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En la última década, el sector salud ha experimentado una digitalización acelerada, impulsada por sensores conectados, inteligencia artificial y el uso masivo de datos clínicos. Hoy, el futuro abre las puertas a un nuevo cambio, que no es solo tecnológico. Es profundamente humano. Si tuviéramos que ilustrarlo con ejemplos del cine, lo que hemos vivido en los últimos años en la digitalización de la sanidad recuerda a la película Minority Report, donde algoritmos predictivos intentan adelantarse a los problemas de salud como si fueran crímenes que resolver.
El objetivo era automatizar procesos, anticipar patologías y reducir los tiempos de atención. ¿Se ha logrado? A gran escala, probablemente, no del todo. O, al menos, no con la solidez y equidad que el sistema requiere. En cualquier caso, en 2025, ya no basta con perseguir estos retos.
El desafío que tenemos por delante se acerca más al universo de Her: no se trata de que las máquinas sustituyan a los profesionales, sino de que comprendan, acompañen y devuelvan el control de sus datos al paciente.
De hospitales inteligentes a ecosistemas centrados en la persona
El concepto de Healthcare 5.0 no reniega de los avances previos. Pero los reconfigura. Ya no es suficiente con conectar dispositivos médicos o robotizar quirófanos. Ahora, se busca la garantía de que estas tecnologías estén al servicio de la dignidad, la privacidad y la equidad. Es una evolución convergente con la visión japonesa de Sociedad 5.0, donde la tecnología actúa como mediadora entre las necesidades humanas y la complejidad del mundo digital.
En este marco, han surgido los llamados “gemelos digitales” del paciente, que son réplicas virtuales en tiempo real de órganos o patologías. Por otro lado, se empieza a incluir en el sistema la inteligencia artificial explicable (XAI), que no solo predice, sino que justifica cómo ha llegado a la conclusión dada. Y en las casas de las personas mayores empezamos a encontrar los robots sociales, diseñados para el cuidado emocional. Es la medicina que no solo mide pulsos, sino que entiende silencios.
Detrás de este gran salto, late una arquitectura electrónica avanzada que permite miniaturizar, integrar y distribuir la inteligencia en el propio entorno del paciente. Equipos multidisciplinares de ingenieros electrónicos, biólogos y médicos trabajan en todo tipo de sensores biomédicos implantables, circuitos integrados específicos para aplicaciones médicas (ASICs) y sistemas ciberfísicos con conectividad inalámbrica segura.
Esta cadena tecnológica bebe de una nueva forma de hacer electrónica: aquella que se basa en el ultra bajo consumo y la gran precisión y que es capaz de funcionar en tiempo real y en condiciones fisiológicas complejas.
Hemos convertido el cuerpo humano en un espacio computacional donde se genera y procesa información médica de forma continua. Si la ciencia ficción hablaba del “muerto viviente”, aquí estamos ante un concepto mucho más positivo: el “dato viviente” (que se refiere a datos que están en constante actualización y que reflejan procesos dinámicos en tiempo real). Y la electrónica es la base material que permite llevarlo a cabo.
El gobierno del dato: de la eficiencia clínica a la soberanía informacional
Si la electrónica es la base, el recurso que mejor define esta transición es el propio dato. Se trata, eso sí, de un activo que debe ser gobernado con criterios éticos, legales y sociales. Ya no basta con almacenar y procesar. Hay que decidir quién puede ver, usar y modificar qué información, cuándo y para qué.
Esto nos lleva al concepto de gobierno del dato sanitario, que implica calidad e interoperabilidad semántica, para que los sistemas comprendan lo que comparten, y consentimiento dinámico, donde el paciente puede modificar en tiempo real los permisos sobre sus datos.
Asimismo, son necesarios modelos distribuidos, como data trusts o personal data stores, que permiten a los ciudadanos recuperar el control sobre sus historiales médicos incluso a través de tecnologías que antes no estaban disponibles para hacerlo como son el blockchain o los wallets digitales.
Retos jurídicos y políticos de un dato que ya no es neutro
El reto ha dejado de ser únicamente un problema tecnológico. Este nuevo paradigma implica decisiones de profundo calado político y jurídico. ¿Quién responde si un algoritmo de triaje comete un error? ¿Qué sucede si un seguro médico accede a datos no autorizados inferidos por inteligencia artificial? ¿Cómo prevenimos sesgos algorítmicos que perpetúan desigualdades sociales en el diagnóstico?
La Unión Europea ha empezado a sentar bases con el Reglamento de Inteligencia Artificial y la Ley de Gobernanza de Datos. Pero, para garantizar el éxito, se debe colocar el foco en el diseño: si queremos una salud realmente centrada en el paciente, necesitamos sistemas digitales que prioricen el poder de la persona sobre sus propios datos sin sacrificar la coordinación institucional.
Hacia una nueva cultura del cuidado
El nuevo enfoque supone, además, un giro cultural. La medicina pasa de un modelo basado en el dato a otro diferente basado en el vínculo, donde los médicos no están mediatizados por pantallas y los pacientes no son avatares cuantificados.
En cierta forma, hay quien lo considera el regreso al juramento hipocrático con medios cibernéticos. Porque, como decía el androide Roy Batty en Blade Runner, lo verdaderamente humano no está en la eficiencia, sino en la experiencia: “He visto cosas que vosotros no creeríais…”. En esta nueva sanidad, lo que está en juego no es solo nuestra salud, sino el derecho a vivirla de una forma plenamente humana y consciente.

Paula Lamo Anuarbe no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.