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| Los bajos niveles de vitamina D están fuertemente relacionados con la depresión. Crédito: lavidaes.org |
¿Te has preguntado alguna vez por qué algunas personas con niveles bajos de vitamina D parecen tener más dificultades con el estado de ánimo? La ciencia vuelve a poner el foco en esta relación, pero esta vez con una revisión gigantesca que analizó miles de datos y dejó claro algo importante: cuando la vitamina D cae demasiado, la depresión aparece con más frecuencia, aunque no de una forma sencilla ni lineal.
La nueva revisión, publicada en Biomolecules and Biomedicine, confirma un patrón consistente: los adultos con niveles más bajos de 25-hidroxi-vitamina D —especialmente cuando llegan a 30 nmol/L o menos— tienden a mostrar más síntomas depresivos o un diagnóstico formal de depresión. Esto no demuestra que una cosa cause la otra, pero sí deja claro que ambos fenómenos se mueven de la mano más de lo que pensábamos.
La depresión afecta a cerca del 5% de la población adulta a nivel global y podría convertirse en la principal causa de carga de enfermedad para 2030. Y aunque los antidepresivos funcionan, su efecto promedio suele ser de “moderado” hacia abajo, lo que explica por qué factores modificables y seguros —como la vitamina D— atraen tanto interés.
Desde el punto de vista biológico, la conexión es razonable. Los receptores de vitamina D están repartidos en varias zonas del cerebro vinculadas al estado emocional, como el hipotálamo y el puente troncoencefálico. Su forma activa, la 1,25-dihidroxi-vitamina D, ayuda a regular la comunicación neuronal, disminuir la inflamación, limitar el estrés oxidativo y equilibrar el calcio dentro de las células, mecanismos que llevan años siendo señalados como piezas clave en la depresión.
Para este análisis, el equipo revisó 66 estudios observacionales provenientes de 31 países, seleccionados entre más de 8.000 registros científicos hasta abril de 2023. Como las investigaciones no usaban los mismos métodos para medir vitamina D ni los mismos criterios para evaluar depresión, los autores optaron por una síntesis narrativa en lugar de un metaanálisis conjunto. La calidad de cada estudio se evaluó con herramientas como MMAT y MINORS, y todo el proceso siguió las pautas PRISMA-2020 (registro PROSPERO CRD42024515918).
Los resultados fueron claros en una dirección: en 46 estudios transversales, niveles bajos de 25(OH)D se asociaron de forma consistente con síntomas depresivos más altos o con un diagnóstico de depresión. El límite de los 30 nmol/L apareció repetidamente como el punto donde el riesgo comenzaba a elevarse. También se observó que quienes tenían depresión actual o pasada presentaban con más frecuencia insuficiencia o deficiencia de vitamina D que los grupos sanos, y que los niveles más bajos a menudo iban acompañados de síntomas más intensos. Algunas investigaciones señalaron que la asociación era más marcada en mujeres, lo que abre la puerta a posibles efectos dependientes del sexo.
Sin embargo, los estudios que siguen a las personas a lo largo del tiempo —los cohortes prospectivos— pintaron un cuadro menos uniforme. Varias investigaciones en adultos mayores o poblaciones generales encontraron que quienes partían con niveles insuficientes tenían mayor probabilidad de desarrollar síntomas depresivos en el futuro. Pero otros grandes estudios no detectaron relación entre la deficiencia y la aparición de episodios depresivos nuevos.
En ciertos casos, los cambios en el estado de ánimo solo coincidían con cambios en la vitamina D en individuos que ya empezaban con niveles bajos. Y en al menos un estudio, el vínculo desapareció por completo después de considerar la fragilidad física como factor de confusión.
El mayor obstáculo fue la enorme variabilidad metodológica: distintas escalas para evaluar depresión, diferentes ensayos para medir vitamina D y numerosos factores no controlados, como la exposición al sol, el índice de masa corporal o enfermedades previas. Todo esto deja abierta la posibilidad de que la relación funcione al revés: que la depresión reduzca la exposición solar o el autocuidado y, con ello, disminuya la vitamina D.
Para avanzar, los autores recomiendan estudios a gran escala con mediciones repetidas de vitamina D, datos objetivos de luz solar, información genética relacionada con el metabolismo de la vitamina D y ensayos aleatorizados que incluyan a personas con deficiencia pero sin depresión. El objetivo es claro: averiguar si corregir la deficiencia puede realmente reducir el riesgo de desarrollar el trastorno.
La conclusión del equipo es prudente pero práctica: revisar la vitamina D en adultos con depresión y corregir cualquier deficiencia por salud general, mientras llegan estudios más contundentes que indiquen si normalizarla puede evitar nuevos casos. Una postura resumida por el investigador Vlad Dionisie, Ph.D., de la Universidad de Medicina y Farmacia Carol Davila: *“Hay que corregir la deficiencia, pero necesitamos pruebas sólidas antes de afirmar que esto previene la depresión.”*
Fuentes, créditos y referencias:
Dionisie, V., Gaman, M. A., Anghele, C., Manea, M. C., Puiu, M. G., Stanescu-Spinu, I.-I., Baiu, O.-I., Antonescu, F., Manea, M., & Ciobanu, A. M. (2025). Vitamin D and depression in adults: A systematic review. Biomolecules and Biomedicine, 25(10), 2171–2196. doi.org/10.17305/bb.2025.12331
