Cámaras captaron el ataque de serpientes venenosas en una milésima de segundo: los resultados son escalofriantes

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La víbora de nariz abultada, Hypnale hypnale, atacando un cilindro de gel. Crédito Silke Cleuren

La víbora de nariz abultada, Hypnale hypnale, atacando un cilindro de gel. Crédito: Silke Cleuren

Hay algo hipnótico y aterrador en la velocidad de una serpiente venenosa cuando ataca. Pero lo que acaba de revelar un nuevo estudio va mucho más allá de lo que cualquiera podría imaginar. Investigadores lograron grabar, en cámara ultralenta, los ataques de 36 de las serpientes más letales del planeta. Y lo que descubrieron redefine lo que sabíamos sobre cómo muerden.

El trabajo fue liderado por científicos de la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad de Monash, en Australia, con la colaboración del centro Venomworld, ubicado en las afueras de París. Allí se albergan decenas de especies de los tres grandes grupos de serpientes venenosas: víboras, elápidos y colúbridos.

Las víboras, como la serpiente de cascabel del oeste, poseen colmillos grandes y articulados en la parte frontal de la boca. Son responsables de la mayoría de mordeduras en Estados Unidos. Los elápidos, entre los que se cuentan cobras, taipanes, serpientes tigre y las mortíferas "death adders" australianas, también inyectan veneno desde colmillos frontales, aunque fijos. En cambio, los colúbridos suelen tener colmillos traseros, como la serpiente de manglar del sudeste asiático, una especie estudiada por su peculiar forma de morder.

Las cámaras de alta velocidad, capaces de registrar más de mil cuadros por segundo, grabaron cada ataque desde dos ángulos distintos, lo que permitió generar modelos tridimensionales del movimiento. Fue la investigación comparativa más grande jamás realizada entre diferentes familias de serpientes venenosas.

Para estimular los ataques, los científicos utilizaron cilindros de gel médico a temperatura corporal, con dos puntos pintados simulando ojos. Los acercaban y retiraban rápidamente, provocando la reacción instintiva del reptil. En algunos casos, bastaba un leve toque en la cola para activar el ataque.

Lo más inquietante fue descubrir que las mordeduras venenosas no son tan simples como un único movimiento fulminante. Cada familia de serpientes desarrolló su propia “estrategia” para maximizar el daño y la eficacia del veneno.

Las víboras, por ejemplo, emplearon sus colmillos plegables para realizar múltiples penetraciones en una sola mordida. En casi la mitad de las especies estudiadas, uno o ambos colmillos se retiraban parcialmente del objetivo y se reinsertaban desde un ángulo distinto, como si buscaran el punto perfecto. La víbora china Deinagkistrodon acutus fue observada “caminando” el colmillo sobre la presa para morder de nuevo con mayor precisión.

Los elápidos, al no poder replegar sus colmillos, aplicaban otra técnica: inyectar el veneno varias veces en el mismo punto. Tras la primera mordida, liberaban levemente la presión y volvían a morder varias veces. Según los investigadores, este patrón repetido permite exprimir al máximo las glándulas de veneno.

Los colúbridos, por su parte, demostraron una brutal eficiencia: después de morder, cerraban la boca y arrastraban los maxilares de forma alternada sobre la “presa”, creando dos heridas semicirculares. Este método dejaba cortes profundos que aseguraban una mejor absorción del veneno.

El estudio también midió la velocidad de cada ataque. Las víboras fueron las más rápidas, alcanzando a su objetivo en menos de 90 milisegundos en el 84% de los casos, y en apenas 60 ms en más de la mitad. Para ponerlo en perspectiva, el reflejo humano más rápido tarda entre 60 y 395 milisegundos. En otras palabras, si una víbora está al alcance, probablemente te morderá antes de que tu cuerpo pueda reaccionar.

Algunos elápidos, sin embargo, igualaron esas cifras. La serpiente “death adder” australiana tardó solo 30 ms en alcanzar su blanco, mientras que la cobra del bosque africano lo hacía en unos 73 ms. Velocidades imposibles de esquivar.

Australia, hogar de algunas de las serpientes más venenosas del mundo, registra alrededor de 3.000 mordeduras cada año. De ellas, solo dos suelen ser fatales, gracias a la disponibilidad de antídotos. Sin embargo, la complejidad revelada en este estudio explica por qué algunas mordeduras siguen siendo mucho más peligrosas que otras.

Los autores concluyen que intentar enfrentar o matar una serpiente es una pésima idea: sus ataques son tan veloces que ni siquiera el reflejo más rápido podría salvarte. Su consejo es claro: aléjate, sin movimientos bruscos, y deja que se retire sola.

El estudio completo fue publicado el 23 de octubre en la revista Journal of Experimental Biology, y nos deja una lección contundente: bajo la aparente simplicidad de una mordida se esconde una ingeniería evolutiva milimétrica, perfeccionada para ser letal.

Fuentes, créditos y referencias:

Cleuren, S. G. C., Rule, J. P., Ksas, R., Herrel, A., Hocking, D. P., & Evans, A. R. (2025). Kinematics of strikes in venomous snakes. Journal of Experimental Biology, 228(20). doi.org/10.1242/jeb.250347

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