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Las entrevistas en el Despacho Oval no dejan indiferente. Representan el espectáculo de la diplomacia en la era trumpista y alumbran un estilo de manejar los asuntos internacionales. El presidente Donald Trump gusta de ser el centro de la conversación, señalar las controversias y apurar a los invitados.
Trump cuenta con muchos años de televisión y produce un espectáculo, no una rueda de prensa. Vemos un estilo único centrado en la publicidad de sus acciones, que dejan poco espacio para la creación de lazos de confianza, la conversación privada o la socorrida ambigüedad. Los actos diplomáticos, pensados como clips para su difusión en redes, rompen con la tradición, pero ¿servirán a los procesos de negociación en Ucrania y Gaza?
Para valorar las propuestas de paz, por lo tanto, hay que comprender la gramática del poder que rige la Casa Blanca. El presidente Trump es un pragmático, no tiene una orientación diplomática basada en valores, sino que persigue la firma de acuerdos que beneficien su alta estrategia del “America First” –“América primero”–. El pragmatismo elabora una doctrina de diplomacia transaccional: acuerdos, dinero, garantías… La seguridad, como el libre comercio, se entiende como un servicio que exporta Estados Unidos al mundo. Así, no hay hegemonía libre de coste, sino cobro anticipado de las facturas.
No obstante, es posible elaborar un manual diplomático para quienes se sienten con el presidente en los próximos mil días a negociar acuerdos de paz. Mil días. Sí, tanto queda.
Se reúne con cualquiera
El prontuario empieza por la lista de invitados. Trump sienta en la mesa a los actores implicados sin importarles su origen o la coyuntura política. Telefonea por igual al presidente Putin o al primer ministro Netanhayu. Les garantiza una escucha activa, un comentario agradable para sus audiencias.
En la gira por los países del Golfo, Trump habló constantemente de cambio de época y liderazgo mundial. Nada en su discurso de Riad sonó incómodo para el promotor del viaje. La lección es clara: el presidente se sentará con todos aquellos que tengan algo que aportar a su estrategia y esto le confiere una ventaja estructural sobre Europa y China. Los primeros esgrimimos consideraciones en materia de derechos humanos, mientras que los segundos apuestan por la no interferencia en asuntos que puedan ser domésticos.
Otra dimensión es la definición de paz como un acuerdo puntual, que no aspira a ser definitivo, para el final de los enfrentamientos. El carácter práctico permite olvidar los agravios históricos, los acuerdos fracasados o las promesas incumplidas. “History is in the past” –“La historia está en el pasado”–, repiten con frecuencia los realistas estadounidenses.
Lo mismo sucede con Irán. Trump promete un tratado sin precedentes después de haber bloqueado los acuerdos de 2018 y lanzar una estrategia de “máxima presión”.
El estilo transaccional se mide por éxitos a muy corto plazo (un alto el fuego temporal, un intercambio telefónico, un reconocimiento de estatus). La estrategia presenta resultados al electorado y celebra cada pequeña cesión. Los planes estratégicos de China y Europa palidecen ante la firma de convenios sin mirar a la próxima década, el plan MED 2050 o la transición energética, verde y justa. Nada de eso importa para el hoy.
El presidente Trump pertenece a una generación de líderes políticos con estilo agresivo, partidarios de la primacía del poder ejecutivo, una fuerte vocación nacionalista y contrarios a las bases intelectuales de la democracia liberal.
Zelensky no volverá a ser invitado
Los neopatriotas y los antiglobalistas aplauden su estilo y encontramos a estos en todas las latitudes y en todo el espectro político. En cambio, el presidente Zelensky no volverá a la Casa Blanca. Habrá acuerdos, como el de los minerales y las tierras raras. Habrá más conversaciones, como la icónica fotografía tomada en el Vaticano. Pero el presidente Trump no le volverá a invitar y la Comisión Europea carece de esta vis trumpista, lo que dificulta encontrar un interlocutor al que Trump quiera escuchar.
Los acuerdos diplomáticos son instrumentales: hoy elevo aranceles y mañana firmo libre comercio. Tampoco aquí el trumpismo innova: “Pecunia non olet” –“El dinero no huele”–, esgrimió el emperador Vespasiano para cobrar por el uso de letrinas y baños en Roma. Sirven a un bien mayor que es la renovación del liderazgo estadounidense en la desglobalización. La economía aplana los consensos porque la guerra perjudica los intereses comerciales y distrae de la competencia con China. Los bienes públicos globales están fuera de la agenda.
En síntesis, los procesos de paz que vendrán en los próximos mil días no se van a parecer a aquellos otros que estudiamos en el primer cuarto de siglo. Aquellos países que quieran avanzar con el trumpismo tendrán que aprender a navegar en un entorno sin consensos globales, con acuerdos estrechos y cuenta de resultados. ¿Podrá alguien negociar la paz en esas condiciones?

Juan Luis Manfredi no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.