Una cruz maya gigante encontrada bajo tierra está cambiando todo lo que sabíamos

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Un pozo en forma de cruz encontrado en el yacimiento de Aguada Fénix, en México, tras la excavación. Crédito Takeshi Inomata.

Un pozo en forma de cruz encontrado en el yacimiento de Aguada Fénix, en México, tras la excavación. Crédito: Takeshi Inomata.

En las profundidades selváticas del sur de México, el arqueólogo japonés Takeshi Inomata nunca imaginó que su hallazgo más desconcertante no sería una pirámide, sino un enorme agujero en forma de cruz. Bajo el sitio arqueológico de Aguada Fénix —considerado el asentamiento maya más antiguo jamás documentado—, su equipo descubrió algo que cambiaría la forma en que entendemos el origen de esta civilización.

Todo comenzó en 2017, cuando los sensores de lidar (tecnología de detección por luz y distancia) revelaron una vasta plataforma rectangular escondida bajo la selva. Al excavar, los investigadores encontraron una fosa en forma de cruz, cuidadosamente orientada hacia los cuatro puntos cardinales. En cada dirección, el equipo halló algo distinto: pigmentos azules de azurita al norte, verde malaquita al este, ocre amarillo al sur y conchas marinas junto a pequeñas hachas de arcilla al oeste.

Lo que parecía una simple fosa ritual resultó ser un cosmograma: un mapa monumental del universo tallado directamente en la tierra. Canales gigantes extendidos en forma de cruz reforzaban la idea de que el sitio estaba diseñado para reflejar el cosmos tal y como lo concebían los mayas. “Todo apunta a que representaba su visión del mundo y su conexión con lo divino”, explica Inomata, investigador de la Universidad de Arizona.

Los resultados, publicados en Science Advances, desafían décadas de teorías sobre cómo y por qué los mayas comenzaron a construir monumentos colosales. Durante mucho tiempo, se creyó que la arquitectura monumental solo surgió después de que aparecieran las jerarquías sociales hacia el 350 a.C., impulsada por élites que controlaban los recursos y el trabajo. Sin embargo, Aguada Fénix fue construido entre el 1000 y el 800 a.C., siglos antes de que existieran reyes o templos dedicados a nobles.

Los investigadores Takeshi Inomata y Melina García Hernández excavan el foso en forma de cruz con pigmentos que marcan los cuatro puntos cardinales. Créditos Atasta Flores

Los investigadores Takeshi Inomata y Melina García Hernández excavan el foso en forma de cruz con pigmentos que marcan los cuatro puntos cardinales. Créditos: Atasta Flores

Con más de 9 kilómetros de largo, el sitio es una de las estructuras más grandes de toda Mesoamérica. Desde el aire, las imágenes lidar revelan una compleja red de calzadas elevadas, corredores y canales orientados con precisión milimétrica hacia el norte-sur y el este-oeste. En el centro, una gran plaza con un conjunto ceremonial tipo E Group, vinculado con observaciones astronómicas, marcaba el corazón del asentamiento. Bajo ella, la cruz de colores narraba una historia mucho más profunda.

Las dataciones por radiocarbono sitúan el depósito ritual alrededor del 900 a.C. y junto a él, el equipo halló un sistema hidráulico monumental: canales y una represa que se extendían hacia el oeste. Aunque no parecen haber tenido una función práctica, su escala sugiere una coordinación masiva. “No hay palacios, tumbas reales ni residencias de élite”, señala Inomata. “Todo indica que era un lugar de encuentro comunal, donde distintas comunidades se reunían para ceremonias, rituales y banquetes.”

La idea de que estas obras surgieron sin un poder centralizado ha sorprendido a la comunidad arqueológica. “Esto cambia la narrativa”, afirma el arqueólogo. “La religión y la cooperación colectiva fueron las verdaderas fuerzas que impulsaron la construcción, no las órdenes de un gobernante”.

El arqueólogo Oswaldo Chinchilla, de la Universidad de Yale, destaca que el caso de Aguada Fénix ofrece una de las pruebas más sólidas del uso de cosmogramas mesoamericanos. “Los pigmentos, la orientación con el amanecer y el atardecer, todo encaja con la cosmovisión maya, que aún pervive en las comunidades de México y Centroamérica”, comenta.

Los pigmentos de azurita azul, malaquita verde y ocre amarillo marcan respectivamente el norte, el este y el sur, mientras que las conchas marinas y las ofrendas de arcilla en forma de hacha marcan el oeste. Crédito Takeshi Inomata

Los pigmentos de azurita azul, malaquita verde y ocre amarillo marcan respectivamente el norte, el este y el sur, mientras que las conchas marinas y las ofrendas de arcilla en forma de hacha marcan el oeste. Crédito: Takeshi Inomata

Para David Stuart, experto de la Universidad de Texas en Austin, la fosa en forma de cruz simbolizaba una “siembra cósmica”, un acto ritual que activaba el espacio sagrado para convertirlo en escenario de ceremonias. “Cada ofrenda era como plantar una semilla en el corazón del universo”, explica.

Más allá de su significado simbólico, el hallazgo de Aguada Fénix nos obliga a repensar las raíces de la civilización maya. En lugar de surgir bajo el dominio de una élite poderosa, pudo haber nacido de la colaboración y la fe compartida. “Es una lección profunda —concluye Inomata—. A veces, no hace falta una jerarquía para lograr algo monumental. Solo una idea común que una a la gente.”

Fuentes, créditos y referencias:

Takeshi Inomata, Landscape-wide cosmogram built by the early community of Aguada Fénix in southeastern Mesoamerica, Science Advances (2025). DOI: 10.1126/sciadv.aea2037. www.science.org/doi/10.1126/sciadv.aea2037

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