Vea También
![]()  | 
Los astrónomos descubren la espantosa última comida de una estrella: un planeta destrozado. Crédito: Instituto Científico del Telescopio Espacial.  | 
Cuando una estrella como el Sol agota su combustible nuclear, lo que queda es una enana blanca: un núcleo denso y caliente que, aunque ya no brilla como antes, conserva una gravedad tan poderosa que sigue moldeando todo a su alrededor. Normalmente, estos restos estelares pasan el resto de su existencia en un silencio cósmico, enfriándose lentamente hasta desvanecerse. Pero una enana blanca en particular ha roto ese patrón.
Se trata de LSPM J0207+3331, una estrella que ha sorprendido a los astrónomos con señales de actividad inesperadas. Utilizando el espectrómetro HIRES del Observatorio W. M. Keck en Hawái, un equipo de científicos detectó en su atmósfera trazas de 13 elementos distintos, entre ellos hierro, níquel, silicio y calcio. Todos son componentes comunes de los planetas rocosos. Esto sugiere que la enana blanca está devorando restos de un antiguo mundo que una vez orbitó a su alrededor.
El hallazgo indica que el cuerpo rocoso original, de al menos 190 kilómetros de diámetro, fue destruido por la intensa gravedad de la estrella y arrastrado hacia ella. Lo más sorprendente es que la atmósfera de LSPM J0207+3331 es rica en hidrógeno, lo que normalmente haría que los metales desaparecieran rápidamente. Su presencia actual revela un proceso activo de acreción: la enana blanca sigue alimentándose de ese material planetario.
![]()  | 
Impresión artística de un planeta orbitando alrededor de una estrella enana blanca. Crédito: Observatorio W.M. Keck.  | 
Según el investigador Patrick Dufour, de la Universidad de Montreal, la cantidad de metales detectados es inusualmente alta para una enana blanca de su edad. Además, la composición química del material apunta a que el planeta destruido estaba altamente diferenciado, con un núcleo metálico y una corteza rocosa. En otras palabras, podría haber sido muy similar a la Tierra, aunque con una concentración mayor de hierro, níquel y cobalto, elementos típicos de los núcleos planetarios.
Los restos de ese planeta forman ahora un anillo de polvo caliente que emite un brillo infrarrojo, observado por primera vez en 2019. Este resplandor es la firma de un suceso reciente: la desintegración de un mundo rocoso que cruzó el límite de Roche, la zona en la que las fuerzas de marea de la estrella pueden destrozar objetos más pequeños. Todo apunta a que el evento ocurrió hace poco, lo que implica que algo alteró la estabilidad del sistema mucho tiempo después de la muerte de la estrella.
“Algo perturbó claramente este sistema”, señaló John Debes, del Instituto de Ciencia del Telescopio Espacial. Y ese “algo” podría ser la influencia de planetas gigantes aún presentes en órbitas lejanas. Su atracción gravitatoria, lenta pero constante, habría empujado gradualmente cuerpos más pequeños hacia el interior del sistema, hasta provocar la colisión que ahora observamos.
Este tipo de actividad, miles de millones de años después de que la estrella haya muerto, desafía la idea de que los sistemas planetarios se vuelven estáticos tras la fase final de su estrella. Según la investigadora principal, Érika Le Bourdais, de la Universidad de Montreal, el caso de LSPM J0207+3331 demuestra que incluso los sistemas más antiguos pueden seguir siendo dinámicos y caóticos.
Y tal vez no sea un fenómeno aislado. Si estos procesos son comunes, el destino de nuestro propio sistema solar podría seguir un camino similar. Cuando el Sol se convierta en una enana blanca dentro de miles de millones de años, los planetas exteriores y los asteroides podrían ser desviados de sus órbitas, chocando y formando discos de polvo como el que hoy rodea a LSPM J0207+3331. En cierto modo, este hallazgo es una ventana al futuro de la Tierra y de todo lo que conocemos.
Fuentes, créditos y referencias:

