Aprender a ver y ser vista en ‘Parthenope’, de Paolo Sorrentino

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Celeste Dalla Porta en 'Parthenope', de Paolo Sorrentino. IMDB

Parthenope di Sangro, una estudiante de antropología, se examina con el severo profesor Marotta y sus múltiples ayudantes. En el transcurso de la prueba oral se plantea una pregunta: “¿Qué es la antropología?”. Los profesores reaccionan protocolariamente, recitando una definición manualística de la disciplina. Pero la alumna no queda satisfecha y la cuestión volverá a plantearse en diferentes ocasiones a lo largo de su trayectoria académica.

Incluso después de haberse doctorado con una tesis acerca de “las fronteras culturales del milagro”, cuando el profesor Marotta anuncia a su discípula su inminente jubilación y su deseo de que ella ocupe su plaza en el futuro, la joven aduce que ella no puede ser profesora titular de la materia porque sigue sin saber qué es exactamente la antropología. En ese momento, el viejo catedrático se detiene, toma asiento y replica: “La antropología es… ver”.

Insatisfecha con tal respuesta, Parthenope pregunta de nuevo, obteniendo la siguiente respuesta de su maestro: “Ver es dificilísimo, porque es lo último que se aprende, cuando empieza a faltar todo lo demás”.

Esta escena es probablemente la menos llamativa visualmente de todas las que componen la abigarrada, extravagante y opulenta película que Paolo Sorrentino ha filmado bajo el título de Parthenope, en la que sigue los pasos de su protagonista a lo largo de toda su vida. Pero seguramente es también la más significativa. Proporciona en cierto modo la clave desde la que mirar los pequeños episodios que la componen a la manera de un mosaico. A Parthenope, que destaca por su belleza “perturbadora”, la siguen todas las miradas, ansiosas de verla: incluso un magnate la observa desde lo alto con su helicóptero.

Observar el mundo alrededor

Su extraordinaria apariencia hace que se interese, sin vocación en realidad, por el mundo de la actuación. Así, la joven acude a la casa de Flora Malva, una actriz que imparte lecciones de interpretación, pero que se presenta siempre con el rostro cubierto con un velo negro para que nadie pueda ver el desastroso resultado de una cirugía estética fallida. Flora termina por ejercer una extraña seducción sobre su alumna, en una curiosa recreación del mito clásico de Eros y Psique.

Algo semejante le ocurre al profesor Marotta, que oculta en su casa a su hijo, un ser inverosímil con macrocefalia y obesidad mórbida que vive postrado y que muestra, sin embargo, una afabilidad fuera de lo común que fascina a Parthenope cuando finalmente lo ve.

En sus andanzas por los barrios más desfavorecidos de Nápoles, Parthenope asiste, en un momento culminante del voyeurismo sorrentiniano, a la consumación sexual de un “matrimonio de la camorra”, que un nutrido público observa casi con reverencia: los hijos de los dos clanes más poderosos de Nápoles engendran ante sus familias al descendiente que las unirá.

Análogamente, en la Catedral de Nápoles, los fieles se agolpan para atestiguar el prodigio por el que la sangre de San Gennaro se licúa, un fenómeno que, según la tradición, tiene lugar tres veces al año. Quieren ver el milagro de la reliquia, pero en esta ocasión no se produce. Solamente cuando Parthenope se entregue carnalmente al cardenal Tesorone, en una escena que tiene toda la apariencia de un ritual sagrado, el espectador alcanzará a ver, en un templo ya vacío de feligreses, la sangre que empieza a licuarse dentro de la ampolla de vidrio que la contiene.

Lo último que se aprende

Todos los hilos, en suma, que componen la película convergen en una particular concepción del cine, que se puede exponer mediante lo que el filósofo Gustavo Bueno denominó “milagro cinematográfico”: la protagonista, y con ella los espectadores de la cinta, aprende paulatinamente a ver.

Los diccionarios del español consignan diversos significados para el término “visión”, procedentes de su étimo latino, “visio”. En latín, la palabra “visio” significa efectivamente el acto de ver, el aparecerse de algo que se percibe externamente a través de la mirada. En ese sentido siempre ha estado vinculada a la idea de lo bello y a la especulación estética, como se evidencia en la sentencia medieval, atribuida habitualmente a Santo Tomás de Aquino: “pulchra sunt quae visa placent” (“bellas son las cosas que agradan a la vista”).

Al mismo tiempo, la apariencia externa, el simulacro, siempre se ha conectado con lo falso, con lo que es una mera imagen sin contenido: tal es el sentido del “ídolo” (εἴδωλον) griego, que deriva a su vez del verbo griego para “ver” (εἴδω), de donde también procede nuestra palabra “idea”.

Una mujer mayor observa a otra más joven en la lejanía.
Celeste Dalla Porta y Stefania Sandrelli en Parthenope. IMDB

De ahí la segunda acepción de la “visio” latina, que es más metafórica y podría equivaler a “concepción”, “ideación”, incluso a “imaginación”. Este es el sentido que subyace en la vasta tradición de “visionarios”, tan vinculada a los milagros (del latín “mirari”, de donde proviene nuestro verbo “mirar”), puesto que un milagro que no se atestigua visualmente no puede ser milagro.

El carácter “cinematográfico” de los milagros consiste precisamente en su esencial iconicidad, pues sólo pueden hacerse reales cuando son representados, aunando así los dos sentidos originarios de la “visio”. Por ello, ver y concebir, en el fondo, son lo mismo: únicamente se ve aquello cuya idea se tiene. Parthenope es la prueba de ello.

The Conversation

Ekaitz Ruiz de Vergara Olmos no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.



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