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La caída del régimen de Bashar al-Asad, el 8 de diciembre de 2024, supuso un punto de inflexión en la historia y en la realidad sociopolítica de la República Árabe Siria. Ha traído consigo una serie de cambios políticos extremadamente rápidos a una sociedad hechizada por cantos autoritarios.
Abre paso, por tanto, a un salto a lo desconocido para muchos sirios y para la diáspora que, tras 54 años de sometimiento, parece confirmar la profecía de lo que se conoce como el “síndrome de la dictadura”.
Según el intelectual egipcio Alaa al-Aswany, la dictadura es un síndrome, una condición médica diagnosticable y, espera, curable. En este caso, la dictadura parece haber llegado a su fin gracias a un actor inesperado: el grupo yihadista Hayat Tahrir al-Sham (Organización para la Liberación del Levante).
A pesar de las repercusiones geopolíticas de la caída del “eje de la resistencia” –una alianza impulsada por Irán de la que también forman parte Siria y las milicias chiitas en Irak, Afganistán y Pakistán, entre otros–, la guerra en Siria ha alterado el equilibrio de poder entre las comunidades etnoconfesionales, reconfigurando su estructura social y política.
La incertidumbre tras la represión
Minorías como los cristianos, drusos, chiíes, kurdos y alauitas enfrentan desafíos que oscilan entre la resiliencia y la incertidumbre. El control alauita, que representa entre el 11 % y el 12 % de la población sobre la mayoría suní (más del 70 %), se consolidó mediante mecanismos autoritarios como el clientelismo, la represión y el sectarismo.
Tras la Primavera Árabe, las minorías quedaron atrapadas entre la represión del régimen de Bashar al-Asad y el avance de ideologías radicales en las facciones opositoras, que amenazaban su seguridad y presencia en el país.
Cabe recordar que el grupo armado yihadista salafista Hayat Tahrir al-Sham presenta un yihadismo excluyente y territorializado, que implica una purificación moral inmediata y rigurosa de los territorios sobre los que se proyecta, mediante la interpretación más rigorista y maximalista posible de la ley islámica (sharía).
La estricta aplicación de la sharía contra las sectas minoritarias podría volverse en contra de comunidades clave para la nueva administración de formas que las potencias externas podrían aprovechar.
Uno de los factores clave que influye en su futuro es el dilema de seguridad etnoconfesional en el que estas comunidades –al considerarse vulnerables frente a una mayoría suní históricamente agraviada–, han adoptado estrategias de autodefensa, han establecido alianzas con actores externos y, en algunos casos, han consolidado enclaves semiautónomos.
El ejemplo de la comunidad kurda
En este contexto, la comunidad kurda constituye un claro ejemplo de que las cosas avanzan en una dirección positiva. De hecho, el pasado 10 de marzo se firmó un acuerdo de ocho puntos entre el presidente, Ahmad al-Sharaa, y el comandante de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), Mazloum Abdi.
En el primer punto del acuerdo, ambas partes se comprometieron a “garantizar los derechos de todos los sirios a la representación y participación en el proceso político y en todas las instituciones del Estado, en función de la competencia, independientemente de su origen religioso o étnico”.
Esta apuesta por un proyecto nacional que garantice al Estado las competencias soberanas podría contribuir a la generación de sinergias de integración y a la consolidación de las instituciones del Estado sirio.
La represión ejercida durante décadas por el régimen de Al-Asad contra la mayoría suní ha exacerbado las tensiones sectarias y ha sido utilizada como justificación para episodios de limpieza étnica y desplazamientos forzados en diversas regiones del país.
La intervención de la comunidad internacional
En este complejo escenario geopolítico, actores internacionales como la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia, Turquía, Israel, Arabia Saudita e Irán han intervenido tanto directa como indirectamente, consolidando esferas de influencia y redefiniendo el equilibrio de poder en Siria.
