El planeta siguió ardiendo tras su evento de extinción más brutal

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Una pista perdida cambia todo lo que creíamos sobre la peor extinción de la Tierra
Una pista perdida cambia todo lo que creíamos sobre la peor extinción de la Tierra. Credito: lavidaes.org

Durante años, muchos geólogos dieron por hecho que, tras la peor extinción masiva de la historia —el evento que borró a casi todas las especies hace unos 250 millones de años— la Tierra pasó por un periodo sin incendios. La ausencia casi total de fragmentos de carbón en los sedimentos del Triásico Temprano reforzó la idea de un planeta silencioso, sin llamas y con ecosistemas demasiado débiles como para arder.

Un nuevo trabajo liderado por la investigadora Franziska Blattmann, de la Universidad de Lausana, demuestra que esa historia estaba incompleta. El fuego nunca desapareció; simplemente dejó un rastro distinto, uno que no se ve a simple vista. En lugar de los típicos fragmentos negros de carbón, lo que quedó fueron señales químicas diminutas que solo emergen cuando se analizan con técnicas especializadas.

Para entender por qué esto importa, hay que recordar el contexto. El final del Pérmico, conocido como la Gran Mortandad, eliminó hasta el 96% de la vida marina y cerca del 70% de los vertebrados terrestres. Se cree que gigantescas erupciones volcánicas saturaron la atmósfera con gases de efecto invernadero, alteraron el clima global y empujaron a la biosfera al borde del colapso. Lo sorprendente es que, aun en medio de esa devastación, los incendios siguieron formando parte de los paisajes que intentaban recuperarse.

Se recuperaron un total de 30 muestras de sedimentos de Svalbard, el archipiélago ártico noruego. Crédito: Dra. Franziska Blattmann
Se recuperaron un total de 30 muestras de sedimentos de Svalbard, el archipiélago ártico noruego. Crédito: Dra. Franziska Blattmann

Durante décadas, la narrativa del “vacío de carbón” dominó la literatura científica. Si no había carbón fósil, se asumía que la vegetación era escasa y la concentración de oxígeno demasiado baja como para sostener incendios. Sin embargo, esa conclusión dependía solo de evidencias visibles. El nuevo estudio mostró que esa mirada era limitada.

El equipo buscó compuestos llamados hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAHs), moléculas que se forman cuando la materia vegetal se quema de manera incompleta. Estos compuestos pueden permanecer atrapados en los sedimentos durante millones de años, incluso cuando el carbón desaparece. PAH: son moléculas orgánicas que se generan durante la combustión; funcionan como una huella química del fuego.

Las muestras analizadas —30 sedimentos procedentes del archipiélago Ártico de Svalbard, en Noruega— conservan capas casi intactas desde hace cientos de millones de años. Allí, los patrones de PAHs coincidían con incendios de vegetación fresca, no con contaminación moderna ni con carbón producido por actividad volcánica. En otras palabras: la firma química pertenece a incendios naturales que ardieron en pleno Triásico Temprano.

Para afinar los resultados, los científicos combinaron los datos químicos con simulaciones climáticas utilizando el modelo abierto MITgcm, una herramienta desarrollada en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Este modelo permite reproducir dinámicas entre clima, vegetación y fuego bajo distintos escenarios. Modelo de circulación general (GCM): software que simula procesos atmosféricos y oceánicos para entender climas pasados o futuros.

Las simulaciones mostraron qué condiciones ambientales coincidían realmente con las señales químicas encontradas. Así fue posible reconstruir un panorama mucho más preciso: aunque los ecosistemas estaban bajo presión extrema, todavía había suficiente vegetación y oxígeno como para mantener incendios recurrentes.

Todo este trabajo se apoyó en herramientas de código abierto, permitiendo que otros grupos puedan replicarlo o expandirlo sin barreras económicas. Ese enfoque colaborativo cobró aún más valor porque el proyecto —realizado por especialistas en geología, biogeoquímica, paleontología y física— avanzó incluso durante los años complicados de la pandemia de COVID-19.

En conjunto, el estudio demuestra que la ausencia de carbón visible no significa ausencia de fuego. La historia del Triásico Temprano es más compleja y, gracias a estas huellas químicas microscópicas, comienza a revelarse con claridad: la Tierra ardía incluso cuando parecía haber perdido casi toda su vida.


Fuentes, créditos y referencias:

Franziska R. Blattmann et al, Wildfire, ecosystem, and climate interactions in the Early Triassic, Communications Earth & Environment (2025). DOI: 10.1038/s43247-025-02789-x

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