La ficción de ‘La infiltrada’ frente a la realidad actual de la lucha antiterrorista

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En las últimas semanas, la lucha antiterrorista ha despertado de nuevo el interés social. Tras el éxito de la película La infiltrada, reconocida con 13 nominaciones y 2 premios Goya, las prácticas reflejadas han sido protagonistas de multitud de conversaciones más allá de los ambientes no especializados.

Sin embargo, parece adecuado arrojar un poco de luz sobre lo que se presenta en dicha producción cinematográfica y comentar la evolución en los métodos, tácticas y procedimientos.

La importancia de las acciones de la kale borroka

En La infiltrada se refleja a través de la ficción el denominado viejo terrorismo de Euskadi Ta Askatasuna (ETA), caracterizado por su ideología etnonacionalista y un funcionamiento propio de las organizaciones terroristas del siglo XX. ETA, que declaró su disolución en mayo de 2018 y que comenzó su historia en 1958, presentaba una estructura rígida y vertical. En su proceso de reclutamiento jugaban un rol esencial las organizaciones juveniles, unos grupos cuya función era similar a la de las canteras de los grandes equipos deportivos.

En estas “categorías inferiores”, dedicadas a acciones como la kale borroka, los reclutadores de ETA tenían un perfecto caldo de cultivo para nutrir su militancia. En la producción se refleja perfectamente cómo una vez el sujeto accedía a la estructura de la organización, se le exigía el abandono de la actividad en las calles, con el objetivo de evitar posibles detenciones.

ETA era un grupo con una estructura y jerarquía muy definida. En ocasiones –como sucediera en la operación Sokoa– esto supuso una vulnerabilidad, dado que la existencia de numerosa documentación sobre sus miembros y la organizativa facilitó las detenciones en cadena. Sin embargo, estas características la dotaron habitualmente de un cierto hermetismo con respecto a la sociedad y, en especial, a los actores implicados en la lucha contra su actividad. Tal circunstancia provocaba que el agente encubierto fuera concebido como un excelente instrumento para la investigación y desarticulación de los comandos y otros órganos de la banda.

Cabe aquí reseñar que el agente encubierto está recogido y regulado en la legislación española, pero no la figura del “infiltrado” que da nombre a la película. Los infiltrados, por tanto, no constituyen una fórmula legal de investigación, y son conocidos en la jerga de los servicios antiterroristas como agentes oscuros.

Más allá de estos matices, Mónica –protagonista de La infiltrada– evidencia la importancia de conocer desde dentro las entrañas de la organización para poder contrarrestar la actividad. Además, la ficción muestra algunas de las dificultades disociativas a las que se enfrentan, a nivel personal, los agentes introducidos en este tipo de organizaciones.

Si trasladamos el escenario a la actualidad, el siglo XXI se caracteriza por un nuevo terrorismo de carácter global y, en su mayoría, protagonizado por organizaciones de ideología yihadista. Estas, a diferencia de ETA, carecen de estructuras complejas y muy jerarquizadas en los estados occidentales, hasta el punto de que gran parte de la amenaza procede de actores solitarios. Además, sus procesos de reclutamiento y radicalización discurren, en muchas ocasiones, en un contexto digital.

Con estos rasgos, resulta poco operativa la utilización de agentes encubiertos como Mónica. Además, hay que tener en cuenta la aceleración de los procesos, mucho más reducidos y, a menudo, dirigidos a la acción autónoma de los sujetos.

Detección de grupos terroristas en internet

Por ello, debe desecharse la imagen del agente encubierto tradicional. En la actualidad esta figura mantiene su importancia en la detección de grupos online, presentes en plataformas como Telegram, cuya actividad se dirige a la radicalización y acción dirigida a distancia.

Entre las técnicas de investigación con grupos como Al Qaeda o Daesh (Estado Islámico) resulta más eficiente la figura del informante. Se trata de una persona externa a las fuerzas y cuerpos de seguridad o servicio correspondiente con un rol similar al del infiltrado, en tanto que proporciona información desde dentro. No obstante, dada la ausencia de grandes estructuras o células terroristas, el tiempo necesario para tener el conocimiento suficiente sobre estas se reduce notablemente.

Por otra parte, las redes terroristas han acrecentado su actividad internacional, especialmente intensa en épocas en las que controlan territorios en Oriente. Así, la cooperación de las fuerzas de seguridad con otros Estados y el uso de nuevos instrumentos en el ámbito cibernético, como la monitorización de redes sociales, se han convertido en herramientas esenciales.

Al mismo tiempo, cabe destacar que dichas redes constituyen un hándicap que deben cuidar las organizaciones policiales a la hora de introducir un agente encubierto. Porque, ¿qué sucedería, por ejemplo, si el algoritmo de Instagram detecta al agente encubierto en dos fotos distintas y recomienda a los miembros de la organización criminal la amistad de personas de su círculo personal?

The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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