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| El índice de salud espacial revela que la órbita terrestre se encuentra en grave crisis. Crédito Google Whisk |
Sobre nuestras cabezas flota una amenaza silenciosa que crece día a día: el basurero espacial. En este momento, casi 30,000 fragmentos rastreados orbitan la Tierra. Y eso ni siquiera incluye los cientos de miles de pedazos más pequeños, imposibles de seguir, pero lo suficientemente peligrosos como para destrozar un satélite o dañar la Estación Espacial Internacional.
El problema ya no es futurista. Si no se controla, el exceso de desechos espaciales podría poner en riesgo todas las misiones: desde los satélites meteorológicos y sistemas GPS, hasta los servicios de internet y los vuelos tripulados del futuro. Un solo fragmento podría alterar la trayectoria de una nave o inutilizarla por completo.
Ante este panorama, la Agencia Espacial Europea (ESA) decidió actuar creando algo inédito: un índice de salud del entorno espacial. Este indicador resume en un solo número cuán “sano” o cuán saturado estará el entorno orbital de la Tierra durante los próximos 200 años. Según la ESA, este sistema permitirá medir de forma concreta el impacto que nuestras actividades espaciales generan a largo plazo.
¿Por qué tanto tiempo? Porque la basura espacial no desaparece. Permanece girando a velocidades extremas durante décadas, incluso siglos, multiplicando el riesgo de colisiones con cada nuevo lanzamiento.
“El índice de salud del entorno espacial es una forma elegante de vincular las consecuencias globales de nuestras prácticas de mitigación con un impacto cuantificable”, explica Stijn Lemmens, analista de mitigación de desechos espaciales en la ESA. “Este nuevo indicador crea un lenguaje común para medir el efecto de nuestras actividades en órbita”.
El sistema no solo cuenta cuántos satélites se lanzan. Evalúa también factores como el tamaño y la forma del objeto, cuánto tiempo permanecerá en órbita y si puede maniobrar para evitar choques. Además, considera si se toman medidas para impedir explosiones tras el fin de la misión o para evitar que el objeto se fragmente en más basura.
El resultado es una puntuación: cuanto menor sea, más “limpia” es la misión. Cuanto mayor, más riesgo aporta al entorno. En un futuro cercano, podríamos ver etiquetas tipo “eficiencia energética”, pero aplicadas al espacio: satélites clasificados de la A a la F según su impacto orbital.
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| Modelo de la distribución de basura espacial alrededor de la Tierra. Crédito ESA |
El primer paso fue definir qué se considera una órbita “saludable”, usando directrices internacionales de 2014. Incluso entonces, con las mejores prácticas, el futuro ya lucía tres veces más riesgoso que el nivel mínimo sostenible. Hoy, la situación se ha deteriorado: nos encontramos cuatro veces por encima del umbral seguro, en un nivel 4 del índice. Nuestro entorno orbital está sobrepoblado y cada vez más inestable.
Sin embargo, el índice no solo sirve para medir el daño, sino también para prevenirlo. Puede aplicarse desde la fase de diseño de una misión, ayudando a planificar órbitas más cortas, sistemas de eliminación eficientes y estructuras menos propensas a fragmentarse. Esto reduce la puntuación y, en consecuencia, el impacto ambiental espacial.
“Aunque parezca algo teórico, en la ESA ya hemos aplicado con éxito este concepto”, comenta Francesca Letizia, ingeniera de mitigación de desechos. “Lo utilizamos para definir el enfoque Zero Debris, traduciendo sus objetivos en cifras concretas que aseguran no superar el límite de sostenibilidad orbital”.
El índice también podría usarse para otorgar licencias, evaluar riesgos de seguros o incentivar a los fabricantes a diseñar misiones más limpias, del mismo modo que la industria automotriz busca reducir su consumo de combustible.
Algunos podrían pensar que el problema es lejano, pero el peligro crece con cada lanzamiento. Cada explosión o colisión genera miles de nuevos fragmentos, y limpiar el espacio no solo es complicado, sino carísimo. Cuanto más esperemos, más difícil y costoso será.
Mucho antes de que la órbita se vuelva inutilizable, los costos operativos se dispararán. Algunas zonas podrían volverse inaccesibles y las misiones tripuladas enfrentarán aún más riesgos por objetos que viajan más rápido que una bala.
Por eso, el objetivo de la ESA de alcanzar el “Zero Debris” para 2030 no es un sueño idealista: es una urgencia. El nuevo índice ofrece a agencias, gobiernos y empresas una herramienta tangible para evaluar, comparar y mejorar sus decisiones en favor de un espacio más limpio y seguro.
La basura espacial puede estar fuera de la vista, pero ya no está fuera de nuestra mente. Y por primera vez, también puede medirse.

