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Nunca una termita subterránea como Reticulitermes grassei construirá el termitero de una especie que anida en la madera, como Kalotermes flavicollis. Tampoco una cigüeña levantará un nido de paloma ni una abeja fabricará un panal de avispa. A una cebra no hay que enseñarle a huir de una leona, ni a un ñu de un cocodrilo.
Son comportamientos que no se aprenden y forman parte del repertorio innato de cada especie. Están controlados por los genes y , por tanto, se heredan. Surgen de forma automática cuando aparece el estímulo específico, y todos los individuos de la especie responden de manera prácticamente idéntica.
Señales que seducen (y a quién)
Las diferencias anatómicas, fisiológicas y de comportamiento entre los dos sexos atraen al sexo contrario. El abanico de plumas de un pavo real “enamora” a las hembras de pavo real, pero las gallinas son insensibles a él. Se han descrito hasta 14 000 cantos distintos en pájaros: cada especie tiene su propio “idioma musical”. Para las hembras, el canto de un macho de su especie es afrodisíaco y el de un macho de otra, irrelevante.
La melena de un león atrae a las leonas, pero no a las tigresas. Además se ha descrito que la longitud de dicha pelambrera está relacionada con el éxito en la competencia con otros machos y con la esperanza de vida reproductiva del ejemplar que la porta. Se ha visto también que sus crías tienen una mayor tasa supervivencia.
El dorso plateado de un gorila surge tras una descarga notable de testosterona, indica madurez sexual y liderazgo, y resulta irresistible para las hembras de gorila, pero no para las de chimpancé.

Los órganos que emiten señales en los machos, coevolucionan con los órganos receptores que poseen las hembras de esa especie al unísono: ellos emiten señales, ellas desarrollan sentidos que las interpretan y reaccionan en consecuencia a esas señales. Si la evolución concertada de los dos sexos se desacompasa, la especie se acaba extinguiendo, cosa que ha ocurrido infinidad de veces a lo largo de la evolución.
También ocurre que, a veces, esos sistemas no son perfectos. Un león puede rugir con fuerza, lucir una melena espléndida y defender con éxito su territorio, pero tener fertilidad reducida por un recuento bajo de espermatozoides o, incluso, esterilidad si no tiene espermatogénesis. La apariencia no siempre correlaciona exactamente con la salud reproductiva.
Feromonas teledirigidas
Junto a los estímulos visuales y sonoros, hay otro lenguaje químico: las feromonas. Las feromonas sexuales son moléculas que se liberan al medio por uno de los sexos y que no se ven, pero son detectadas por el sexo opuesto, y funcionan en este como seductoras.
También son específicas de especie, reforzando así el aislamiento reproductivo: evitan que hembras de una especie respondan a las feromonas emitidas por machos de otra, lo que supondría un gasto de energía inútil ya que, en caso de producirse, la cópula no sería productiva. Están ampliamente distribuidas en el reino animal, lo que evidencia un origen evolutivo muy antiguo.
Nosotros, los humanos
Nuestra especie no puede escapar por completo de su propia biología: emitimos y descodificamos señales constantemente. Por ejemplo, las secreciones de las glándulas areolares de la madre estimulan el reflejo de succión en los recién nacidos humanos. Está demostrado que los bebés responden a su olor incluso antes de haber sido alimentados previamente. Inducen respuestas como la orientación de la cabeza y movimientos orales en el bebé, facilitando la localización del pezón y el reflejo natural de succión.
Por otra parte, la androstadienona, una potencial feromona humana derivada de la testosterona que se encuentra en el sudor, el semen y otros fluidos corporales masculinos, parece estar implicada en el atractivo sexual, aunque su efecto depende del contexto.
Al igual que en otras especies, respondemos a estas señales, aunque en nosotros se añade una complejidad extraordinaria: la que aporta la cultura, esa segunda naturaleza que poseemos.
El tiempo no pasa en balde
De la misma manera que un león envejecido pierde parte de su melena y resulta menos atractivo para el sexo opuesto, en los humanos hay señales que evidencia la pérdida de vigor reproductivo. Un ejemplo evidente es la simetría facial, que suele asociarse a belleza y salud. Con la edad, el rostro refleja el paso del tiempo y esa percepción de atractivo tiende a disminuir. La pérdida de tersura en la piel y la flacidez muscular contribuyen también a ello.
De alguna manera el envejecimiento lanza señales de que nuestro potencial reproductivo decae. A todo eso se suman otros factores: la expresión, la voz, los recursos que posee cada individuo o la salud que proyecta.
Catherine Hakim, en su libro Capital erótico: el poder de fascinar a los demás, analiza cómo estos aspectos influyen en la percepción de atractivo. En los humanos, cortejo y elección de pareja combinan instintos, feromonas y cultura en una mezcla compleja y variable según el contexto social.
Lo fascinante es pensar que detrás de cada persona que nos atrae hay millones de años de evolución y siglos de cultura compartida, organizados en lo más recóndito de nuestro ser.
Federico Zurita Martínez, Profesor del Departamento de Genética. Imparto docencia en Genética y en el Master en "Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos" en la Universidad de Granada., Universidad de Granada y Ana Belén Carrillo Gálvez, Doctora en Biología. Investigadora Posdoctoral., Universidad de Granada
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.