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| Representación artística de ʻOumuamua. Crédito: ESO/M. Kornmesser |
Los tres visitantes interestelares que hemos detectado —‘Oumuamua, 2I/Borisov y 3I/ATLAS— despertaron mucha curiosidad, pero también una pregunta inevitable: ¿podrían objetos como estos llegar a convertirse en una amenaza real para la Tierra? Aunque la respuesta sigue siendo que la probabilidad es diminuta, un grupo de investigadores decidió llevar el problema al extremo y calcular cómo se distribuiría ese riesgo si algún día apareciera uno con trayectoria de impacto.
El trabajo, aún en revisión pero disponible como preprint en arXiv, fue realizado por Darryl Seligman (Michigan State University), Dušan Marčeta (University of Belgrade) y Eloy Peña-Asensio (Politecnico di Milano). Su objetivo no fue generar alarma, sino explorar qué puede decirnos nuestra posición en la galaxia sobre el comportamiento de estos viajeros y qué zonas de nuestro planeta serían, en teoría, más propensas a recibirlos.
Aun con la enorme velocidad a la que se mueven estos objetos, el peligro es prácticamente inexistente. La Tierra no sufre un gran impacto desde hace millones de años, y ni siquiera los miles de cometas y asteroides locales que pasan cerca nos han causado estragos recientes. Los visitantes interestelares serían más rápidos, sí, pero muchísimo menos frecuentes. Aun así, el equipo quiso entender su dinámica con detalle.
Para estimar cuántos de estos cuerpos han chocado históricamente con el planeta, los autores extrapolaron cuántos pueden ser expulsados por otros sistemas estelares. Su cifra oscila entre uno y diez impactos de objetos de unos 100 metros de diámetro a lo largo de toda la historia terrestre. Incluso si esas colisiones ocurrieron, las huellas serían casi imposibles de identificar: la tectónica, la erosión y el tiempo habrían borrado la mayoría. En la Luna podría quedar alguna evidencia, aunque distinguirla entre miles de cráteres sería una tarea monumental.
Lo que sí puede modelarse es la probabilidad de llegada. Para ello, los investigadores generaron 260 mil millones de objetos sintéticos siguiendo distribuciones que representan los movimientos de la galaxia. La mayoría de los visitantes procederían de regiones cercanas al plano galáctico, que es donde se encuentran la mayor parte de las estrellas y donde se originan estos cuerpos. Además, aunque no estén ligados a la gravedad del Sol, su trayectoria se curva ligeramente al pasar cerca, concentrando los posibles impactos en zonas específicas.
Los tres objetos reales que hemos visto alcanzaron velocidades de entre 43,9 y 87,7 km/s. El modelo predice un valor típico cercano a 45 km/s respecto al Sol y alrededor de 72 km/s respecto a la Tierra en caso de impacto. Esta velocidad es comparable a la de algunos asteroides locales, pero su origen y trayectoria hacen que su dinámica sea distinta.
La influencia del Sol provoca un efecto notable: si uno de estos objetos entrara rumbo a la Tierra, tendría más probabilidades de caer cerca del ecuador. Y al combinar esta dinámica con el movimiento de nuestro planeta alrededor del Sol, aparece otro patrón curioso: los impactos serían ligeramente más frecuentes en el invierno del hemisferio norte. Aun así, las diferencias entre estaciones son tan sutiles que no tendrían ninguna consecuencia práctica. Los objetos más veloces, capaces de liberar más energía, tienden a concentrarse en la primavera boreal.
Un detalle inesperado es que, pese a que la franja más brillante de la Vía Láctea se aprecia mejor desde el hemisferio sur, las simulaciones indican una probabilidad algo mayor de impactos en el hemisferio norte. La razón se encuentra en cómo la gravedad solar enfoca a los cuerpos procedentes del plano galáctico.
El estudio se centró especialmente en objetos expulsados de sistemas dominados por enanas rojas, dado que son las estrellas más comunes de la galaxia. Sin embargo, los autores señalan que muchas de las conclusiones serían aún más marcadas para cuerpos originados en sistemas de estrellas más masivas.
Aunque el trabajo ofrece una mirada fascinante a la dinámica de los visitantes interestelares, la conclusión esencial sigue siendo tranquilizadora: la posibilidad de que uno impacte la Tierra en un plazo humano es extraordinariamente pequeña. Lo que sí aporta este estudio es una nueva forma de entender cómo se mueven estos rarísimos viajeros y qué pistas deja nuestro lugar en la galaxia sobre el camino que podrían recorrer.
Fuentes, créditos y referencias:
Seligman, D. Z., Marčeta, D., & Peña-Asensio, E. (2025). The Distribution of Earth-Impacting Interstellar Objects (Version 1). arXiv. doi.org/10.48550/ARXIV.2511.03374

