ventana única hacia los mecanismos más extremos del universo. En el corazón de OJ287, dos titanes cósmicos bailan una danza gravitacional que, aunque invisible a nuestros ojos, deja su marca luminosa en el tejido mismo del espacio-tiempo.