Encuentran los restos del planeta que chocó con la Tierra y creó la Luna

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Representación artística de la colisión entre la Tierra primitiva y Tea, con el Sol en la lejanía, aproximadamente 100 millones de años después de la formación del sistema solar. Crédito: Sociedad Max Planck
Representación artística de la colisión entre la Tierra primitiva y Tea, con el Sol en la lejanía, aproximadamente 100 millones de años después de la formación del sistema solar. Crédito: Sociedad Max Planck

Hace miles de millones de años, cuando la Tierra apenas estaba tomando forma, el planeta pasó por uno de los episodios más brutales de su historia. Un cuerpo colosal, del tamaño aproximado de Marte, chocó contra nuestro mundo recién nacido con una violencia inimaginable. Ese objeto, bautizado como Theia, quedó pulverizado. Fragmentos suyos y de la joven Tierra fueron expulsados al espacio y, con el tiempo, terminaron reuniéndose para formar un nuevo compañero celeste: la Luna.

El escenario es dramático y elegante a la vez, pero durante décadas ha dejado un hueco clave sin resolver: ¿de qué rincón del sistema solar llegó Theia? Una investigación publicada en la revista Science ofrece ahora pistas químicas que revelan parte de esta historia perdida, comparando materiales de la Tierra, meteoritos y muestras lunares. Los rastros descubiertos indican que la Tierra primitiva y Theia compartían los mismos ingredientes cósmicos.

Esto explica por qué la composición de las rocas lunares es tan parecida a la de nuestro planeta. Si ambos cuerpos estaban hechos de materiales casi idénticos, un impacto entre ellos habría dado lugar a una Luna con química similar. También implica que la Tierra y Theia se originaron en la misma región del espacio, en una nube de polvo y gas alrededor de un Sol joven, justo en lo que hoy consideramos el sistema solar interior.

Aunque existen otras teorías sobre el origen de la Luna, Theia sigue siendo la candidata más convincente. Tal como señala el cosmocientífico Nicolas Dauphas, la infancia del sistema solar se parecía más a una partida caótica de billar cósmico que a un proceso ordenado de construcción planetaria. Las colisiones entre mundos eran rutinarias y, con el tiempo, fueron disminuyendo… pero no desaparecieron por completo. La Tierra, simplemente, fue golpeada por una de las últimas.

Las simulaciones por computadora han mostrado que estos choques suelen producir lunas compuestas principalmente del objeto impactante. Aquí surge el conflicto: la Luna, químicamente, se parece demasiado al manto terrestre. Resolver este rompecabezas es complicado, sobre todo porque ya no existen restos accesibles de Theia, salvo dos enormes estructuras dentro del manto profundo que podrían ser fragmentos supervivientes.

Colisión de dos cuerpos planetarios. Crédito: NASA/JPL-Caltech
Colisión de dos cuerpos planetarios. Crédito: NASA/JPL-Caltech

El nuevo estudio se centró en analizar el hierro presente en rocas terrestres y lunares. Durante la formación de la Tierra, gran parte del hierro descendió hacia el núcleo, pero el manto conserva una cantidad inesperadamente alta. Para que eso ocurriera, debía haber llegado hierro adicional desde fuera, en un momento posterior. Theia encaja perfectamente como la fuente de ese hierro extra.

El hierro aparece en diferentes variantes. Si las mezclas de hierro en rocas derivadas del manto terrestre coincidían químicamente con las de la Luna, significaría que los tres —la Tierra, Theia y la Luna— comparten un origen común. Eso fue precisamente lo que encontró el equipo: una coincidencia casi perfecta.

Además, estas firmas de hierro se asemejan a las de ciertos meteoritos llamados condritas no carbonáceas, formados muy cerca del Sol. Esto sugiere que tanto la Tierra como Theia aparecieron en la misma región bañada por la luz solar. Curiosamente, la Tierra contiene más material “condimentado” por reacciones nucleares estelares de lo esperado. Esa abundancia también parece venir de Theia, lo que indica que este objeto nació incluso un poco más cerca del Sol que nuestro planeta.

Como advierte el científico planetario Paul Byrne, intentar reconstruir la historia de una colisión tan antigua es un reto monumental. Theia literalmente se vaporizó, dejando solo pistas fragmentadas. Aun así, el estudio combina decenas de muestras y datos para ofrecer una visión más coherente de cómo ocurrió el impacto que cambió para siempre nuestro cielo nocturno.

Puede que nunca conozcamos cada detalle de aquel encuentro titánico. Pero gracias a estas nuevas evidencias químicas, la narrativa del nacimiento de la Luna es ahora más sólida. Y aunque el pasado esté envuelto en sombras, el resultado sigue acompañándonos cada noche: una Luna plateada que recuerda el golpe que nos dio forma.

Fuentes, créditos y referencias:

Timo Hopp et al, The Moon-forming impactor Theia originated from the inner Solar System, Science (2025). DOI: 10.1126/science.ado0623

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