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| Después de cerrar los ojos, llega un punto en el que la actividad cerebral disminuye drásticamente, hasta llegar al estado de sueño. |
Durante años creímos que dormir era como deslizarse suavemente hacia un lago tranquilo: los párpados se cierran, el cuerpo afloja y, poco a poco, el sueño llega. Nuevos datos de un equipo del Imperial College London y del UK Dementia Research Institute plantean otra imagen: al cerrar los ojos existe un punto de inflexión, un instante en el que la actividad cerebral cae de golpe y el cerebro "se precipita" hacia el sueño.
Los científicos, dirigidos por el neurocientífico Nir Grossman, conectaron a voluntarios a un EEG —un electroencefalograma, que registra la actividad eléctrica del cerebro— y observaron que la mayor parte del tiempo antes de dormir la señal se mantiene estable. De pronto, en los minutos finales, la actividad sufre una caída pronunciada hasta asentarse en el estado de sueño. No es un desvanecimiento: es una caída.
Para que cualquiera lo entienda: imagina que la vigilia es la cima de un acantilado y que, en lugar de avanzar lento, hay un borde exacto. Cuando el cerebro llega a ese borde, se produce una transición rápida. Los autores llaman a ese momento el tipping point o «punto de no retorno» entre estar despierto y estar dormido.
El sueño no es solo una sensación: implica cambios fisiológicos concretos. Al caer en sueño se enlentecen la respiración y el pulso, los músculos se relajan y la reacción a estímulos externos disminuye. Esos cambios están controlados por grupos de neuronas llamados núcleos, que actúan como interruptores: algunos mantienen la vigilia y otros promueven el sueño. Cuando se apagan ciertos circuitos, la comunicación entre neuronas cambia de forma abrupta.
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| Marco computacional del estudio. Crédito: Nature Neuroscience (2025). DOI: 10.1038/s41593-025-02091-1 |
Los investigadores introdujeron el concepto de “distancia de caída”, que es el tiempo que transcurre desde cerrar los ojos hasta ese punto de inflexión. Curiosamente, cuanto más tardas en llegar al borde (es decir, mayor es la distancia total para dormir), menos tiempo representa la propia caída brusca: en promedio la fase entre la caída y el inicio del sueño dura 4.5 minutos. Esa medida resultó muy consistente entre noches: registrar una sola noche permitió predecir con precisión de unos 49 segundos cuándo ocurriría la caída en las noches siguientes.
Los registros muestran además que distintas zonas del cerebro “caen” en momentos levemente distintos. Por ejemplo, la corteza occipital, que procesa la visión, suele alcanzar el punto de inflexión antes que la corteza frontal, responsable del pensamiento y la toma de decisiones. Eso explica por qué los síntomas visuales se apagan antes que el pensamiento consciente.
¿Por qué importa todo esto fuera del laboratorio? Porque identificar de forma precisa ese punto de no retorno tiene aplicaciones claras en salud y seguridad. Poder detectar en tiempo real que alguien está a punto de dormirse podría ayudar a desarrollar alarmas o tratamientos para trastornos del inicio del sueño y evitar accidentes por somnolencia al volante o en puestos críticos.
Además, comprender mejor el tránsito entre vigilia y sueño ayuda a explicar por qué el descanso es esencial: durante el sueño se activan procesos regenerativos —por ejemplo la plasticidad homeostática, que permite a las neuronas reajustar su actividad— y se consolidan recuerdos. Dormir bien no es un lujo: es una reparación diaria del cerebro.
¿Te apetece un pequeño experimento casero y seguro para comprender la idea? Antes de dormir, cronométrate: anota la hora en la que cierras los ojos y, si no te duermes del todo, registra el momento en que ya no recuerdas haber estado consciente (esa sensación subjetiva de “desconexión”). Repite varias noches y compara. No es una medida científica, pero te dará una intuición sobre la distancia de caída y cómo varía.
Los autores advierten que estos hallazgos aún deben traducirse en herramientas clínicas, pero abren una vía prometedora. Saber exactamente cuándo empieza la caída hacia el sueño no solo despeja un misterio cotidiano, sino que puede salvar vidas si se traduce en sistemas que detecten y eviten la somnolencia en situaciones peligrosas.
Fuentes, créditos y referencias:
Junheng Li et al, Falling asleep follows a predictable bifurcation dynamic, Nature Neuroscience (2025). DOI: 10.1038/s41593-025-02091-1

