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En las profundidades del océano, donde la oscuridad domina y la vida apenas sobrevive, un grupo de científicos ha descubierto cómo algunos microbios logran resistir en uno de los entornos submarinos más extremos del planeta. El equipo, liderado por Palash Kumawat del Departamento de Geociencias de la Universidad de Bremen, se propuso entender cómo estas diminutas formas de vida prosperan en un lugar donde casi nada más puede hacerlo.
El sitio analizado presenta un pH de 12, lo que lo convierte en uno de los ambientes más alcalinos jamás documentados. Bajo tales condiciones, el agua se vuelve hostil incluso para los organismos más resistentes, y encontrar señales de vida activa resulta casi imposible. Aun así, los investigadores lograron un avance clave: en lugar de buscar ADN, se concentraron en los biomarcadores lipídicos, moléculas de grasa que actúan como huellas químicas de la actividad biológica.
“Pudimos detectar grasas”, explica Kumawat, candidato a doctorado en la Universidad de Bremen. “Con la ayuda de estos biomarcadores obtuvimos información sobre las estrategias de supervivencia de los microbios que metabolizan metano y sulfato en este entorno extremo”. Gracias a técnicas de análisis ultrafinas, capaces de identificar señales bioquímicas mínimas, el equipo reveló cómo estos organismos logran mantenerse activos en un ecosistema prácticamente carente de nutrientes.
En el fondo del mar, la vida microbiana cumple un papel esencial en el ciclo global del carbono. Los microorganismos identificados no dependen de la luz solar, sino que extraen su energía de minerales y gases como el dióxido de carbono y el hidrógeno, generando metano en el proceso, un gas de efecto invernadero de gran relevancia. Estas reacciones químicas ocurren de manera independiente al océano superior, formando un ecosistema autónomo que funciona bajo sus propias reglas.
Las moléculas lipídicas encontradas también permitieron distinguir entre vida actual y restos de comunidades microbianas antiguas. Biomoléculas intactas apuntan a células vivas o recientemente activas, mientras que las degradadas indican la presencia de geomoléculas fósiles. Al combinar los datos isotópicos con los biomarcadores, el equipo demostró que este ambiente extremo alberga tanto poblaciones modernas como rastros de vida ancestral. “Esta distinción es clave en áreas con muy poca biomasa y escasez de nutrientes”, añade Kumawat.
Para la coautora Florence Schubotz, geoquímica orgánica del Centro MARUM de Ciencias Ambientales Marinas de la Universidad de Bremen, los resultados son asombrosos. “Lo fascinante es que la vida, bajo condiciones tan extremas —con alto pH y muy poco carbono orgánico—, sea siquiera posible”, comenta. “Hasta ahora se había supuesto la existencia de microorganismos productores de metano en este sistema, pero nunca se había confirmado de forma directa. Además, es emocionante observar de cerca un hábitat microbiano que podría parecerse a los lugares donde surgió la vida primitiva en la Tierra.”
Las muestras que hicieron posible el estudio fueron recolectadas en 2022, durante la expedición SO 292/2 a bordo del buque de investigación RV Sonne. En esa misión, los científicos descubrieron volcanes de lodo ocultos en la región de antearco de las Marianas y obtuvieron muestras directamente de ellos. Cada fragmento de sedimento contenía una historia microscópica de resistencia, adaptabilidad y evolución.
Este trabajo forma parte del Cluster of Excellence “The Ocean Floor — Earth’s Uncharted Interface”, y sus resultados abren un nuevo horizonte para la biología marina y la astrobiología. Kumawat y su equipo planean ahora cultivar estos microorganismos en incubadoras controladas, con el fin de entender mejor cómo obtienen sus nutrientes y cómo pueden persistir en ambientes tan extremos. Si lo logran, podrían estar observando en tiempo real una forma de vida que guarda ecos del origen mismo de la biología terrestre.
Fuentes, créditos y referencias:
