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Poliqueto espionido adulto perforador de conchas marinas. Crédito: Vasily Radishevsky/ Rama del Lejano Oriente de la Academia Rusa de Ciencias. |
A veces, la historia de la vida en la Tierra se repite con una precisión inquietante. Un grupo de científicos ha descubierto que un parásito marino que hoy atormenta a las ostras ya hacía exactamente lo mismo hace casi 480 millones de años. Los resultados, publicados en la revista iScience, revelan una de las estrategias evolutivas más duraderas que se conozcan.
Todo comenzó con un hallazgo inesperado en antiguos lechos fósiles de Marruecos, donde las conchas de bivalvos del periodo Ordovícico se conservan con un detalle asombroso. Los investigadores no buscaban parásitos, pero en lugar de simples restos marinos encontraron marcas diminutas con forma de signo de interrogación grabadas en las conchas. Eran demasiado precisas y repetitivas para ser fruto del azar.
En cada fósil aparecían entre siete y ocho de estas extrañas marcas. Durante semanas, nadie lograba descifrar su origen. Hasta que una de las formas resultó sospechosamente familiar: coincidía con los rastros que dejan ciertos gusanos marinos blandos conocidos como espiónidos, los mismos que hoy perforan las conchas de ostras y mejillones vivos.
“Parasitizan las conchas de los bivalvos, no la carne del animal”, explicó Karma Nanglu, paleobiólogo de la Universidad de California en Riverside y autor principal del estudio. “Pero dañar las conchas puede aumentar la mortalidad de las ostras.”
La coincidencia era tan exacta que apenas quedaban dudas: aquel gusano había estado usando la misma táctica durante casi medio billón de años. Y lo sigue haciendo hoy, provocando pérdidas económicas en las granjas ostrícolas modernas.
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Huellas de espionidos en conchas bivalvas fosilizadas. Crédito: Javier Ortega-Hernández / Universidad de Harvard |
Los fósiles pertenecían a un antepasado temprano de las almejas actuales, que habitó un océano en plena revolución ecológica. Durante el Ordovícico, la vida marina se volvió más intensa: surgieron depredadores, aumentó la movilidad de los animales y la competencia se disparó. Con ese caos vino también el auge del parasitismo. “Fue un momento en que los ecosistemas marinos se volvieron mucho más duros”, señaló Nanglu. “Vemos el ascenso de la movilidad, la depredación y, claramente, del parasitismo.”
Para mirar dentro de las rocas sin dañarlas, el equipo utilizó microtomografía computarizada (micro-CT), una técnica similar a un escáner médico de alta resolución. Gracias a ello, descubrieron más conchas fósiles ocultas y más rastros de parásitos en su interior. “Sin el escáner, nunca habríamos visto esto”, añadió Nanglu.
Las imágenes permitieron reconstruir el comportamiento del gusano: comenzaba su vida como una larva que se posaba sobre una concha, disolvía una pequeña parte para anclarse y luego excavaba un túnel en forma de curva característica. Ninguna otra criatura conocida deja una marca tan distintiva. “Si no es un espiónido, sería algo que nunca hemos visto antes”, dijo Nanglu. “Pero tendría que haber evolucionado exactamente el mismo comportamiento, en el mismo lugar y de la misma forma.”
Resolver el enigma no fue fácil. Javier Ortega-Hernández, coautor del estudio y curador en el Museo de Zoología Comparada de Harvard, recordó: “Nos tomó tiempo entender estas trazas tan peculiares; era como si nos desafiaran con su forma de signo de interrogación.” Finalmente, una referencia olvidada en la literatura científica dio la pista que faltaba. “Fue nuestro momento eureka.”
Este descubrimiento va más allá del fósil en sí. Por primera vez, se conserva evidencia directa de una interacción entre dos especies —el huésped y su parásito—, algo extraordinariamente raro en el registro fósil. “Encontrar un fósil de un animal ya es suerte”, explicó Nanglu. “Pero encontrar prueba de que interactuaba con otro, eso es oro puro.”
La lección más profunda del hallazgo es que la evolución no siempre se trata de cambio. A veces, una estrategia funciona tan bien que simplemente no necesita alterarse. “Este grupo de gusanos no ha cambiado su modo de vida en casi medio billón de años”, dijo Nanglu. “Es un ejemplo perfecto de un comportamiento que funcionó tan bien, que sobrevivió a varias extinciones masivas.”
Este parásito prehistórico superó a los dinosaurios, sobrevivió al menos cinco eventos de extinción global y sigue haciendo lo mismo que hacía antes de que existieran los animales terrestres: perforar conchas y alterar la vida de sus huéspedes. Nos recuerda que incluso los comportamientos más molestos pueden ser, en realidad, parte del equilibrio natural que ha mantenido viva a la vida durante millones de años.
Fuentes, créditos y referencias:

