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Un equipo de investigadores acaba de generar la percepción de un nuevo color al que han llamado “olo”, y que, al parecer, nunca había sido visto antes. Los afortunados han sido cinco personas a quienes estimularon con láser un tipo concreto de sus fotorreceptores.
Antes que nada hay que aclarar que los colores “no existen” como tales, ya que lo que percibimos en la retina, en el fondo del ojo, es luz. Allí, nuestros fotorreceptores (los conos) la transforman en impulsos nerviosos y estos, una vez procesados, son interpretados por nuestro cerebro como color. Equivale a lo que conocemos como el espectro visible, una porción muy estrecha del espectro electromagnético.
Concretamente, las longitudes de onda de la luz responsables de que podamos percibir los colores interactúan con los conos. Es la mezcla de esa información, dependiendo de qué conos se estimulan, lo que permite a nuestro cerebro resolver el color (o los colores) que estamos viendo.
Cuestión de conos
Los seres humanos somos tricrómatas porque tenemos tres clases de conos: los que responden a las longitudes más largas (L), que percibimos como rojo; a las longitudes medias (M), que percibimos como verde, y a las más cortas (S) que percibimos como azul. O sea, vemos en RGB (siglas del inglés red, green, blue, “rojo-verde-azul”).
En total, tenemos 6 millones de conos, y la percepción cromática depende de cómo y cuántos estén activados en cada momento. Cada objeto absorbe una serie de longitudes de onda y refleja otras, que se corresponderán con el color que estamos viendo. Gracias a todo esto, los humanos podemos distinguir alrededor de un millón de colores. Y ninguno es el que se acaba de descubrir.
Lo que se preguntaron los investigadores es qué percibiría una persona si sólo se activara un tipo de cono. Para ello utilizaron un dispositivo que han llamado Oz Vision System (bautizado así en honor a la Ciudad Esmeralda de la novela de L. Frank Baum El Mago de Oz), un láser capaz de seleccionar y estimular unos mil fotorreceptores de una sola modalidad de forma aislada, sin la implicación de los otros dos tipos.
Los científicos estimularon con este sistema únicamente los conos M (los que responden a las longitudes de onda que apreciamos como verde) de una pequeña zona del ojo en los cinco participantes en el experimento. Estos manifestaron haber visto un color azul-verdoso más intenso que cualquier otro que hubieran percibido antes.
Un experimento único
Los conos para el verde abarcan la zona media del espectro visible, por lo que su franja de estimulación se solapa con la de los conos para el rojo (L) y con los del azul (S). En el caso de estos dos últimos, sí que hay ciertas condiciones “naturales” en las que algunas longitudes de onda pueden estimularlos de forma aislada, pero debido a ese solapamiento con los conos L y S, la activación independiente de los conos M no es posible en condiciones lumínicas típicas.
Por eso, utilizar este tipo de láser que puede aislar y estimular de forma independiente los fotorreceptores M era la única forma de comprobar si es posible generar colores que no existen en la percepción humana habitual.
El nombre del nuevo color está asociado a la terminología que se usa en código binario, es decir, las combinaciones de 0 y 1 que se emplean para representar datos en informática. “OLO” representa el número binario 010: de los tres tipos de conos, como solo se activa el tipo M, se representa como 0 (no se estimula el S), 1 (se estimula el M) y 0 (no se estimula el L).
¿Cómo puede saber alguien si nunca ha visto antes un color?
Los sujetos describieron “olo” como un “azul verdoso con una saturación sin precedentes”. Sin embargo, la percepción cromática tiene componentes objetivos (déficit para distinguir los colores, problemas visuales, etc.) y subjetivos. Una persona puede inferir si lo que está viendo es novedoso o no por comparación con experiencias previas, por ejemplo, pero esa apreciación entra dentro de la subjetividad.
Para verificar que efectivamente todos los participantes percibían un color completamente distinto a los ya conocidos, se llevaron a cabo experimentos de correspondencia cromática, comparando la percepción de “olo” con la que recibían con un rayo láser de tono verde azulado, al cual le ajustaban la saturación añadiendo luz blanca. Los cinco coincidieron en que, al añadir luz blanca a “olo” –es decir, reduciendo su saturación–, el resultado coincidía con el color del láser. Esto confirmó que “olo” está fuera del espectro visible conocido para el ser humano.
De todos modos, desde una perspectiva objetiva y científica, una persona no puede saber con certeza absoluta si un color que está percibiendo nunca lo ha visto antes, ya que siempre hay un componente subjetivo difícil de salvar.
Además, no podemos estar seguros al 100 % de que alguien en este planeta, por alguna anomalía en sus conos, tenga la capacidad de percibir “olo” de forma natural, aunque no sea consciente de ello. O ¿cómo podemos tener la certeza de que una persona tetracrómata, capaz de identificar hasta 100 millones de tonalidades en nuestro espectro visible, no pueda distinguir “olo” sin necesidad de pulsos de microláseres? Es algo complicado de demostrar.
¿Podemos reproducir “olo” para que todos podamos verlo?
Es imposible ver “olo” a simple vista. Por su naturaleza no se puede reproducir ni física ni digitalmente. No hay estimulación luminosa “natural” que active exclusivamente los conos M de nuestra retina. Aunque ya podamos encontrar circulando imágenes que dicen asemejarse al color verde azulado con una saturación muy alta, esa longitud de onda que representan no puede activar solo nuestros conos M.
En cuanto a las posibles aplicaciones prácticas de Oz Vision, esta herramienta puede ser muy valiosa en investigación básica para explorar funciones aún desconocidas de nuestros fotorreceptores, ya que permite aislar y estudiar grupos específicos de estas células en personas conscientes, algo que hasta ahora no era posible.
Además, podría ayudar a comprender mejor los mecanismos que dan lugar a enfermedades visuales en las que se deterioran o se pierden los fotorreceptores, lo cual abriría nuevas vías para prevenirlas o tratarlas.
Los autores también sugieren que generar la percepción de colores novedosos en experimentos con sujetos humanos podría tener aplicaciones futuras en la creación de nuevas experiencias, enriquecidas y personalizadas, en la terapia visual o, incluso, en la comunicación y el arte. Aunque prometedoras, estas aplicaciones aún parecen estar lejos de hacerse realidad.

Conchi Lillo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.