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Altímetro radar Copernicus Sentinel-6. Crédito: ESA/ATG medialab |
Cuando una tormenta azota el planeta, la atención suele centrarse en los vientos, la lluvia y los destrozos visibles. Pero lejos de la costa, en medio del océano, ocurre algo igual de imponente: una danza colosal de olas que revela secretos profundos sobre el clima y la energía del planeta.
Durante una tormenta en diciembre pasado, los satélites registraron olas que alcanzaron casi 20 metros de altura, lo mismo que el Arco del Triunfo de París. Fue la mayor altura media de olas jamás medida desde el espacio. Pero el tamaño fue solo el principio de una historia mucho más interesante.
Estas olas —llamadas marejadas o swells— son diferentes a las rompientes costeras que todos conocemos. Nacen en el corazón de las tormentas, pero una vez liberadas, se mueven con elegancia sobre el océano, viajando miles de kilómetros sin perder su fuerza. Su poder no depende del viento, sino del tiempo entre una cresta y otra, conocido como el periodo de onda. Cuanto más largo sea ese periodo, más energía transporta la ola. Si entre cresta y cresta pasan 20 segundos, eso significa que una tormenta lejana está enviando su mensaje a través del mar.
Un equipo internacional de científicos decidió seguir el rastro de esas olas utilizando una flota de satélites. Entre ellos, el más reciente: SWOT, una misión franco-estadounidense capaz de escanear el océano con una precisión sin precedentes. También se sumaron datos históricos de misiones como Sentinel-3, Jason-3, CryoSat, SARAL y otras que llevan más de tres décadas vigilando los mares.
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Modelo que muestra la altura de las olas durante la reciente tormenta Hércules. (Crédito de la imagen: ESA/Planetary Visions) |
El protagonista del estudio fue el temporal Eddie, que el 21 de diciembre de 2024 generó olas de hasta 20 metros en mar abierto, las más grandes registradas en más de diez años. Pero lo realmente asombroso fue su viaje: la marejada de Eddie continuó desplazándose durante más de 15 días, recorriendo unos 24.000 kilómetros desde el Pacífico Norte, pasando por el pasaje de Drake cerca de la Antártida y llegando al Atlántico tropical el 6 de enero de 2025.
Ese trayecto permitió algo inédito: observar cómo la energía de las olas se distribuye realmente. Hasta ahora se creía que las olas más largas cargaban con la mayor parte de la energía. Pero los nuevos datos revelaron lo contrario: la energía se concentra en las olas dominantes del pico de la tormenta, no en las más largas. Este hallazgo cambia las reglas del juego, ya que esa energía influye directamente en la erosión costera, la resistencia de las infraestructuras marinas y las predicciones sobre daños durante tormentas extremas.
“El cambio climático puede ser un factor, pero no el único”, explicó Fabrice Ardhuin, líder del estudio en el Laboratorio de Oceanografía Física y Espacial de Francia. “Las condiciones del fondo marino también modelan las olas, y estas tormentas tan grandes son raras —ocurren aproximadamente una vez por década—, lo que dificulta establecer tendencias claras.”
El equipo ahora busca conectar estos resultados con la evolución del clima global. Gracias a los registros satelitales acumulados durante más de 30 años, por fin pueden analizar cómo cambian la intensidad y el comportamiento de las tormentas a lo largo del tiempo.
Aunque Storm Eddie dejó huella, el récord absoluto de altura sigue en manos de Storm Hercules, en enero de 2014, cuando las olas alcanzaron 23 metros y golpearon las costas desde Marruecos hasta Irlanda. Sin embargo, Eddie sirvió para validar los modelos satelitales en condiciones extremas, mejorando las herramientas de predicción oceánica.
Uno de los satélites más útiles fue Copernicus Sentinel-6, diseñado principalmente para monitorear el aumento del nivel del mar, pero también capaz de registrar en tiempo real la altura de las olas y la velocidad del viento, información vital para la navegación, la pesca y la seguridad costera.
Por su parte, SWOT aportó una tecnología revolucionaria: una combinación de radar tradicional con imágenes de gran ancho de barrido, capaz de detectar incluso ondulaciones de apenas 3 centímetros y olas que se extienden por más de un kilómetro. Gracias a esa sensibilidad, los científicos ahora pueden ver cómo la energía de las olas se mueve realmente a través del océano.
Todo esto apunta a un futuro con pronósticos más precisos, defensas costeras más sólidas y una comprensión más clara de cómo el clima está reescribiendo las reglas del mar. Porque no hace falta que una tormenta toque tierra para dejar su marca: sus olas, viajeras incansables, pueden recorrer el planeta entero y seguir contando la historia mucho después de que el viento haya cesado.