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Uno de los núcleos sedimentarios recogidos en 2022. (Chris Goldfinger) |
Un hallazgo geológico reciente ha despertado una preocupación que parece sacada de un guion apocalíptico, pero que está firmemente respaldada por datos científicos: un megaterremoto en la zona de subducción de Cascadia podría ser capaz de desatar otro enorme sismo en la Falla de San Andrés. Dos eventos sísmicos encadenados que, de producirse, sacudirían desde Oregón hasta California en una secuencia devastadora.
El descubrimiento proviene de un equipo de la Universidad Estatal de Oregón, que analizó 137 núcleos de sedimentos recolectados en expediciones por el noroeste del Pacífico y la costa californiana. Cada muestra guarda el registro de miles de años de actividad sísmica, y al examinarlas cuidadosamente, los investigadores notaron algo inquietante: señales coincidentes de terremotos ocurridos al mismo tiempo en ambos sistemas geológicos, una conexión que se remonta al menos tres milenios atrás.
Estas señales aparecen en forma de turbiditas, capas de sedimento que se depositan cuando los deslizamientos submarinos son provocados por movimientos sísmicos intensos. Las coincidencias en la composición y el momento de deposición de estas capas entre Cascadia y San Andrés fueron demasiado precisas para ser casualidad. Según los científicos, los datos apuntan a que un terremoto de magnitud 9 en Cascadia —un auténtico “megathrust”— podría ser suficiente para desestabilizar la Falla de San Andrés, provocando un segundo evento de proporciones catastróficas.
Chris Goldfinger, paleosismólogo y autor principal del estudio, no duda en subrayar la magnitud del escenario: “Es difícil exagerar lo que implicaría un terremoto de magnitud 9 en el noroeste del Pacífico. Y si además eso desencadena uno en la Falla de San Andrés, estaríamos hablando de algo propio de una película”.
Para ponerlo en perspectiva: la zona de subducción de Cascadia se extiende unos 1.000 kilómetros, donde las placas de Juan de Fuca y Gorda se deslizan bajo la placa Norteamericana. El último gran evento en esa región ocurrió hace 325 años, alrededor de 1700, y fue tan poderoso que dejó huellas incluso en registros históricos japoneses de un tsunami. Por su parte, la Falla de San Andrés recorre cerca de 1.200 kilómetros a lo largo de California, marcando el límite entre las placas del Pacífico y Norteamericana; su último gran terremoto fue el de Loma Prieta en 1989.
Hasta ahora, la idea de que ambos sistemas pudieran estar conectados era apenas una hipótesis. Pero un error de navegación durante una expedición cambió todo. Al desviarse más al sur de lo planeado, los investigadores perforaron un núcleo en el Cañón de Noyo, frente a la costa californiana, y hallaron indicios de un evento doble: señales sísmicas correspondientes tanto a Cascadia como a San Andrés. Ese hallazgo fortuito encendió las alarmas y motivó una revisión más amplia de los datos.
“En ese momento se encendió una bombilla”, recuerda Goldfinger. “Nos dimos cuenta de que el canal de Noyo probablemente estaba registrando terremotos de Cascadia, y que, a la misma distancia, los sitios de Cascadia estaban registrando los de San Andrés.”
La posibilidad de que estos dos gigantes geológicos estén más conectados de lo que se creía cambia por completo la forma en que se evalúan los riesgos sísmicos en la costa del Pacífico. No solo se trata de preparar a Oregón y Washington para un megaterremoto, sino de considerar que ese mismo evento podría poner en marcha una cadena capaz de afectar a toda California.
Y aunque el estudio se centra en el escenario de Cascadia activando San Andrés, los investigadores no descartan que la secuencia pueda darse al revés. Goldfinger lo resume con una advertencia muy clara: “Si estuviera en Palo Alto y Cascadia se activara, conduciría hacia el este. Creo que el riesgo de que la Falla de San Andrés se dispare después es muy alto.”
Una conexión sísmica así redefine por completo lo que entendemos como “gran terremoto”. Y si los científicos están en lo cierto, el próximo gran temblor podría no llegar solo.