Júpiter fue el primer destructor del Sistema Solar — y la única razón por la que la Tierra sobrevivió

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El caótico nacimiento de Júpiter creó una zona segura para la formación de la Tierra. Crédito: ASA, ESA, A. Simon (Centro de Vuelos Espaciales Goddard) y M.H. Wong (Universidad de California, Berkeley).
El caótico nacimiento de Júpiter creó una zona segura para la formación de la Tierra. Crédito: ASA, ESA, A. Simon (Centro de Vuelos Espaciales Goddard) y M.H. Wong (Universidad de California, Berkeley).

A veces una investigación científica logra darle vuelta a lo que creíamos entender del origen del sistema solar, y este es uno de esos casos. Un nuevo análisis realizado por expertos de la Universidad Rice vuelve a colocar a Júpiter en el centro de la historia, no solo como el gigante que todos conocemos, sino como la fuerza que reorganizó gran parte del vecindario planetario cuando el Sol apenas estaba comenzando a brillar.

En aquellos primeros millones de años, nuestro sistema era un disco denso de gas y polvo que giraba alrededor de una estrella joven. Dentro de ese caos, Júpiter creció con una rapidez enorme, lo suficiente como para alterar el entorno a gran escala. El estudio, publicado en Science Advances, muestra que su influencia fue tan poderosa que redefinió la distribución del material que finalmente formaría a los planetas rocosos.

Los investigadores André Izidoro y Baibhav Srivastava realizaron simulaciones hidrodinámicas avanzadas y encontraron que la gravedad de Júpiter abrió huecos en el disco, generó crestas de presión y atrapó polvo en anillos cada vez más densos. Esos anillos detuvieron la caída de material hacia el Sol y provocaron que el gas en la región interna se dispersara más rápido de lo esperado. Gracias a ese cambio drástico, la materia que dio origen a la Tierra, Marte y Venus quedó confinada alrededor de 1 unidad astronómica. De no haber sido por el gigante, muchos de esos mundos habrían terminado evaporados en el interior del sistema.

Izidoro lo resume con claridad: Júpiter no solo creció para convertirse en el planeta más grande; diseñó la estructura del sistema solar interno. Sin su intervención, simplemente no existiría la Tierra tal como la conocemos.

Otra consecuencia sorprendente de ese proceso tiene que ver con los meteoritos. El trabajo concluye que la formación de Júpiter creó las condiciones para que una segunda generación de planetesimales se formara millones de años después de la primera. Esa fase tardía coincide perfectamente con la edad de los condritas, meteoritos antiguos que conservan la química primitiva del sistema solar y que caen a la Tierra desde tiempos inmemoriales.

Ilustración esquemática del escenario evolutivo propuesto para el Sistema Solar interior primitivo durante los primeros ~3 millones de años. Crédito: Science Advances (2025). DOI: 10.1126/sciadv.ady4823
Ilustración esquemática del escenario evolutivo propuesto para el Sistema Solar interior primitivo durante los primeros ~3 millones de años. Crédito: Science Advances (2025). DOI: 10.1126/sciadv.ady4823

El misterio siempre fue por qué algunos meteoritos surgieron tan tarde. Los modelos muestran que el propio Júpiter generó barreras que separaron regiones internas y externas del disco, manteniendo aisladas sus composiciones y permitiendo que material fresco se condensara mucho después.

Las simulaciones también revelaron cómo se formaron varios anillos y huecos entre 0.3 y 5 unidades astronómicas. Cada uno actuó como un trampa de polvo estable, favoreciendo la aparición de planetesimales dentro de la órbita del gigante. Srivastava explica que esta dinámica ayuda a comprender por qué los meteoritos exhiben dos familias químicas muy distintas: Júpiter preservó esa separación desde el principio.

La influencia del planeta también explica por qué la Tierra, Marte y Venus siguen en sus mismas órbitas. El rápido agotamiento del gas interno limitó la migración de los embriones planetarios. En simulaciones donde Júpiter no aparece, los planetas terminan demasiado cerca del Sol. Cuando Júpiter se forma temprano —en los primeros 2 millones de años— sus crestas de presión actúan como una barrera natural que evita esa caída.

Lo más interesante es que estos patrones no son exclusivos de nuestro sistema. Observatorios como ALMA han registrado discos protoplanetarios alrededor de estrellas jóvenes con anillos y huecos casi idénticos a los descritos en esta investigación. Esa coincidencia sugiere que lo que ocurrió aquí no fue una excepción, sino un capítulo habitual en la formación de sistemas planetarios dominados por gigantes gaseosos.

El estudio propone que Júpiter comenzó a formarse entre 1.5 y 2 millones de años después del nacimiento del Sol. Su presencia temprana no solo mantuvo separadas las regiones interna y externa del disco; también favoreció la creación tardía de condritas y múltiples generaciones de planetesimales con composiciones distintas.

Al unir cosmología, dinámica planetaria y simulaciones hidrodinámicas, los investigadores lograron resolver piezas que parecían incompatibles. El resultado final muestra a Júpiter no como un simple planeta, sino como un auténtico arquitecto cósmico cuya huella todavía puede rastrearse en los meteoritos que siguen cayendo a la Tierra.

Fuentes, créditos y referencias:

Baibhav Srivastava et al, The late formation of chondrites as a consequence of Jupiter-induced gaps and rings, Science Advances (2025). DOI: 10.1126/sciadv.ady4823. www.science.org/doi/10.1126/sciadv.ady4823

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