La Tierra ya tiene 40,000 visitantes cósmicos… y un detalle tiene tensos a los científicos

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Esta visualización de asteroides cercanos a la Tierra fue generada con la Herramienta de Visualización de Órbitas, que permite representar conjuntos de asteroides y las órbitas keplerianas o perturbadas de NEOs en un entorno 3D del Sistema Solar. Crédito: ESA.

La Herramienta de Visualización de Órbitas permitió obtener esta representación de asteroides cercanos a la Tierra, mostrando colecciones de objetos y sus órbitas keplerianas o modificadas en un escenario 3D del Sistema Solar. Crédito: ESA.

El registro del asteroide cercano a la Tierra número 40 000 marca un punto clave en la vigilancia global del cielo. Cada uno de estos objetos, por pequeño que sea, aporta datos que ayudan a entender mejor cómo se mueve el vecindario cósmico y qué tan expuesta está nuestra especie a impactos inesperados.

Un asteroide es, en esencia, un fragmento rocoso que quedó de la formación del Sistema Solar hace más de cuatro mil millones de años. La mayoría gira tranquilamente entre Marte y Júpiter en la región conocida como el cinturón de asteroides. Pero una fracción más inquieta se aproxima a la órbita terrestre. A esos se les llama asteroides cercanos a la Tierra (NEAs). Son objetos que pasan a menos de unos 45 millones de kilómetros de nuestra órbita.
(Aclaración rápida: órbita es simplemente la trayectoria curva con la que un objeto se mueve alrededor de otro, por ejemplo, la Tierra alrededor del Sol).

Aunque muchos NEAs son apenas rocas del tamaño de un automóvil, otros superan los cientos de metros. Y aquí viene lo relevante: un objeto de solo unas decenas de metros puede causar daños devastadores si cae sobre una zona poblada. Por eso los astrónomos siguen la pista incluso a los más diminutos. Sus trayectorias cambian lentamente por efectos como la gravedad de otros cuerpos o el llamado efecto Yarkovsky —una fuerza muy pequeña causada por la radiación solar que puede desviar gradualmente a un asteroide con el tiempo.

A partir de todas las observaciones disponibles, los especialistas proyectan cómo evolucionarán las órbitas durante décadas e incluso siglos. Luego, softwares especializados buscan si alguno de esos caminos se acerca lo suficiente como para plantear, aunque sea una probabilidad minúscula, un impacto en los próximos cien años.

La historia de esta búsqueda comenzó formalmente en 1898 con el hallazgo de Eros, el primer NEA registrado. Durante gran parte del siglo XX la detección avanzó lentamente: los telescopios solo cubrían pequeñas secciones del cielo cada noche. Eso cambió radicalmente en los años 90 y 2000, cuando los nuevos sistemas de rastreo permitieron barridos gigantescos. La cifra de objetos descubiertos se disparó hasta alcanzar ritmos de cientos por año.

El asteroide Eros fue registrado por la sonda NEAR. Crédito: NASA/JPL/JHUAPL.

Eros, el asteroide, captado por la sonda espacial NEAR. Crédito: NASA/JPL/JHUAPL.

Según la Agencia Espacial Europea (ESA), el crecimiento ha sido exponencial: de alrededor de mil objetos a inicios del siglo XXI a más de treinta mil en 2022. Y ahora, en noviembre de 2025, se ha superado la marca de los 40 000 NEAs identificados, con una décima parte hallada solo en los últimos tres años.

En Europa, el corazón de esta vigilancia es el Centro de Coordinación de Objetos Cercanos a la Tierra (NEOCC), integrado en la Oficina de Defensa Planetaria de la ESA. Cada vez que aparece un nuevo punto luminoso en las imágenes, el equipo recopila las observaciones de distintos telescopios y ajusta de inmediato la predicción de su movimiento. Con cada dato adicional, el pronóstico se vuelve más preciso.

Casi 2 000 NEAs poseen actualmente una probabilidad distinta de cero de chocar con la Tierra durante el próximo siglo, aunque la mayoría tiene probabilidades extremadamente bajas y tamaños modestos. Los más grandes —los de más de un kilómetro— fueron detectados temprano. Ahora la atención se centra en los de entre 100 y 300 metros de ancho: difíciles de ver, pero capaces de causar un daño regional considerable. Los modelos sugieren que todavía falta identificar cerca del 70 % de esta categoría.

El panorama mejorará con nuevos telescopios. El Observatorio Vera C. Rubin, recién inaugurado en Chile, escaneará el cielo visible cada pocas noches y detectará decenas de miles de objetos adicionales. A esto se sumarán los telescopios Flyeye de la ESA, diseñados con múltiples “ojos” que aumentan el campo visual en una sola exposición y permiten capturar incluso rocas que cruzan el cielo rápidamente.

Pero encontrar asteroides no es suficiente: también hay que saber desviarlos si alguno representa un riesgo real. Para eso está la misión Hera, actualmente en ruta hacia el asteroide Dimorphos para estudiar en detalle cómo lo afectó el impacto de la misión DART de la NASA en 2022. Lo que se aprenda allí será fundamental para convertir la desviación de asteroides en un método fiable de protección planetaria.

La ESA también prepara la misión Ramses, que seguirá de cerca al asteroide Apophis —un objeto de 375 metros— durante su sobrevuelo excepcionalmente cercano a la Tierra en 2029. Las mediciones ayudarán a entender cómo un paso tan próximo puede alterar la superficie y el movimiento de un asteroide.

Uno de los mayores desafíos sigue siendo detectar objetos que llegan desde la dirección del Sol, una zona completamente ciega para los telescopios terrestres durante el día. El evento de Chelyabinsk en 2013, donde un pequeño asteroide estalló sobre Rusia sin previo aviso, fue un recordatorio doloroso de esa limitación. Para cerrar ese vacío se desarrolló NEOMIR, un telescopio espacial que observará en infrarrojo desde un punto entre el Sol y la Tierra. Podrá detectar el calor de objetos que de otro modo permanecerían invisibles.

Por ahora, ninguno de los NEAs conocidos representa un peligro para nuestro planeta. Sin embargo, el ritmo creciente de descubrimientos y el avance de misiones como Hera, Ramses y NEOMIR muestran que la defensa planetaria ya es una tarea global, seria y coordinada. Desde aquel primer registro en 1898 hasta los 40 000 objetos actuales, cada nuevo asteroide añade una pieza más al rompecabezas de nuestro origen y, al mismo tiempo, fortalece nuestra capacidad de proteger la vida en la Tierra.

Fuentes, créditos y referencias:

Fuente: ESA

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