El fascinante enigma que permite a nuestro cerebro predecir hechos futuros

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Viernes. Termina su semana de trabajo. Todo está listo para bajar a la playa. Arranca el coche, pone su canción favorita y comienza a cantarla. Se acaba el estribillo y las notas del acorde de guitarra inundan el interior del vehículo. Mientras la música suena, mira distraídamente por la ventanilla, pero cuando las notas de la guitarra llegan a su fin… ¡ahí está, entrando de nuevo a cantar, justo a tiempo!

Aunque no seamos conscientes de ello, nuestro cerebro predice constantemente cuándo ocurrirá un evento relevante. Estas predicciones nos permiten prepararnos para responder de manera eficiente. De hecho, hay distintas maneras en las que el cerebro humano puede anticipar el momento en que algo va a pasar.

Volvamos al ejemplo de la canción: a medida que avanza el solo de guitarra, sentimos que el estribillo está a punto de empezar otra vez. Esto sucede porque el tiempo siempre avanza y nunca retrocede; es lo que llamamos la “flecha del tiempo”. Es decir, cuanto más tiempo pasa sin que ocurra lo que nos esperamos, más cerca sentimos que está. Además, como la música tiene un ritmo regular, nos ayuda a anticipar lo que viene después.

También podemos ver cómo nuestro cerebro hace predicciones temporales en el deporte. Imagine un penalti: si el portero anticipa el momento exacto, ni un segundo antes ni un segundo después, en que el jugador va a lanzar el balón, ¡podría asegurar la victoria de su equipo!

El cerebro que predice

De forma natural, aprendemos a predecir cuándo ocurrirán ciertos eventos. Sin esta capacidad, nuestros antepasados no habrían podido anticipar los ataques de los predadores, así que esa capacidad también nos ha dado una ventaja evolutiva.

Aunque parezca intuitivo y sencillo, comprender cómo nuestro cerebro realiza predicciones temporales sigue siendo un desafío para la psicología y le neurociencia cognitiva. En primer lugar, no podemos entender cómo el cerebro predice el tiempo sin antes preguntarnos: ¿qué es el tiempo?

Esta pregunta ha sido abordada desde la filosofía –como lo expresó San Agustín en su célebre frase: “¿Qué es, pues el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé”–, y también desde la física, donde incluso se debate si el tiempo realmente existe o si es solo una “ilusión”, como dijo Einstein.

Sin embargo, si nos centramos en la neurociencia cognitiva, en lugar de cuestionar la naturaleza del tiempo desde una perspectiva subjetiva o cosmológica, nos enfocamos en entender cómo lo estima el cerebro en distintas escalas, que van desde los milisegundos hasta los ritmos circadianos de 24 horas.

Las [predicciones temporales suelen darse en rangos breves], de milisegundos a segundos, como en los ejemplos mencionados anteriormente. Una vez que hemos definido de qué tiempo estamos hablando, surge una segunda gran pregunta: ¿cómo lo estima el cerebro en estas escalas?

Sin duda, esta sigue siendo una cuestión sin resolver. Algunos [modelos teóricos] postulan la existencia de un “reloj interno” en el órgano, con áreas específicas dedicadas al procesamiento temporal. Otros, en cambio, sugieren que el tiempo es una función distribuida en distintas regiones cerebrales.

¿Un tiempo para predecir y otro para estimar?

Esto nos lleva a una última cuestión: ¿es lo mismo usar el tiempo para predecir la ocurrencia de un evento que estimar su duración? Por ejemplo, ¿comparar si el solo de guitarra de la canción que estamos escuchando ahora ha durado más o menos que el solo de la canción anterior es equivalente a predecir cuándo van a entrar las voces? Y si estos fueran procesos distintos, ¿podría esto ayudarnos a comprender mejor qué es el tiempo y cómo lo procesa el cerebro?

Investigaciones recientes que han abordado estas preguntas sugieren que la capacidad de hacer predicciones temporales [emerge tempranamente en el desarrollo infantil] y se mantiene intacta en personas mayores o con [enfermedad de Parkinson]. En contraste, la estimación de duraciones puede verse afectada en estas poblaciones.

Esto podría explicarse, en parte, por el hecho de que predecir el tiempo ocurre de manera más automática, mientras que estimarlo requiere atención, toma de decisiones y evaluación, procesos más complejos y susceptibles a alteraciones neurológicas.

Aunque estas diferencias aún no se han delimitado por completo, comprenderlas podría acercarnos un poco más a desvelar el gran misterio de cómo procesamos el paso del tiempo en distintos contextos y según su función.

Una hora más tarde, ha llegado a la playa. Apaga la música, baja del coche y se sienta en la orilla. Cierra los ojos y se deja envolver por el sonido de las olas, que llegan una tras otra, con su ritmo constante y predecible. Al final, ¿no es todo tiempo?

The Conversation

Mariagrazia Capizzi recibe fondos del Ministerio Español de Ciencia e Innovación (proyecto PID2021-128696NA-I00 financiado por MICIU/AEI/ 10.13039/501100011033 y por FEDER, UE).



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