Efectos de las pantallas en niños pequeños: la importancia de lo que ven y cómo lo ven

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Dusan Petkovic/Shutterstock

Las pantallas están por todas partes, y el debate sobre si deben o no exponerse los niños más pequeños a estas tecnologías ha tomado fuerza tanto en la comunidad educativa y terapéutica como entre las familias. Pero ¿cuál es su impacto real en el desarrollo neuropsicológico infantil?

Aunque diversas asociaciones pediátricas recomiendan limitar su exposición durante la infancia (especialmente en menores de 5 años), la ciencia sugiere que el contexto y el contenido son la clave.

Efectos físicos

En primer lugar, diversos estudios han señalado que el uso prolongado de pantallas puede provocar fatiga ocular, sequedad visual y miopía infantil.

Además, la tecnología no puede ni debe sustituir el entorno natural de estimulación que necesitan los niños: el juego libre, el ejercicio físico, la interacción cara a cara y el contacto con la naturaleza. Reemplazar estas experiencias por una utilización excesiva y pasiva de pantallas puede aumentar el riesgo de obesidad, problemas visuales o dificultades de aprendizaje.

Efectos neuropsicológicos

Más allá de lo físico, preocupan los efectos en funciones como la atención, el lenguaje o el control emocional. Una revisión de 102 estudios efectuados en menores de 3 años destaca que no solo importa cuánto tiempo se usa la pantalla, sino cómo y en qué condiciones.

Por ejemplo, si hay un adulto presente que comenta o interactúa con el contenido, se favorecen el aprendizaje y la atención. En contraposición, la exposición pasiva o sin supervisión supone un riesgo en el desarrollo cognitivo.

Porque incluso el uso de pantallas en segundo plano, como la televisión encendida mientras el niño juega, interfiere en el juego, la atención y la interacción aun si el niño no la mira directamente.

En suma, tabletas, móviles y televisión pueden ser herramientas de aprendizaje si se usan con propósito educativo y supervisión. De lo contrario, pueden limitar las interacciones sociales que tanto necesita el cerebro en desarrollo.

Contenido inadecuado: el verdadero problema

Podríamos decir entonces que el principal riesgo no es la pantalla en sí, sino lo que se muestra. La exposición temprana a contenido no infantil se asocia con dificultades en la atención y las funciones ejecutivas, en especial el control inhibitorio (aspecto esencial en la regulación de la conducta y de la cognición), y retrasos en el lenguaje.

Si bien es cierto que los estudios no atribuyen causalidad, no podemos afirmar que estos se deban, o al menos no en exclusiva, a una exposición a pantallas.

Según indican las investigaciones, mayores niveles de consumo indiscriminado de televisión, ordenador, teléfono o tabletas en niños pequeños (en torno a 3 años de edad), se asocia no solo a peores niveles de control inhibitorio, sino también a un menor nivel de activación cerebral en áreas relacionadas con este proceso (la corteza prefrontal).

Adicionalmente, ver la televisión con dos años de edad ejerce un efecto negativo en las funciones ejecutivas un año después, mientras que un estudio de 2010 señalaba que los niños que más veían la tele eran los que peores desempeños ejecutivos manifestaban cuando cumplían 4 años de edad.

El visionado pasivo de plataformas como YouTube también puede derivar en efectos negativos en los más pequeños: los niños de 2 a 3 años más expuestos a este medio tienen a presentar un menor desarrollo lingüístico. Los investigadores achacan dicho efecto a la citada reducción de interacción social.

Otros trabajos relacionan el consumo excesivo de televisión con hiperactividad a los 7 años, así como peor rendimiento en matemáticas y en vocabulario. También se ha detectado que verla demasiado entre los 15 y 48 meses triplica las probabilidades de tener un retraso en el desarrollo del lenguaje. Todo esto es coherente con los resultados encontrados en investigaciones enfocadas en YouTube

¿Y si el contenido es para niños?

Aquí cambia la historia: el contenido infantil y educativo puede tener efectos positivos, especialmente si se acompaña de interacción. Por ejemplo, programas digitales diseñados para mejorar la atención y las funciones ejecutivas en niños de 4-6 años no sólo han demostrado mejoras en dichas capacidades, sino también en inteligencia, atención y memoria de trabajo. Parece que factores congénitos, como la presencia del gen DAT1 (implicado en la dopamina), pueden influir en la eficacia de esos programas.

Ver contenido educativo mejora asimismo el lenguaje (conceptos numéricos, espaciales y vocabulario) en niños de 3 y 4 años, especialmente si el contenido presentado tiene una rica narrativa.

Además, la tecnología puede estar al servicio de la inclusión y de la intervención. En niños en situación de vulnerabilidad psicosocial de entre 4 y 5 años, las actuaciones digitales estimulan la memoria de trabajo y la autorregulación. En menores con autismo, (de entre 3 y 16 años), un estudio revela que la intervención digital mejora la atención y la interacción social.

Finalmente, un programa digital usado con interacción familiar demostró producir mejoras en el desarrollo lingüístico de niños con retraso del lenguaje de entre 2-4 años.

No obstante, debemos tener en cuenta que estas evidencias de efectos neuropsicológicos positivos son más numerosas a partir de los 6 años de edad. Incluso muestran altos niveles de transferencia, es decir, con efectos visibles en la vida diaria de las personas y que van más allá de los procesos entrenados en una app o programa digital (por ejemplo, inteligencia, regulación emocional-conductual, rendimiento académico o funciones ejecutivas.

¿Favorece la tecnología el movimiento, la exploración o la interacción social?

Pese a los beneficios mencionados, insistimos: las pantallas no pueden reemplazar el juego libre, el ejercicio físico, ni la interacción social.

En todo caso, una reciente revisión en niños de 4 a 12 años concluye que la tecnología también puede desempeñar un rol positivo cuando se integra de manera activa, contextual y orientada al juego físico y social (por ejemplo, a través de la incorporación de objetos inteligentes como un balón que registra el pateo o un columpio con sensores que da premios virtuales) y los juegos ubicuos (con GPS para facilitar el movimiento, realidad aumentada, etcétera).

En definitiva, la tecnología puede ser una herramienta con potencial para estimular el movimiento, la exploración y la socialización, pero siempre que esté diseñada con objetivos pedagógicos.

¿Qué recomiendan los expertos?

Teniendo en cuenta los pros y los contras de las pantallas en el desarrollo infantil, los expertos recomiendan:

  • La Asociación Americana de Pediatría sugiere evitar las pantallas en menores de 18 meses (salvo videollamadas). Cuando tienen de 18-24 meses, solo serían recomendables para consumir contenido de calidad y siempre acompañado por adultos, y en el caso de niños de entre 2 y 5 años, un máximo de una hora diaria y con contenido educativo. Por último, esta asociación aconseja prescindir de las pantallas antes de dormir, usarlas como herramienta educativa –no de distracción– y modelar un uso saludable de la tecnología.

  • Por su parte, la Organización Mundial de la Salud recomienda limitar las pantallas a un máximo de una hora diaria en niños de entre 2 y 4 años, y de 2 horas en menores de 5 a 17 años.

La pantalla no es el enemigo

Decir que las pantallas son “malas” es como afirmar que el papel es perjudicial por los libros que se imprimen. Lo importante no es el medio, sino el contenido, el contexto y la calidad de la interacción.

El desafío es encontrar el equilibrio, respetar los tiempos del desarrollo infantil y usar la tecnología como una aliada, no como sustituta del juego, la interacción y la experiencia física.

The Conversation

Teresa Rossignoli Palomeque no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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