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Se han encontrado concentraciones inesperadamente altas de sustancias químicas persistentes en nutrias marinas muertas. Crédito: Unsplash |
Un nuevo estudio publicado en Environmental Toxicology and Chemistry ha revelado una alarmante realidad: los cuerpos de las nutrias marinas recuperadas frente al océano Pacífico presentan altas concentraciones de los llamados “químicos eternos”, compuestos que prácticamente nunca desaparecen del ambiente. El trabajo, titulado "Concentrations of Per- and Polyfluoroalkyl Substances in Canadian Sea Otters (Enhydra lutris) are Higher Near Urban Centers", demuestra que estos contaminantes se acumulan con mayor intensidad cerca de las zonas urbanas.
Los responsables son las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS), utilizadas en envoltorios de alimentos, utensilios antiadherentes, textiles impermeables, cosméticos, espumas contra incendios y productos electrónicos. Estas moléculas se unen a las proteínas dentro del organismo y provocan toxicidad inmunológica, daños en órganos, alteraciones endocrinas y problemas reproductivos tanto en fauna silvestre como en humanos. Aunque algunas versiones de estos compuestos han sido prohibidas en muchos países, su permanencia en el ambiente sigue siendo prácticamente indefinida.
Los químicos eternos viajan a través del agua, el suelo y el aire, dispersándose por todo el planeta —incluso en regiones polares donde no existe actividad industrial humana—. La preocupación crece por los efectos acumulativos que estos contaminantes están teniendo sobre la vida marina y por el impacto ecológico que podrían provocar en el futuro conforme se concentran en las cadenas alimenticias oceánicas.
Entre las especies más vulnerables se encuentran los mamíferos marinos depredadores y de larga vida, como las nutrias y las orcas. En el caso de las nutrias marinas, la exposición proviene principalmente de su dieta: consumen presas contaminadas con PFAS, aunque también pueden recibirlos por transmisión materna o durante la lactancia. Su alimentación diaria —alrededor del 25% de su peso corporal— las convierte en indicadores perfectos de contaminación local, ya que no migran grandes distancias y se alimentan en hábitats costeros donde los químicos tienden a acumularse.
En la costa de Columbia Británica, la historia de las nutrias marinas ha sido turbulenta. Fueron eliminadas completamente durante el comercio de pieles entre los siglos XVIII y XX, y solo regresaron cuando científicos trasladaron 89 ejemplares desde Alaska entre 1969 y 1972. Desde entonces, su población se ha recuperado hasta superar los 8,000 individuos en 2017. Pero este renacer enfrenta ahora una nueva amenaza: la contaminación química invisible que se infiltra en sus cuerpos.
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El veneno silencioso del océano: un nuevo estudio revela una amenaza química oculta para la vida marina. Crédito: Pixabay/CC0 Dominio público |
Investigaciones anteriores ya habían mostrado que las nutrias californianas con concentraciones más altas de PFAS tenían mayor probabilidad de morir por enfermedades infecciosas o no infecciosas, lo que refuerza la gravedad de este hallazgo. En este estudio reciente, los científicos analizaron muestras de hígado y músculo esquelético de once nutrias encontradas muertas en la región costera de Columbia Británica, recolectando en total dieciséis muestras.
De los 40 compuestos químicos examinados, ocho fueron detectados en todos los ejemplares. Las concentraciones variaron entre individuos, pero los hígados mostraron niveles más altos y mayor cantidad de compuestos que los músculos. Solo uno de ellos —el perfluorooctanesulfonamida, utilizado para repeler grasa y agua en envases alimentarios y antiguo componente de la fórmula Scotchgard de 3M— fue encontrado en ambos tejidos. Los siete restantes aparecieron únicamente en los hígados, revelando su tendencia a acumularse en órganos con funciones metabólicas críticas.
Los investigadores descubrieron además que las nutrias halladas cerca de grandes ciudades y rutas marítimas presentaban concentraciones tres veces más altas de estos contaminantes en comparación con las de zonas más remotas. Este patrón confirma que las actividades humanas son una fuente directa y persistente de exposición a los químicos eternos, incluso para especies que viven en ecosistemas aparentemente prístinos.
El estudio vuelve a poner en el centro del debate el costo oculto del desarrollo industrial y la necesidad urgente de controlar las emisiones de estas sustancias que, aunque invisibles, están reconfigurando la salud de los océanos y de quienes dependen de ellos para sobrevivir.
Fuentes, créditos y referencias:

