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Una nueva investigación acaba de cambiar la forma en que entendemos al temible Deinosuchus, un antiguo cocodrilo gigante que habitó América del Norte hace unos 75 millones de años. Aunque durante años se creyó que estaba emparentado estrechamente con los caimanes modernos, un estudio publicado en Communications Biology acaba de desmentir esa conexión.
El equipo internacional de paleontólogos y geocientíficos analizó datos de 128 especies de cocodrilianos —tanto actuales como extintas— usando 219 características morfológicas distintas. El resultado: un árbol evolutivo más preciso que pone al Deinosuchus en una rama lejana de la familia del caimán, alejándolo de ese supuesto vínculo cercano.
Este hallazgo no es menor. Deinosuchus, que podía alcanzar hasta 10 metros de largo y se alimentaba incluso de dinosaurios, había sido tradicionalmente clasificado como un pariente cercano del caimán debido a similitudes superficiales. Sin embargo, esta nueva mirada profunda a su morfología desmonta esa suposición.
Otro hallazgo clave del estudio es que el tamaño gigantesco de estos reptiles no responde a una época específica de la historia, sino a las oportunidades ecológicas disponibles. En regiones con abundante alimento y espacio, los cocodrilianos tendieron a crecer más, sin importar en qué parte del mundo estuvieran o en qué momento evolucionaran.
Los investigadores también creen que Deinosuchus podría haber sido parcialmente tolerante al agua salada. ¿La pista? Se han encontrado fósiles a ambos lados del antiguo mar interior que dividía América del Norte, el llamado Western Interior Seaway. Para cruzarlo, esta bestia habría necesitado adaptaciones similares a las de los cocodrilos modernos que toleran el agua salina, como glándulas para excretar sal.
Aunque no se ha confirmado este rasgo fisiológico en fósiles, los científicos proponen realizar tomografías computarizadas (CT scans) para buscar evidencia de esas glándulas en futuros estudios.
El nuevo árbol evolutivo no solo cambia la historia del Deinosuchus, sino que ofrece una herramienta más robusta para estudiar la evolución del tamaño corporal en cocodrilianos y su adaptación a diferentes ambientes. Este tipo de avances subraya cómo la paleontología está lejos de ser una ciencia estática: los fósiles siguen revelando secretos, y los linajes que creíamos entender, pueden sorprendernos.