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Algunos de los fragmentos mostraban signos de haber sido reafilados y moldeados para su reutilización. Crédito: d’Errico et al. |
En las frías cuevas rocosas de Crimea, en el corazón de lo que hoy es Ucrania, los arqueólogos han encontrado algo tan sorprendente como revelador: los primeros “crayones” neandertales. Dos fragmentos de ocre, cuidadosamente tallados y afilados hace entre 47,000 y 46,000 años, muestran que nuestros antiguos primos no solo sobrevivían, sino que también creaban. Y lo hacían con estilo.
Estos artefactos, descubiertos en el sitio de Zaskalnaya V, no son simples piedras teñidas.
Uno de ellos, un trozo de ocre amarillo de casi cinco centímetros, presenta marcas claras de haber sido moldeado en punta, lijado sobre piedra y afilado repetidamente, como quien repara su lápiz favorito. El segundo, de color rojo, tiene una forma similar, aunque su punta se ha perdido con el tiempo.
Los investigadores, liderados por el arqueólogo Francesco D’Errico, aseguran que la combinación de desgaste, tallado y retoque indica que fueron usados para dibujar o marcar superficies blandas —quizás pieles, rocas, o incluso la piel humana—.
Pero hay más. Un tercer fragmento, plano y anaranjado, fue grabado con varias líneas profundas y paralelas, y su superficie muestra un brillo pulido que sugiere que fue transportado y manipulado durante años. Las incisiones revelan además que la mano que lo talló fue probablemente la derecha. Pequeños detalles que abren una ventana a la mente y las costumbres de los neandertales.
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La punta de este lápiz de color rojo ocre estaba rota. Crédito: D'Errico et al. 2025 |
Durante décadas, se pensó que estos humanos antiguos carecían de pensamiento simbólico o capacidad artística. Sin embargo, hallazgos como este demuestran todo lo contrario. En Francia se han encontrado huellas de dedos en paredes de cuevas de hace 57,000 años; en España, conchas pintadas con ocre de 114,000 años. Y ahora, en Ucrania, herramientas artísticas cuidadosamente elaboradas que muestran una sensibilidad estética sorprendente.
Los neandertales no usaban el ocre solo por utilidad —para curtir pieles, fabricar adhesivos o ahuyentar insectos—, sino también como una forma de expresión.
Con el tiempo, ese polvo de tonos rojos, amarillos y naranjas se convirtió en algo más que un recurso: fue un lenguaje de color, una identidad cultural. Los investigadores sugieren que, como ocurre hoy con nuestras modas y símbolos, los significados del color variaban entre regiones.
En unas zonas de Eurasia predominaban los pigmentos negros, mientras que en Crimea, los rojos y amarillos marcaban tendencia.
El hallazgo no solo redefine la percepción de los neandertales, sino que nos conecta con ellos de una manera íntima.
La necesidad de dejar una marca, de expresar lo que somos con colores, formas o símbolos, es una pulsión antigua, tan humana como respirar. Estos “crayones” son más que herramientas; son testigos de una mente que pensaba, creaba y sentía.
Miles de años después, esos trazos perdidos bajo el polvo del tiempo nos recuerdan algo esencial: el arte no nació con nosotros. Está en nuestras raíces más profundas, en cada chispa de creatividad que cruzó por las mentes de aquellos que, mucho antes de escribir o hablar como nosotros, ya soñaban en color.
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