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El brillo del planeta se está atenuando, lo que provoca cambios en las precipitaciones, la circulación y la temperatura. NASA/Centro de Vuelos Espaciales Goddard/Reto Stöckli |
Durante décadas, los científicos se sorprendieron al notar algo extraño en el planeta: la Tierra reflejaba casi la misma cantidad de luz solar en ambos hemisferios. Era un equilibrio curioso. El hemisferio norte, cubierto de ciudades, industrias y contaminación, debería reflejar mucho más brillo que el sur, dominado por océanos que absorben la luz. Sin embargo, la simetría se mantenía. Hasta ahora.
Nuevos datos satelitales indican que ese delicado equilibrio comienza a romperse.
Un estudio reciente publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences revela que el hemisferio norte se está oscureciendo con mayor rapidez que el sur. En otras palabras, está absorbiendo más luz solar. La investigación, dirigida por Norman Loeb, científico climático del Centro de Investigación Langley de la NASA, analizó 24 años de observaciones del programa CERES (Clouds and the Earth’s Radiant Energy System), encargado de medir cómo la Tierra recibe y refleja la radiación solar.
Desde el año 2000, CERES registra cuánta luz solar se absorbe y refleja, y cuánta radiación infrarroja escapa al espacio. A partir de estos datos, Loeb y su equipo determinaron cómo ha cambiado el balance energético del planeta entre 2001 y 2024. Ese equilibrio energético es clave: indica si la Tierra está acumulando más energía de la que libera, y cómo varía esa diferencia entre hemisferios.
Como explicó Zhanqing Li, climatólogo de la Universidad de Maryland, “todo objeto en el universo mantiene su equilibrio recibiendo y liberando energía. La Tierra no es la excepción: lo hace intercambiando energía entre la radiación solar entrante y la que emite en forma de calor”.
Los resultados son claros: el hemisferio norte está absorbiendo 0.34 vatios más de energía solar por metro cuadrado cada década que el sur. Puede parecer poco, pero en términos globales, es una cantidad enorme.
Para descubrir qué estaba detrás de ese desequilibrio, los investigadores aplicaron una técnica conocida como análisis de perturbación radiativa parcial (PRP), que permite aislar los efectos de factores como las nubes, los aerosoles, la reflectividad del suelo y el vapor de agua. El análisis identificó tres causas principales del oscurecimiento del norte: el derretimiento de nieve y hielo, la reducción de la contaminación atmosférica y el aumento del vapor de agua.
“Todo encajaba perfectamente”, señaló Loeb. “La superficie del norte se está volviendo más oscura a medida que desaparece el hielo, dejando al descubierto tierra y océanos. Además, la contaminación ha disminuido en regiones como China, Estados Unidos y Europa, lo que implica menos aerosoles que reflejan la luz solar. En el hemisferio sur ocurre lo contrario”.
A eso se suma otro fenómeno: a medida que el norte se calienta más rápido, la atmósfera retiene más vapor de agua. Y este, lejos de reflejar la luz solar, la absorbe, contribuyendo al calentamiento adicional.
Uno de los hallazgos más desconcertantes del estudio es lo que no cambió: la cobertura nubosa. “Las nubes siguen siendo un misterio”, reconoció Loeb. “Pensamos que podrían compensar el desequilibrio reflejando más luz en el norte, pero no fue así”.
Li coincide en que las interacciones entre aerosoles y nubes siguen siendo uno de los mayores desafíos en la climatología actual. “Las nubes son el factor dominante en el ajuste del balance energético terrestre”, dijo. “Comprenderlas es esencial”.
Para ambos científicos, el mensaje está claro: el equilibrio que durante tanto tiempo mantuvo estable la luminosidad del planeta se está inclinando, y eso podría tener efectos profundos sobre el clima global, los patrones de lluvia y la circulación atmosférica en las próximas décadas.
Norman Loeb, sin embargo, mantiene el optimismo científico. “Estamos a punto de ver una nueva generación de modelos climáticos”, dijo. “Será fascinante volver a analizar esta pregunta con herramientas aún más precisas”.
