¿Han aprendido algo los medios de comunicación desde el juicio de O.J. Simpson?

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O.J. Simpson enseña al jurado un par de guantes, similar a los encontrados junto al lugar del crimen, durante su juicio en Los Ángeles en 1995. POO/AFP via Getty Images

Con la muerte de O.J. Simpson, no puedo evitar preguntarme si los medios de comunicación han aprendido alguna lección de la cobertura de su juicio, en el que la exestrella del fútbol americano fue absuelto de asesinar a su exmujer y al amigo de ésta.

En muchos sentidos, el “juicio del siglo” sacó a relucir algunos de los peores impulsos de la prensa.

Como explicó el criminólogo Gregg Barak, el caso de O.J. Simpson fue un auténtico “espectáculo”, básicamente un telediario en directo que duró nueve meses.

Por supuesto, los crímenes siempre han atraído un interés morboso, generando la atención de los medios de comunicación e inspirando relatos de crímenes reales.

Pero desde finales del siglo XX, esto ocurre con más frecuencia, a veces incluso antes de que el juicio haya concluido. Los límites entre las noticias y el entretenimiento son cada vez más difusos, y la raza, la clase social y la búsqueda de índices de audiencia influyen en la cobertura de los delitos y en su representación.

Juicio mediático

Siempre que enseño el juicio de O.J. Simpson en mis clases de justicia penal, saco a colación un caso de asesinato de finales del siglo XIX en el que estaba implicada una mujer blanca de clase alta llamada Lizzie Borden.

Tanto Simpson como Borden fueron acusados de doble asesinato, y ambos juicios se convirtieron en un circo mediático.

En agosto de 1892, Andrew Borden, un rico hombre de negocios, y Abby, su segunda esposa, fueron asesinados a hachazos en su casa de Fall River, Massachusetts. Acusada de matar a su padre y a su odiada madrastra, su hija de 32 años, Lizzie, se convirtió en objeto de una exhaustiva cobertura mediática.

Un siglo antes de que O.J. Simpson contratara lo que los medios de comunicación denominaron un “dream team” legal, Borden contó con un equipo de defensa plagado de estrellas que incluía a un exgobernador y al abogado de la familia Borden. Al igual que en el caso Simpson, las estrategias legales del fiscal y del equipo de defensa de Borden fueron objeto de un gran escrutinio por parte de los medios.

La mayor parte de las pruebas contra Borden eran circunstanciales; al final, fue absuelta por un jurado compuesto exclusivamente por hombres a los que quizá les costara creer que una solterona respetable pudiera cometer un crimen tan horrendo.

Sin embargo, Borden nunca pudo librarse del estigma de haber sido acusada de asesinato. Tras ser puesta en libertad, sus antiguos amigos la condenaron al ostracismo. Durante años, los periódicos documentaron la vida de Borden tras su absolución. Desde su muerte, los innumerables libros, artículos, una película hecha para la televisión –incluso una reciente serie televisiva sobre la vida de Borden después del juicio– demuestran el poder de permanencia del juicio de alto perfil del siglo XIX.

Al igual que Borden, Simpson supo utilizar su clase y riqueza en su beneficio. Pero también fue tratado como escoria durante y después de su juicio.

Los crímenes de celebridades hacen buena televisión

Por supuesto, no había televisión en la época de Borden.

El 3 de octubre de 1995, unos 150 millones de estadounidenses sintonizaron para escuchar el veredicto del jurado en el juicio de O.J. Simpson. Fue la culminación de 16 meses de cobertura televisiva en horario de máxima audiencia.

La noche del 12 de junio de 1994, Nicole Brown Simpson y su amigo, Ronald Lyle Goldman, fueron acuchillados hasta la muerte frente al lujoso apartamento de la mujer en Los Ángeles, California. Después de que la policía persiguiera a baja velocidad el Ford Bronco blanco de O.J. Simpson que hipnotizó a los telespectadores, el sospechoso del crimen fue detenido y acusado de los crímenes.

Para las cadenas de televisión y sus incipientes competidoras de noticias por cable, fue una receta para el drama y la audiencia.

