Poder y silencio, las claves que explican el abuso incestuoso a menores

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Gran parte de los abusos sexuales a menores son cometidos por familiares. arrowsmith2/Shutterstock

La cantidad de menores que padecen abuso sexual es abrumadora. De acuerdo con las cifras de 2024 de la ONU, 1 de cada 8 niñas y 1 de cada 11 niños ha sufrido una violación o una agresión sexual en el mundo.

Según un informe del Poder Judicial de 2021, en España la mayor parte de las agresiones sexuales a menores se realizan por parte de conocidos (75 % de los casos), en su mayoría familiares (casi el 40 %).

En el 54,5 % de los casos, los agresores tienen una relación biológica con la víctima y en el 45,5 % es el padre biológico o la pareja de la madre quien comete el abuso. Por último, el 93,8 % de los autores son varones y el 1,5 % son mujeres.

Solo 1 de cada 250 casos se denuncian

Todas estas cifras se refieren a los abusos denunciados, que se estima que son 1 de cada 250. Del resto, lógicamente, no se sabe nada.

Diferentes estudios encuentran que hay un porcentaje importante de casos nunca desvelados, desde el 20 hasta el 46 %. Además, la mayoría de las víctimas hablan por primera vez del abuso cuando ya son adultas; concretamente, se revelan entre 17 y 21 años después.

Esta circunstancia provoca que las víctimas no reciban la atención que necesitan y que el agresor no sea condenado, facilitando así que la situación se perpetúe. Algunos trabajos muestran que denunciar con rapidez es la mejor forma de prevenir las enormes repercusiones psicológicas para las víctimas.

Hombres que marcan las reglas

Además, como expone la antropóloga Dorothée Dussy en un libro publicado en 2013, la combinación de abuso de poder y silencio que se produce dentro de la familia es perfecta para mantener esos comportamientos y para callarlos.

Del análisis de las entrevistas que realizó Dussy a 22 condenados emergen dos conclusiones: que el incesto es una forma más de ejercer poder y que implica a la familia de forma colectiva. Mientras que la cuestión del poder explica su alta frecuencia, la dimensión familiar explica el silencio.

Según Dussy, el agresor suele ser un varón que dicta las reglas y la conducta de cada uno. Esta posición de legitimidad y respeto absoluto, generalmente impuesta por el miedo que genera, permite el abuso.

Algunos estudios indican que el 80 % de los agresores utilizan la seducción y entran en contacto con los menores a través del juego, derivando hacia una sexualidad sin coacción que explica su falta de culpa. Esto coincide con los resultados de diferentes trabajos que encuentran que los autores, incluso después de haber cumplido condena, niegan y minimizan sus actos.

De alguna manera, los menores están a disposición de los agresores, y a ningún miembro de la familia le resulta extraño que se eroticen las relaciones. En estos contextos son frecuentes los comentarios y las bromas de naturaleza sexual estando presentes los niños o aludiendo directamente a ellos. La sexualidad forma parte de la socialización y pasar al acto no resulta tan grave.

De hecho, muchos de los entrevistados por Dussy afirman que las relaciones eran consentidas. Efectivamente, en la mayoría de los casos los menores no se oponen, no gritan, no se quejan. Al contrario, obedecen a la persona legitimada para mandar en la familia.

Los agresores interpretan el abuso como un gesto benigno, incluso de amor, que no tiene consecuencias. Simplemente, les parece adecuado buscar el placer sexual donde es más fácil encontrarlo. En algunos casos, incluso, estas personas entienden la relación como un intercambio, donde los menores reciben premios en forma de regalos o dinero, llegando a trasladarles la responsabilidad.

Esto explica esa negación y minimización del agresor que encuentran tantas investigaciones, con porcentajes que van desde un 95 %, a un 53 % o un 30 %. Esa negación de responsabilidad incrementa por tres la posibilidad de reincidencia.

En cuanto a la implicación familiar colectiva, los adultos de las familias donde hay incesto se dividen en dos tipos: los que han sufrido abusos sexuales ellos mismos y han callado y los que no los han padecido, pero prefieren sacrificar a un miembro de la familia por su propia comodidad. Es más doloroso perderlo todo que soportar el incesto.

Pacto de silencio

Este silencio por haber sido víctima o para no perderlo todo pone en marcha a su vez el silencio familiar. La principal barrera social que mencionan las víctimas para no informar es no querer disgustar a la madre, la relación afectiva con el agresor, el miedo a reacciones negativas y el miedo a causar problemas al autor del abuso.

Las investigaciones muestran que cuando el acto lo comete un miembro de la familia la probabilidad de denuncia es mucho menor. En estas familias, los niños están acostumbrados a obedecer; sus relatos y sus puntos de vista no se consideran. Si los adultos no mencionan los abusos y se comportan como si no existieran, los menores solo se tienen a sí mismos para estar seguros de que la situación es real.

En este contexto, no hay espacio para hablar. De ahí que la incomprensión de la naturaleza de la conducta sea una de las razones por las que no informan. Según una investigación de 2020, el 58 % de las víctimas no lo contaron nunca por no identificar el comportamiento como grave.

Y aunque los menores desvelen el abuso en algún momento, la respuesta habitual de los adultos es la incredulidad y la inacción. Esto condena definitivamente al silencio. A partir de aquí, las agresiones se acumulan hasta que se vuelven invisibles o aceptables. Las víctimas callan por el shock, la disociación, la culpa, el miedo y la vergüenza de no haber hablado desde el principio.

Como afirma Dussy:

“El tabú de la violencia se explica por la vergüenza generalizada a denunciar algo que todos nos hemos acostumbrado a callar y cuya revelación se impide por el peso de mil y una experiencias anteriores de silencio”.

La familia convive de forma silenciosa con el incesto de tal forma que el agresor puede seguir con su vida apoyándose en dos aliados: el respeto hacia su figura y la incredulidad del entorno si se hiciera público.

Y esto es justo lo que ocurre en los casos que analiza Dussy donde, incluso la revelación pública del abuso, no cambia nada para el autor del mismo. Ni se rompen ni se modifican las relaciones. Para su entorno –e incluso para las propias víctimas–, el agresor sigue siendo un buen padre, un trabajador competente, un amable vecino y un gran amigo.

A pesar de la aparente normalidad familiar, la convivencia silenciosa con el incesto lo invade todo. Se impone en la manera de gestionar la vida, las relaciones, los espacios, los tiempos y los relatos. En muchos casos, el respeto hacia el hombre y el silencio pueden más que el amor de la madre hacia los hijos.

Y es precisamente ese modelo de respeto, de silencio y de falta de consecuencias lo que autoriza la expansión del abuso a otras víctimas y, muchas veces, a la siguiente generación.

The Conversation

Marta Giménez-Dasí recibe fondos del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades a través del proyecto PID2022-138634OB-I00.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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