Vea También
¿Cuál es la diferencia entre no saber algo y no saber lo que uno debe saber? Esta pregunta encierra una distinción fundamental que solemos pasar por alto. Ignorancia y nesciencia no son lo mismo, aunque a menudo se confunden. La ignorancia puede ser inocente. La nesciencia, en cambio, tiene consecuencias, a veces trágicas.
Ignorancia es no saber. Es natural, incluso inevitable. No todos sabemos de astronomía, derecho romano, física cuántica o historia del arte. Nadie nos lo exige. Un capitán de la marina mercante puede no saber recitar un poema de memoria y no pasa nada. Pero si ese mismo capitán desconoce los protocolos de seguridad en caso de una avería crítica en alta mar, estamos ante un problema grave: eso ya no es ignorancia, es nesciencia. No saber lo que uno debería saber dadas sus funciones y responsabilidades.
Además, en las organizaciones ocurre un fenómeno descrito por Laurence J. Peter en su conocido Principio de Peter: “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia”.
Es decir, a medida que una persona asciende, corre el riesgo de llegar a un puesto para el que ya no está preparado, revelando que la ignorancia en determinadas funciones puede convertirse en una amenaza real para el buen funcionamiento de toda la estructura.
Este matiz cobra una relevancia profunda en profesiones críticas y en cargos públicos. Y se vuelve dramático cuando se combina con la negligencia, la desinformación o el desprecio por el conocimiento técnico. La reciente dana que golpeó Valencia lo ha puesto en evidencia con crudeza.
Durante días, miles de vecinos del área metropolitana de Valencia quedaron atrapados en viviendas inundadas. Las infraestructuras no resistieron, las alertas llegaron tarde, y la gestión de la emergencia evidenció fallos graves de previsión y respuesta. ¿Fue ignorancia? No exactamente. Fue nesciencia.
Porque los informes estaban ahí. Las previsiones meteorológicas advertían con días de antelación del riesgo de lluvias torrenciales. Las necesidades en drenaje, mantenimiento de cauces y coordinación interinstitucional se conocían ya desde hacía horas. Y, sin embargo, no se actuó a tiempo. No se supo reaccionar como era debido. No se sabía lo que había que saber.
La nesciencia es una ignorancia culpable. No saber algo por lo que uno tiene la obligación de estar informado, de haberse preparado. Y en política, en sanidad, en ingeniería civil, en marina o en aviación, esa falta cuesta vidas, dinero y confianza ciudadana.
El poder implica responsabilidad
El cargo no solo otorga poder: impone responsabilidad. Tener autoridad sobre decisiones que afectan a otros significa aceptar también las consecuencias de esas decisiones. Un líder maduro no se excusa en la falta de información ni delega culpas; entiende que la responsabilidad es inherente al puesto que ocupa.
Se trata de mostrar honestidad hacia uno mismo y hacía la organización. Poder y responsabilidad son inseparables, y asumir las consecuencias de los actos es una prueba de madurez. No basta con estar al frente: hay que estar a la altura del impacto que nuestras acciones –o nuestras omisiones– pueden generar en la vida de las personas.
Una cuestión ética, no solo académica
La diferencia entre ignorancia y nesciencia no es meramente académica. Es ética. Porque quien ostenta un cargo público o lidera un equipo tiene el deber de estar preparado, de rodearse de expertos, de preguntar y estudiar y de anticipar riesgos. Lo contrario es una irresponsabilidad que, cuando se repite, se convierte en un patrón de conducta.
Así, es la responsabilidad del líder realizar un análisis interno tanto de sus fortalezas como sus debilidades para poder cubrir las necesidades que pueda tener su dirección. Esta autoevaluación es un acto de humildad donde se reconoce que uno mismo tiene limitaciones para llevar a cabo sus tareas y necesita la ayuda de otro. Esta acción es parte del proceso de aprendizaje y tenemos que tenerlo presente en toda nuestra vida laboral. Como afirmaba Karl Popper, “la verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos”.
La pregunta que debemos hacernos ante cada crisis no es si sabíamos qué podía pasar, sino si quienes debían saberlo hicieron su trabajo. Si ignoraron las alertas, si minimizaron los informes técnicos, si optaron por la improvisación o la propaganda en lugar de por el rigor. La dana en Valencia no ha sido una catástrofe natural imprevisible. Ha sido, en parte, una consecuencia de la nesciencia institucional. No saber algo puede excusarse. No querer saber lo que uno debe saber, no.
No podemos permitirnos liderazgos ignorantes
En un tiempo donde las consecuencias del cambio climático, la inteligencia artificial, las pandemias o las crisis energéticas requieren decisiones informadas, no podemos permitirnos liderazgos ignorantes ni gestiones basadas en la ocurrencia. Exijamos preparación, conocimiento y responsabilidad. Porque cuando lo que está en juego es el bienestar de las personas, la nesciencia ya no es solo una carencia, es una forma de negligencia.

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.