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Cuando los astronautas del programa Artemis de la NASA aterricen cerca del polo sur lunar en los próximos años, es posible que se encuentren con algo más que polvo y rocas antiguas. Podrían hallar un registro natural de los orígenes más violentos de la Luna, un archivo de su pasado escrito en cráteres y minerales. Esa es la promesa de un nuevo estudio encabezado por Jeffrey Andrews-Hanna, científico planetario de la Universidad de Arizona, publicado el 8 de octubre en Nature.
La investigación ofrece una visión impactante del pasado turbulento de nuestro satélite y arroja nueva luz sobre un misterio que ha intrigado a generaciones de científicos: ¿por qué la cara visible de la Luna es tan lisa comparada con la otra mitad, marcada por innumerables cráteres?
Hace unos 4.300 millones de años, un asteroide descomunal impactó el lado oculto de la Luna. El golpe fue tan devastador que abrió el gigantesco cráter conocido como la cuenca South Pole–Aitken (SPA), una herida elíptica de unos 1.900 kilómetros de largo por 1.600 de ancho. Su forma alargada indica que el impacto no fue frontal, sino en ángulo, algo así como un roce catastrófico a escala planetaria.
Al comparar la SPA con otros cráteres gigantes del sistema solar, el equipo descubrió un patrón común: todos se estrechan en la dirección del impacto, adoptando una forma parecida a una lágrima o un aguacate. Esto cambió una suposición clave. Se pensaba que el asteroide había llegado desde el sur, pero los datos muestran que vino del norte. En consecuencia, la zona sur de la cuenca —donde se acumularon los escombros arrancados de las profundidades lunares— sería el mejor sitio para estudiar el interior antiguo del satélite. Y justo ahí, dice Andrews-Hanna, es donde Artemis planea aterrizar.
Las pruebas topográficas, químicas y estructurales refuerzan esta hipótesis y permiten reconstruir cómo se enfrió y solidificó la Luna en sus primeros millones de años. En sus inicios, el satélite era un océano de magma global. Los minerales más densos se hundieron para formar el manto, mientras que los más ligeros flotaron hasta crear la corteza. Pero algunos elementos —potasio, tierras raras y fósforo— quedaron atrapados en los últimos vestigios de ese magma, formando un cóctel químico peculiar llamado KREEP.
Andrews-Hanna lo explica con una comparación simple: “Si alguna vez dejas una lata de refresco en el congelador, notarás que el jarabe dulce se concentra en el líquido que queda sin congelar. Eso mismo ocurrió en la Luna con el KREEP”.
Con el paso del tiempo, ese material rico en calor y elementos radiactivos se concentró en la cara visible de la Luna, alimentando las erupciones volcánicas que dieron origen a los mares oscuros que hoy dibujan su famoso “rostro”. Lo desconcertante es por qué ese desequilibrio se produjo en primer lugar.
La clave, sugiere el estudio, está en el grosor desigual de la corteza. El lado oculto es más grueso, lo que habría empujado el magma hacia la cara visible, como si se exprimiera una pasta de tubo. Esta asimetría pudo determinar la evolución térmica y geológica de todo el cuerpo lunar.
El análisis de la cuenca SPA confirma esa teoría: su borde occidental está saturado de torio —un elemento radiactivo típico del KREEP—, mientras que el oriental carece de él. Esa diferencia indica que el impacto excavó una ventana hacia el límite donde se mezclaban los restos del antiguo océano de magma con la corteza sólida.
Según Andrews-Hanna, los resultados coinciden con los modelos que describen las últimas etapas de la solidificación lunar: los residuos del océano magmático se desplazaron hacia la cara visible, pero una fina capa quedó bajo regiones del lado oculto, lo que explica el torio encontrado en un solo flanco de la SPA.
Aun así, muchos enigmas persisten. Cuando las misiones Artemis regresen con muestras, los científicos podrán analizar con precisión qué compuestos conforman estas regiones y si realmente son testigos de los primeros capítulos de la historia lunar. “Con los datos actuales sabemos dónde buscar”, afirma Andrews-Hanna. “Pero cuando tengamos esas muestras en la Tierra, sabremos exactamente qué estamos viendo”.
Y quizá, al estudiar ese polvo ancestral, logremos entender no solo cómo nació la Luna, sino cómo los impactos cósmicos ayudaron a dar forma a los mundos que hoy giran alrededor del Sol.

