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Australia tiene fama por sus criaturas extravagantes, pero esta vez el mito se queda corto. Un equipo internacional de investigadores ha confirmado la existencia de un auténtico “drop croc”: un antiguo depredador capaz de acechar desde los árboles y lanzarse sobre sus presas en los bosques que cubrían el continente hace millones de años.
El hallazgo no llegó en forma de enormes huesos ni una mandíbula temible, sino a partir de algo mucho más frágil: fragmentos de cáscaras de huevo. Estas piezas, encontradas en uno de los yacimientos más antiguos del país cerca de Murgon, pertenecían a un mekosuchino llamado Wakkaoolithus godthelpi, que vivió en la zona hace unos 55 millones de años. Mucho antes de que los cocodrilos de agua dulce modernos llegaran a Australia.
Para los investigadores del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont, cada diminuto fragmento abrió una ventana a la vida íntima de estos reptiles. Como explica el autor principal, Xavier Panadès i Blas, las cáscaras permiten estudiar no solo su biología extraña y distinta a la de los cocodrilos actuales, sino también su forma de reproducirse y cómo se adaptaron a los cambios ambientales que transformaron el continente.
El sitio de Murgon lleva décadas revelando sorpresas. Michael Archer, uno de los paleontólogos veteranos, recuerda sus primeras visitas en 1983: pedir permiso casa por casa para excavar patios y potreros, convencido de que bajo la tierra dormían restos únicos. Y no se equivocó. A partir de esas excavaciones surgieron los fragmentos de huevo y una colección de fósiles que, según afirma, apenas es el comienzo.
Lo que hace aún más fascinante a estos mekosuchinos es que su estilo de vida rompía todos los moldes. No eran criaturas atadas a ríos o manglares. Algunas especies alcanzaban los 5 metros, se movían por los bosques y, según las pruebas, incluso adoptaban estrategias propias de felinos arborícolas. La idea del “drop croc” toma forma cuando se combinan estos datos: reptiles grandes, ágiles y capaces de lanzarse desde las ramas como si fueran leopardos prehistóricos.
La historia de su descubrimiento tiene momentos memorables. Archer recuerda perfectamente la reacción de su colega estadounidense Max Hecht en 1975, cuando ambos observaron una mandíbula de mekosuchino por primera vez. El parecido con especies antiguas de Sudamérica era tan claro que, según él, Hecht casi deja caer la taza de café. Aquello demostraba que los cocodrilos australianos tenían un linaje mucho más antiguo y diverso de lo que se pensaba.
Pese a su valor, los huevos suelen ser los grandes olvidados en los estudios paleontológicos. Pero estos fragmentos mostraron por qué eso debe cambiar. Su microestructura y composición química aportan pistas sobre quién puso cada huevo, dónde anidaban y cómo enfrentaban entornos que se volvían cada vez más secos y con menos presas grandes. En este caso, los investigadores concluyeron que los mekosuchinos colocaban sus nidos junto a un lago rodeado de vegetación, un refugio estratégico en un paisaje en transformación.
La importancia del hallazgo va más allá de reconstruir la vida de un cocodrilo extinto. Según Archer, estudiar cómo respondieron estas especies a los cambios climáticos de su época ayuda a diseñar estrategias para proteger fauna actual amenazada. De hecho, participa en el Burramys Project, que busca salvar al pequeño possum alpino de la extinción usando conocimientos derivados del registro fósil.
En pocas palabras, estos fragmentos de cáscara demostraron que los fósiles no solo cuentan cómo era el pasado: también ayudan a entender cómo proteger el futuro. Y mientras los paleontólogos sigan excavando en Murgon, es probable que aún queden criaturas así de extraordinarias esperando salir a la luz.
Fuentes, créditos y referencias:
Xavier Panadès I Blas et al, Australia's oldest crocodylian eggshell: insights into the reproductive paleoecology of mekosuchines, Journal of Vertebrate Paleontology (2025). DOI: 10.1080/02724634.2025.2560010
