Vea También
![]() |
Alquitrán de corteza de abedul. Crédito: Jorre; CC BY-SA 3.0 |
Hace miles de años, mucho antes de que existieran los chicles de menta o los envoltorios brillantes, la gente del Neolítico ya disfrutaba de mascar algo mientras trabajaba. Sus “gomas” eran pequeñas masas de alquitrán extraídas del abedul, y hoy esos restos endurecidos están revelando datos fascinantes sobre cómo vivían y quiénes eran aquellos humanos de hace más de seis milenios.
El alquitrán de abedul es considerado el primer material sintético creado por el ser humano. Era pegajoso, flexible y muy útil: los habitantes de los Alpes europeos lo usaban para fijar mangos a las herramientas de piedra, reparar cerámica o, simplemente, para masticarlo mientras realizaban otras tareas. Quizás lo hacían para calmar los nervios, o tal vez por salud, ya que este material contiene compuestos naturales con propiedades antimicrobianas.
Un equipo de arqueólogos dirigido por Anna White, de la Universidad de Copenhague, analizó 30 fragmentos de este curioso material procedentes de nueve yacimientos alpinos, algunos con más de 6,300 años de antigüedad. Doce de ellos eran pequeñas bolas sueltas, muchas con claras señales de haber sido masticadas.
![]() |
Sitios y muestras estudiados en la investigación (Fotografías de Theis Z. T. Jensen). Crédito: A. White et al., Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences (2025). |
Lo interesante del alquitrán es que, además de servir como pegamento, actúa como una cápsula del tiempo. En su superficie quedan atrapadas partículas del entorno: resinas, restos vegetales e incluso microorganismos. Los investigadores hallaron ADN de linaza (Linum usitatissimum) y de semillas de amapola (Papaver somniferum), aunque todavía no saben si esta última se usaba como alimento o por sus efectos narcóticos.
Pero lo más sorprendente vino al analizar el ADN humano conservado en 19 de las muestras. En varios casos, la preservación fue tan buena que los científicos pudieron identificar el sexo de quien las había masticado. En las herramientas de piedra, el ADN correspondía a varones; en cambio, los fragmentos de alquitrán usados para reparar cerámica contenían ADN femenino. Un hallazgo que sugiere una posible división de tareas por género en aquellas comunidades.
El estudio también mostró que masticar el alquitrán era parte del proceso de trabajo. Cuando se enfriaba, se endurecía, y al mascarlo se volvía maleable de nuevo. Sin embargo, la saliva reducía su capacidad adhesiva, que solo se recuperaba al calentarlo otra vez. Esto podría explicar por qué los fragmentos usados como pegamento contienen menos ADN bucal que los que fueron simplemente masticados.
Cada uno de esos pequeños trozos de alquitrán es, en realidad, una ventana a la vida cotidiana de nuestros antepasados. En ausencia de restos humanos, estos chicles neolíticos conservan detalles íntimos de quienes los usaron: su microbioma, su dieta, e incluso rastros de sus costumbres sociales.
Así que la próxima vez que tires tu chicle sin pensar, recuerda que quizá, dentro de seis mil años, alguien podría analizarlo para saber quién fuiste, qué comiste y cómo vivías.