La injerencia extranjera ha sido crucial para la supervivencia de algunas minorías, pero también ha intensificado la fragmentación del país, generando dinámicas de exclusión y competencia entre comunidades. Como ejemplo, puede mencionarse cómo el Estado de Israel se ha erigido recientemente en protector de la comunidad drusa en Siria, integrándola en su marco geoestratégico.
Ante este panorama, el futuro de Siria parece transitar entre varios escenarios posibles.
El federalismo es un posible escenario
El federalismo emerge como una opción para otorgar mayor autonomía a las minorías y reducir las tensiones sectarias, aunque su viabilidad sigue siendo incierta. El plan político propuesto por Ahmad al-Sharaa –líder de la transición siria–, que aboga por una Siria unificada y centralizada, contrasta de forma evidente con la fragmentación sociopolítica observable actualmente sobre el terreno.
Su reticencia hacia el federalismo responde, en parte, a una percepción extendida entre sectores de la sociedad siria, marcada por un fuerte sentimiento de desconfianza hacia Occidente y, en particular, hacia Israel.
Esta visión se nutre de la experiencia de Irak, donde muchos sirios interpretan que la implantación del modelo federal tras la caída de Saddam Hussein respondió a una estrategia impulsada por Estados Unidos para debilitar al Estado iraquí en beneficio de Israel.
Este temor alimenta la sospecha de que, en una eventual transición posterior a Assad, Washington podría intentar aplicar una fórmula similar en Siria, con consecuencias divisorias para la integridad nacional.
¿Un país “partido”?
Otra alternativa podría radicar en el mecanismo político del reparto del poder (Power-Sharing), basado en modelos de gobernanza consociacional, el cual podría ofrecer una solución intermedia, aunque dependería de una reconstrucción institucional aún lejana.
Finalmente, la partición de facto del país, con esferas de influencia establecidas por potencias extranjeras, constituye un escenario que ya comienza a tomar forma en algunas regiones.
Ahmad al-Sharaa se enfrenta, por tanto, a desafíos reales. Sus decisiones a lo largo del próximo año determinarán en gran medida cuál de las tres opciones mencionadas terminará imponiéndose. Rara vez Siria ha enfrentado decisiones tan determinantes, cuyas repercusiones alcanzan también a Irak, Jordania, Israel, Líbano y Turquía.
Por ese motivo se puede prever un aumento de la injerencia externa sobre todo a medida que el nuevo régimen vaya consolidando su presencia y vaya ocupando aquellos focos de vacío de poder que siguen castigando al Estado sirio y que afectan a su entidad soberana.
Objetivo: una nación unida
El desafío central en la Siria actual es avanzar hacia la construcción de una nación verdaderamente unida, inspirada en el lema ampliamente escuchado en todo el país: “El pueblo sirio es uno”. Para ello, se requiere un proyecto inclusivo que promueva la igualdad, el respeto mutuo y una ciudadanía compartida, capaz de trascender las divisiones religiosas, étnicas y de género que han marcado la historia reciente del país.
Pase lo que pase, el futuro de la República Árabe Siria debería corresponder únicamente a los sirios. Sin la consolidación de instituciones estatales, reformas legales y políticas que apuesten por la descentralización del poder y la implementación de un mecanismo político de reparto de poder que facilite y garantice no solo la representación política, sino adecuadas cuotas de poder a cada comunidad étnico-confesional.
Es hora de que las élites sirias apuesten por el tránsito de un Estado-nación a una nación-Estado, garantizando un espacio político donde las identidades múltiples coexistan dentro de un marco nacional compartido.
El objetivo es construir un país basado en la igualdad y la ciudadanía, superando las divisiones religiosas, étnicas y de género y asegurando justicia sin caer en venganzas políticas. Será en esta fase de transición, marcada por la incertidumbre, donde las minorías sirias deberán seguir demostrando una gran resiliencia para afrontar los retos y oportunidades que se avecinan.

Francisco Salvador Barroso Cortés no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.