Con una nación cautivada y pegada a sus televisores, radios y periódicos, los medios de comunicación se sacaron de la chistera una serie de expertos en juicios para ofrecer comentarios diarios. Este modelo se convertiría en la norma para futuros juicios de famosos, ya que una industria propia de expertos jurídicos aparecería en las ondas para comentar casos que iban desde la demanda de Tom Brady por el “Deflategate” hasta las acusaciones contra el expresidente Donald Trump desde que dejó el cargo en 2021.

La investigación posterior al juicio ha descubierto que las percepciones del público sobre la culpabilidad o la inocencia de Simpson estaban determinadas por la cantidad –y el tipo– de medios de comunicación consumidos. Cuanto más se sumergía una persona en los acontecimientos diarios del juicio, más probable era que se implicara emocionalmente en la vida del célebre deportista. Desarrollando lo que se conoce como un vínculo parasocial, era más probable que creyeran en su inocencia.

Cómo los medios colorean el crimen y la raza

Cuando el jurado declaró inocente a Simpson, las reacciones siguieron en gran medida líneas raciales. Multitudes de estadounidenses blancos respondieron con conmoción, consternación e incluso ira, mientras que multitudes de estadounidenses negros respondieron con júbilo.

Encuestas y sondeos descubrieron más tarde que las reacciones de la gente al veredicto reflejaban no sólo su opinión sobre la culpabilidad o inocencia de Simpson, sino también sus creencias sobre la raza y la justicia del sistema penal del país.

Pantalla de televisión en la que aparece el rostro de un hombre negro acompañado del texto
El juicio de O.J. Simpson se convirtió en un acontecimiento televisivo imprescindible. Barbara Alper/Getty Images

Los expertos de hoy en día también son conscientes de que los medios de comunicación, a la hora de construir narrativas sobre el crimen y la justicia, a menudo recurren a estereotipos.

Estas construcciones influyen en la percepción que se tiene de los delincuentes y las víctimas. Por ejemplo, un estudio de 2004 reveló que la cobertura periodística tiende a despersonalizar a las mujeres víctimas de delitos violentos. Y un trabajo de 2018 descubrió que la raza de un asesino de masas influirá en la forma en que los medios cubren el crimen y al acusado, con los actos violentos de criminales blancos descritos como desafortunadas anomalías de las circunstancias y enfermedades mentales.

La propia relación de Simpson con la raza siempre fue complicada.

En un artículo de 1970 del New York Times titulado “Para el atleta negro, nuevos avances”, el periodista Robert Lipsyte citaba a Simpson describiendo cómo había oído un insulto racial mientras asistía a una boda con invitados mayoritariamente blancos. Lipsyte escribió que las relaciones raciales tendrían que mejorar drásticamente para que Simpson “pudiera trascender la negritud en su imagen pública.”

En la década de 1990, Simpson parecía haber hecho precisamente eso. Un O.J. de mediana edad había alcanzado el estatus de celebridad, y parecía haber trascendido esa negritud distanciándose de los negros pobres y de clase trabajadora, al tiempo que se ganaba la aceptación de los blancos, que lo veían como una celebridad inmune a las trampas de los estereotipos raciales.

A pesar de algunos incidentes de violencia doméstica, Simpson había sido capaz de mantener esta reputación impecable… hasta que fue acusado del asesinato de su ex mujer blanca y su pareja.

La caída en desgracia de Simpson quedó simbolizada por una controvertida foto de la portada de la revista Time de 1994, que según algunos fue alterada para que la piel de Simpson pareciera más oscura.

En 2014, la diferencia entre cómo veían el veredicto de Simpson los negros y los blancos se había reducido: los primeros eran mucho más propensos a creer que Simpson era culpable.

Sin embargo, la frágil imagen pública de Simpson fue un recordatorio de los límites de su capacidad para trascender la raza. Y no hay indicios de que los estadounidenses de raza negra tengan más confianza en el sistema de justicia penal de Estados Unidos hoy que en 1995.

The Conversation

Frankie Bailey no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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