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Este artículo forma parte de la sección The Conversation Júnior, en la que especialistas de las principales universidades y centros de investigación contestan a las dudas de jóvenes curiosos de entre 12 y 16 años. Podéis enviar vuestras preguntas a [email protected]
Pregunta formulada por Helena, de 13 años. Fundación Educativa Beaterio de la Santísima Trinidad (Sevilla)
Al igual que los seres humanos, los insectos ven, oyen, palpan, huelen y perciben el sabor de las cosas. Son criaturas enormemente sensitivas. Para ello, deben recibir señales (luz, ondas en el aire, movimiento, sustancias químicas…) a través de los órganos sensoriales.
Los órganos sensoriales de los animales suelen estar en lugares fácilmente alcanzables por las señales: en zonas altas o en la parte anterior del organismo. A ser posible, también cerca del cerebro, donde se va a interpretar el mensaje de cada señal. Por eso, en el caso de los humanos, los órganos vinculados a la vista, el oído, el gusto y el olfato se concentran en la cabeza.
Si observáis un insecto, comprobaréis que sus cuerpos son diferentes del nuestro, pero aun así encontraréis una cabeza. En ella veréis grandes ojos y una boca, donde se alojan los receptores del sabor. Pero ¿os habéis topado alguna vez un insecto con orejas o con nariz? En cambio, sí habréis visto sus antenas. Veamos para qué sirven.
Receptores a la caza de señales
La función principal de las antenas es, precisamente, dar soporte a numerosos y pequeños órganos receptores de información. Estos órganos se denominan sensilas y están conectados con el sistema nervioso.
¿Y por qué son alargadas las antenas y se pueden mover? Gracias a estas características, los insectos no sólo perciben señales que les llegan, sino que, además, las pueden buscar.
Os habréis percatado de que las hormigas, conforme caminan, palpan el suelo con sus antenas. ¿Qué consiguen con ello? Fijaos de nuevo: dos de ellas se acaban de encontrar, y lo primero que hacen es tocarse mutuamente con las antenas. Están buscando señales, intercambiando información.
Las antenas transportan varios tipos de sensilas. Algunas son “quimiorreceptoras”, ya que su especialidad es recibir sustancias químicas. Dos de nuestros sentidos se basan también en esto: el gusto y el olfato. Mediante el primero, intuimos si el alimento que ingerimos es sano o tóxico, o está contaminado. Y el olfato nos ayuda a encontrar comida que huele bien y a detectar peligros, como un animal dañino o la presencia de gases tóxicos.
En las antenas de los insectos hay multitud de sensilas quimiorreceptoras. Esto significa que, a través de ellas, perciben el olor y el sabor de las cosas (aunque en el sabor participan también receptores situados en la boca e, incluso, en las patas).
Otra función importantísima es el sentido del tacto. Las antenas tienen sensilas “mecanorreceptoras”, es decir, capaces de recibir información a través del contacto “mecánico” con su entorno. Esto sirve para detectar que algo las está tocando, que el aire o el agua se mueven (por tanto, si hace viento o si hay corriente) o cuál es la forma o la textura de un objeto cercano.
Incluso, pueden detectar vibraciones como el zumbido que producen los mosquitos al volar, complementando así al sentido del oído.
Con forma de pelo diminuto
Aunque las sensilas de las antenas pueden tener formas variadas, por lo general parecen pelos diminutos, incluso microscópicos. Cuando son quimiorreceptoras, las sustancias químicas del entorno quedan atrapadas gracias a su forma alargada. En la superficie de las sensilas, las sustancias penetran en poros o en pequeños canales donde, finalmente, se encuentran con las células nerviosas.
En cambio, las sensilas mecanorreceptoras hunden su base en la superficie de la antena al ser rozadas o movidas por algo. De esta forma, activan ciertas células nerviosas igual que lo haría un interruptor.
Peines, plumas y abanicos muy sensitivos
La forma de las antenas puede ser muy variada. Algunos insectos (mosquitos, escarabajos, polillas…) exhiben una especie de pelos largos y numerosos, saliendo hacia los lados desde un eje central. Esta vez son fáciles de ver.
Dichos “pelos” pueden ser tan largos, e incluso tan gruesos, que a veces las antenas parecen peines, plumas o abanicos. En realidad, son ramificaciones que aumentan la superficie del órgano. Así, la antena es capaz de transportar más sensilas y, por tanto, más receptores de información.

A los animales tan pequeños como los mosquitos o las polillas les puede resultar difícil encontrar otros individuos de su misma especie. Gracias a sus antenas plumosas, y a la enorme cantidad de sensilas que contienen, estos insectos perciben las llamadas “feromonas”, unas sustancias que emiten las hembras. De ese modo, los insectos se atraen entre sí y se encuentran a pesar de estar situados a kilómetros de distancia.

El museo interactivo Parque de las Ciencias de Andalucía y su Unidad de Cultura Científica e Innovación colaboran en la sección The Conversation Júnior.

Jesús Olivero Anarte no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.