‘Huérfilo’, una propuesta para nombrar el dolor invisible de quienes pierden a un hijo

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Todo lo que iba a ser, los nombres, los brazos, la cuna, la historia, queda suspendido. El futuro se rompe antes de empezar y, con él, el lenguaje se queda atrás.

Quien pierde a un hijo se convierte en algo que no tiene nombre. No es huérfano, no es viudo, no es nadie que el idioma haya sabido anticipar. Y sin nombre, el dolor se vuelve más solo. Más incomprendido. Más difícil de sostener.

El llanto de Niobe y la desesperación de Deméter

Ningún padre debería enterrar a sus hijos, y eso lo sabían ya los antiguos. Niobe fue convertida en piedra tras ver morir a todos sus hijos. Su llanto, inmóvil y eterno, brotaba desde la roca. Deméter, en su desesperación por la pérdida de Perséfone, detuvo el ciclo de las estaciones y dejó al mundo sin primavera.

Hay lenguas que, mucho antes que la nuestra, encontraron una palabra para ese abismo. En hebreo, shakul nombra al padre que ha perdido a su hijo. En árabe clásico, thakla es la madre que se queda sin criatura. Y en sánscrito, vilomah significa “lo que va contra el orden natural”.

En nuestro idioma, quien pierde a sus padres es huérfano, y quien pierde a su pareja, viudo o viuda. Pero quien se queda sin un hijo… no tiene palabra. Aunque la RAE incluye en “huérfano” una acepción antigua que nombra a la persona que afronta esa muerte, nunca se ha usado fuera del papel.

“Huérfilo” es una propuesta humilde, pero necesaria, para llenar la laguna. La propuso en 2017 la Federación Española de Padres de Niños con Cáncer, no desde la teoría, sino desde la urgencia de sentirse nombrados.

Qué es el duelo perinatal

Llamamos duelo perinatal al fallecimiento que ocurre cuando la vida se detiene justo antes o justo después de empezar. Es decir, cuando un bebé muere durante el embarazo, el parto o en los primeros días.

Es una pérdida íntima, breve, muchas veces solitaria: sin entierro, sin esquela, sin oídos. Por eso, tantas veces, se desautoriza. El experto Kenneth Doka la llamó disenfranchised grief: un duelo “sin permiso”.

A veces basta una frase para invisibilizarlo:

“Mejor ahora que más adelante”

“Ya tendrás otro”

“No puedes sufrir si no lo llegaste a conocer”

Espacios para la despedida

Pero sí vivía: en el cuerpo de quien lo gestaba, en la mente de quienes lo imaginaban, en el deseo de toda una red familiar. Y eso también merece ser reconocido y despedido.

Cuando no se permite despedirse del bebé, sostenerlo, decidir cómo transitar ese momento o crear recuerdos simbólicos, el impacto emocional puede ser profundo. La evidencia científica ha mostrado que, en ausencia de acompañamiento adecuado, pueden desarrollarse síntomas de ansiedad, estrés postraumático, sentimientos de culpa, dificultades en la relación de pareja o bloqueos en embarazos posteriores.


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Por todo esto es tan necesario generar entornos en los que el duelo perinatal sea reconocido y tenga lugar, donde la despedida no se vea interrumpida ni acelerada.

El acompañamiento profesional en ese momento no elimina el dolor, pero puede contribuir a que la experiencia sea más habitable, a que el duelo pueda ser elaborado sin culpa y a que el vínculo, aunque interrumpido, tenga un lugar en la historia familiar.

Protocolos y redes de apoyo

En España, por ejemplo, cada vez más centros hospitalarios comienzan a desarrollar protocolos específicos para la atención al duelo perinatal, conscientes del valor de ofrecer un abordaje integral, clínico y humano.

Un buen exponente es el Programa de Salud Mental Perinatal del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), que articula la intervención de distintos profesionales (obstetras, neonatólogos, enfermeras, matronas, psicólogos clínicos, trabajadores sociales) para ofrecer una atención coordinada y sensible en estas situaciones.

Entre las acciones habituales están la posibilidad de ver y sostener al bebé, realizar fotografías o recoger objetos simbólicos, ofrecer acompañamiento psicológico especializado y, cuando es posible, establecer un espacio de seguimiento tras la pérdida.

Además de la intervención sanitaria, el papel de las asociaciones de familias resulta clave. Colectivos como Brazos Vacíos o el Hueco de mi Vientre ofrecen acompañamiento entre iguales, apoyo emocional, orientación jurídica o talleres de memoria y despedida. Estos espacios permiten compartir la experiencia con otras personas que han pasado por lo mismo y legitimar un dolor que, en muchos casos, sigue siendo socialmente invisible.

También existen grupos específicos para embarazos posteriores a una pérdida, donde el miedo, la esperanza y el recuerdo conviven. En estos casos, el acompañamiento puede ayudar a que las emociones no entren en conflicto, sino que puedan coexistir de forma saludable.

Nombrar para comprender

Y como decíamos al principio del artículo, contar con una palabra que designe la experiencia de la pérdida, como la propuesta “huérfilo”, puede cumplir también una función importante. No evita el dolor, pero puede hacerlo un poco más habitable. Porque cuando algo se nombra, puede empezar a ser contado. Y lo que se cuenta, se comparte; y lo que se comparte, duele distinto.

A veces no hacen falta grandes discursos, sino una palabra que abra espacio. Una que diga: aquí hubo amor. Y aquí sigue habiendo memoria.

The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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